Dolore infernali

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Hombro a hombro,
Van a presenciar,
La gran guerra,
Que se está por dar.

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Quien despertó primero esta vez fue Muerte, examinó con atención el rostro del chico a su lado, sus ojos aún se encontraban algo hinchados, pero su expresión era más pacífica que antes.

El mayor sonrió besando su frente y se levantó de la cama, buscó otro cambio de ropa y se desnudó, para comenzar a vestirse otra vez. Llevaba puesto únicamente las prendas inferiores cuando Sebastián aclaró su garganta a su espalda, se giró a mirarlo, encontrándose con el menor completamente avergonzado mirándolo de reojo y apretando la sábana con fuerza.

— ¿Disfrutando la vista desde tan temprano? —Habló Muerte, haciendo sonar su voz mucho más sensual y provocadora. Se acercó lentamente al demonio mirándolo como un león observaría a una pequeña gacela que estaba por cazar.

— ¡Claro que no! —Gritó Sebastián volviendo a recostarse, cubriendo su rostro con las cobijas, sintiendo como el colchón cedía al peso de Muerte.

El hombre aprisionó al menor en la cama, retirando con cuidado las mantas y repartiendo besos desde su mandíbula hasta la comisura de sus labios.

— No me molesta que lo hagas, pero hay que darnos prisa —Sonrió, sin terminar su recorrido de besos. Muerte no había iniciado un beso en los labios desde que volvieron a estar juntos, temía que fuera demasiado pronto para Sebastián, así que a excepción del pequeño besó que el demonio le dió la primera mañana que despertaron junto al otro no habían tenido otro contacto de ese tipo, por eso, Sebastián comenzaba a desesperarse del lento progreso de su compañero, tendría que tomar el asunto en sus manos.

— Entonces lo haré cuando regresemos —El demonio pasó sus manos por detrás del cuello de Muerte, jalando su rostro hacia si y comenzando un lento y suave beso.

Al terminar ambos sonrieron sin dejar de mirarse y en un cómodo silencio comenzaron a vestirse, Sebastián había dejado algo de ropa en su habitación, era mejor estar preparado.

Por primera vez en el corto tiempo que volvieron a estar juntos, salieron de la habitación de Muerte con las manos entrelazadas, después de asegurarse que todo estuviera en orden, abrieron un portal al Olimpo, la batalla comenzaría en poco.

Ambos tomaron asiento en primera fila, Sebastián estaba ansioso, una pequeña opresión en su pecho le impedía respirar correctamente, apretaba la mano de Muerte con fuerza, mirando la puerta del Coliseo por la que Daemian saldría dentro de unos minutos.

— Mi amor, todo estará bien —Susurró con suavidad Erick, acariciando el dorso de su mano con el pulgar— Tranquilo Sebastián.

— Tengo miedo —Contestó mirándolo asustado. Al momento los brazos de Muerte lo rodearon, envolviéndolo en una cálida sensación.

Los dos estaban asustados, plenamente ansiosos.
Daemian se había convertido en parte de su pequeña, rara y algo disfuncional familia.
Caleb, a pesar de no ser tan apegado al Infierno, también se ganó un pequeño lugar en sus corazones.
No podían elegir entre ambos, porque estaban seguros que sufrirían sin importar quien sea el perdedor.

Ambos contrincantes salieron desde cada extremo al mismo tiempo, cada uno con la armadura completa, incluido el casco que impedía la visualización de sus rostros.
En el podio se encontraban los tres grandes junto a Atenea y la Pitonisa.

Hades y Zeus intercambiaron unas cuantas palabras cuando la pelea apenas comenzaba.

El dios del Inframundo confiaba en su hijo, pero presentía que algo malo estaba por venir.
El dios del Olimpo confiaba en su aprendiz y deseaba que derrotara al hijo de Hades. El solo pensar que el dios estuvo junto a una mujer y que fruto de esa pasión nació ese bastardo.
Zeus únicamente conoció que el otro guerrero era hijo de Hades gracias a una carta del mismo, pero nunca si quiera pensó que también podría ser suyo.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora