A parum promissionem

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Tragedia y tragedia,
Dolor y dolor,
Las promesas vuelan,
Al ardiente corazón.

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Después de todo lo ocurrido y de la amenaza del príncipe al rey los guardias lo alejaron, esposándolo para así impedir que pudiera causar daño alguno al monarca.

— A este llévenlo al calabozo y no se preocupen por tener cuidado alguno —Rió el rey dando una patada a la espalda de Sebastián al pasar por su lado— En cuanto al querido príncipe...llévenlo también al calabozo —Sonrió acercándose al nombrado— Quiero que presencies lo que le haremos a tu amigo.

Erick trataba por todos los medios de soltarse del agarre de los guardias, poco o nada le interesaba lo que su padre decía, su atención se encontraba en su amado, quien sostenía con fuerza su vientre soltando algunos quejidos, la preocupación pintaba el rostro del príncipe, Bernardo había sido muy claro, nada de estrés para el joven embarazado, pues no sabían que tan delicada podría resultar dicha etapa.

Gruñó mientras trataba de correr hacia el menor, pero otro guardia se unió a los presentes y con un poco de esfuerzo lograron llevar al joven al calabozo, mientras él era arrastrado veía como a Sebastián lo llevaban sin cuidado alguno, como ordenó su padre, ocasionando que Erick comenzara a soltar amenazas e insultos a quienes lo sostenían.

El pueblo, desesperado, intentó intervenir, pero los guardias lo contuvieron y luego de unas claras advertencias del rey, todos los presentes no tuvieron más opción que abandonar el lugar.

La primera parada del rey fue el cuarto de la reina, pidió que los dejaran solos y cuando lo estuvieron se carcajeó de ella en cuanto abrió los ojos por su presencia.

— Debiste pensarlo muy bien antes de desafiarme —Sonrió sarcástico, mientras tomaba un mechón de la larga cabellera para tirar de él con brusquedad— Ahora tu amado está muerto, tu hijo y su repugnante amante en el calabozo y tú aquí, tan inútil como siempre.

La reina intentó ponerse de pie, pero cayó al suelo con la visión borrosa, dándole la oportunidad al rey de mirarla desde arriba, alimentando más su ego, sin una palabra más, el rey se retiró dejando a la reina en su agonía y desesperación.
Bernardo entró apenas el monarca se retiró de la habitación, cargó a la reina dejándola en la cama y comenzó a analizar la situación, pero no encontraba causa alguna del malestar de la soberana.

— Bernardo...es inútil —Susurró tomando su mano y apretándola con fuerza— Por favor, cuida de Erick y de Sebastián, ayúdalos a huir y ve con ellos, sean libres y felices —Poco a poco soltó la mano del hombre, mientras perdía fuerza con cada segundo— Cuida...la felicidad de mi hijo, te lo ruego.

El hombre asintió, comenzando a llorar al sentir como Olivia moría frente a sus ojos, mientras él no podía hacer nada por ella, no podía ayudar a la mujer que había sido una gran amiga suya, que había sido como una hermana.

Bernardo se retiró del cuarto, informando a los responsables de la muerte de la reina, caminó a su laboratorio y empacó todo aquello que pudo, una vez finalizó con aquello, caminó en dirección al calabozo, un lugar mugriento y melancólico, lleno de celdas individuales, todas ellas se encontraban en las peores condiciones.

El médico decidió que por el momento solo tenía una misión que cumplir, debía sacar a Sebastián y Erick sanos y salvos de aquel lugar aunque el precio fuera su vida, era lo mínimo que podía hacer en memoria de Olivia.

Logró llegar a la prisión sin ser visto en su camino, haber vivido siempre en el castillo y haber podido ir al lugar que se le plazca en la propiedad tenía sus grandes ventajas en esos momentos.
Localizó inmediatamente la celda del príncipe y la del otro chico, que afortunadamente se encontraba junto a esta.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora