Sandra habló son su madre. Carmen se asomó al balcón y saludó a Isaac.
Este se sonrojó y le sorprendió y le devolvió el saludo.
Sandra más tarde le contó lo de su madre e Isaac se animó más.
-Mira- señaló él a un restaurante de esquina- ¿te apetece bien almorzar allí?
-¿Muy caro, no?
-No, ¿acaso no te mereces lo mejor? Eso solo es una cuarta parte de lo que puedo hacer por ti. Aún te queda mucho por vivir conmigo.
-No me gustan que me inviten.
-¿Tengo el honor de invitarte? Por favor.
-Bueno, vale.
-Bien-sonrió.
Disfrutaron de un buen almuerzo muy agradable. Luego dieron un paseo por el centro y compraron un helado en un Mc Donald’s.
-¿Y con esas chicas que pasó?
-Bah, estuve de amigos con una tarada que le gusté en una fiesta, que por cierto ya no voy más a esos sitios.
-¿Por?
-Son agotadores y solo hay desesperados. Y esa chica se ilusionó tanto que se inventó que salíamos, pasé dos o tres veces un día por tu puerta, a ver si te veía.
-¿Lo hacías para ponerme celosa?
-Sí, en eso fui un poco tonto, pero estaba asustado. Nunca me había gustado tanto una chica, y no sabía que era lo correcto. Esta sociedad te hace ir para el malo camino y no el que tú quieres tomar.
-Pareces otro, Isaac.
-Soy yo. Mi verdadero yo. Solo tenías que conocerme un poco más. Siento no hablarte antes, pero pensaba que así te olvidaría, pero no. Gracias a Mario abrí los ojos y quise recuperarte. ¿Y lo he hecho, no?
-Sí. Y con esta actitud, aún más.
-Gracias, de verdad. Siento mi comportamiento de niño pequeño estos meses.
-Tranquilo, no pasa nada. –él le sonrió.
-Me encantan los helados. –dijo ella para cambiar un poco de tema.
-Lo sé.
-¿Aún te acuerdas?
-Claro, ¿cómo me voy a olvidar de algo de ti?
Luego entraron en varias tiendas, y compraron algo de ropa cada uno.
Estaba oscureciendo y llegaron hasta el puente de Triana.
-¿Te gustó el día? –preguntó Isaac.
-Me encantó, gracias.
-No las des. Mañana toca cine.
-¿En serio?
-Sí, quiero recuperar días contigo.
-¿Me dejarás invitarte? –preguntó ella.
-Pues va a hacer que no.
-Venga, por favor –puso pucheritos.
-No, no hagas eso. Ayy. Bueno vale.
-Bien. –dijo ella feliz.
-¿Por qué te ríes? –bromeó él sonriente.
-¿Y tú, por qué te ríes cuando yo me río?
-Ya te dije que tu sonrisa es contagiosa.
-Sí, a mí esta conversación también me resultó familiar –dijo ella.
-¿Sigue siendo mi sonrisa fea igual que yo?
Ella sonrió al recordarlo y se acercó.
-Tú y tu sonrisa es lo mejor que he visto nunca.
Luego él la besó. Y la abrazó.
-Espero que este beso no haya sido feo.
-El mejor que me han dado. –Contestó ella- además –siguió- lo he esperado mucho tiempo.
-Yo también.