Capítulo 3-

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Casi las 9 de la noche, y Sandra se dirigía hacia su portal. Le hubiera gustado quedarse más tiempo, pero no podía. No podía porque su madre ya le estaba llamando unas 3 veces para que se viniera ya. Llamó al timbre (ya que no tenía llaves suyas propias de casa) y abrió su padre de mala gana. Ninguno de los dos saludó, su padre era así.

-¿A estas horas vienes? –su madre salía de la cocina con un delantal. Por el olor que salía de la cocina, Sandra sabría que tendría que cenar espinacas. Algo que ella odiaba a más no poder.

-Si –contestó Sandra y se dirigió hacia su habitación.

-¿CÓMO QUE SI? ¿YA TE ENCIERRAS EN TU HABITACIÓN COMO SIEMPRE? SEGURO QUE COGERAS EL MÓVIL, ¿QUÉ PASA QUE NO TIENES QUE ESTUDIAR? –gritó su madre.

Sintió rabia y claro, empezó ella también a chillar.

-PUES NO, NO VOY A HACER NADA UN VIERNES POR LA NOCHE, COMO COMPRENDERÁS.

-¡NO ME GRITEEEEES! ¡RODRIGO MIRA COMO ME HABLA ESTA NIÑA! ¿NO LE DICES NADA, O QUÉ? –gritó Carmen, mirando hacia su marido, que estaba sentado en un sofá viendo la tv.

-¡OJÚ! ¡¿YA EMPEZAMOS COMO TODOS LOS DÍAS?! –Dijo el padre.

-Ha sido ella. Como siempre. –dijo Sandra.

-Pues comportante como es debido y verás como no me pongo así. Y tú-dijo dirigiéndose a Rodrigo- ¿Pon la mesa o has algo, no?

Sandra se temía lo peor, odiaba cuando su madre se ponía así, y cuando irritaba a su padre, era lo peor. Se liaban a discutir como la mayoría de las veces. Sandra de pequeña lo había pasado mal, llamaba a sus hermanas para no estar sola cuando sus padres se ponían así. Pero claro, una en Madrid, y la otra con su novio, o con sus amigas.

Se fue para su habitación corriendo, temblaba de ira y tenía un nudo en la garganta. Tenía ganas de llorar, como siempre. Pegó un portazo en la puerta (la puerta ya casi rota, de tantos) se echó en la cama y empezó a llorar y a tirarlo todo por los suelos. Oyó su madre que le gritó:

-¿AHHHHHHH, SI? PUES HOY NO CENAS, POR PEGAR ESE PORTAZO, SERÁ LA NIÑA…

Eso le relajó a Sandra, no tener que cenar espinacas era lo mejor. De repente cuando se tranquilizó recordó a Martín, cogió su móvil y le mandó un WhatsApp,  éste tardó en contestar:

Hola–le escribió ella.

-¿Qué te pasa?–Martín la conocía bien,  y sabía que cuando hablaba así, era por algo.

-Pff, llámame luego más tarde.

-Vale–escribió Martín, aunque él ya se lo imaginaba.

De pronto, Sandra vio un nuevo mensaje, era un grupo nuevo de whatsApp donde se encontraban sus amigas, incluida Montse, una chica nueva de clase de Mery y Berta, muy guapa, tenía el pelo casi rubio, y ojos muy brillantes en color canela y todos los amigos de Ángel.

-¡Heeeeeey chicos! ¿Qué haceis? :3 –escribió de inmediato Berta.

-WEEEEEEEEEEEE, ¿QUÉ PASA? –escribió ese tal Iván.

Todos empezaron a chatear por grupo, excepto Carolina, que no se había conectado y ese chico llamado Isaac.

Sandra leía sus mensajes, y de vez en cuando sonreía al recordar algunos pequeños momentos de esa tarde. Carolina tenía razón eran majos esos chicos, y podrían salir las veces que quisieran, ya era hora que la cosa cambiaran un poco.

Dejó el móvil, y se puso a leer. Abrió los ojos y miró el reloj, eran casi las 12 y media de la noche. Se había quedado dormida leyendo, pudo ver el libro encima de la mesita de noche de al lado de su cama y supo que su madre había entrado para verla.

Se levantó de su cama y se frotó los ojos, luego abrió despacio la puerta, el pasillo estaba oscuro, significaba que ya estaban dormidos. Oyó crujir a su estómago, no había comido nada, desde el helado de esta tarde. Tenía hambre y fue hacia la cocina haber que encontraba. No había nada de su agrado, así que cogió un paquete de patatas y un zumo de piña (su favorito) y se dirigió silenciosamente hacia su habitación. Vio como la puerta de la habitación de su hermana estaba cerrada, pudo comprobar que ya había llegado. Dejó la bolsa de patatas y el zumo encima de la cama, y se fue hacia el cuarto de baño, se lavó la cara y de nuevo se encerró en su habitación. Empezó a comer como una loca y a beber, mientras que miraba a través de su ventana como los vehículos y la gente andaba por las calles. Terminó y quiso hablar con Martín, así que le pegó un toque (no estaba como para mirar todos los mensajes que tendría en whatsApp) Al minuto, Martín la llamó, y lo cogió:

-¡Hola pequeña! –dijo él, con voz alegre, como siempre.

-Hola.

-¿Qué te pasaba?

-Mis padres.

-Ya, me lo imaginé –suspiró- ¿Estás mejor?

-Si…

-Mientes.

-Que sí.

Martín suspiró de nuevo. Sandra no le gustaba oírlo así, sabía que la culpa la tenía ella de que él tuviera ese tono de tristeza. Así que empezó a hablar en un tono más alegre.

-Bueno, ¿Y qué tal la tarde?

-Bien, bien. Un poco movidita, ya sabes, mi abuela quiso darme el regalo de mi cumple y fue una tarde intensa en su casa.

Sandra rio. Martín siempre le contaba las cosas que hacía su abuela y siempre ponía el tono con el que ella hablaba. Él también rio  al escucharla.

-Si ya se, un poco atrasado el regalo… -dijo él.

-Yaya, veo. ¿Cómo lleva tu abuela, sabiendo que tienes 17 años ya?

-Mal, se cree que soy un crio, aun. En fin,  ¿Cómo todas las abuelas no?

Hubo un silencio. Martín se acordó. Sandra no había conocido a ninguna de sus abuelas.

-Lo siento… ¿Y tú que hiciste? –dijo él, cambiando de tema.

Ella hizo como que no oyó nada.

-Bien, se vinieron unos amigos de Ángel.

-Ah, bien. Me alegro… oye Sandra…

-¿Sí? –Se puso nerviosa.

-Bueno… quiero verte. Y mañana podría coger el autobús para Sevilla. ¿Quieres?

No dijo nada, se quedó callada y pensativa. Se apartó el móvil de la oreja y miró hacia un punto fijo al techo. ¿Qué hacía? ¿Habría llegado el momento de arriesgarse?

-¿Sandra? ¿Estás ahí?

Se llevó de nuevo el móvil a la oreja, y dijo…

-Está bien, te recojo en la parada ¿A qué hora?

Nunca oí tu 'te quiero'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora