Sandra caminaba pensativa, con lo que le comentó sus dos amigos minutos antes. Iba tan pensativa que ni siquiera vio a Isaac sentado en el escalón de la entrada a su piso.
-Creo que olvidas donde está tu casa.
Sandra se sorprendió al escuchar aquella maravillosa voz para sus oídos, y más al verlo a él, allí.
Isaac se levantó y estuvo un rato observándola sonriente.
-¿Qué quieres? -Dijo al fin ella.
-Hablar.
-¿De qué?
-De nosotros.
¿Qué pasa con nosotros?
-Nuestra amistad.
-¿Hay de eso, aún?
Isaac se quedó boquiabierto y el mundo se le vino debajo de golpe.
-Está claro que no –contestó Sandra muy seria.
-Quizás amistad no. Pero sientes algo por mí, lo sé.
-Mira Isaac, no te creas tanto.
-No me lo creo, lo siento.
-¿Sientes?
-Basta, Sandra. No he venido a discutir.
-Ah, ¿no? ¿Entonces a que has venido?
-Quería saber, si podía recuperar mi amistad contigo.
-¿Para qué? ¿Para qué cuando te eches otro rollito, me olvides como amiga?
-Lo siento…-suspiró él –con los ojos sollozos.
-Isaac…
Se dio la vuelta y contemplaba los vehículos en silencio.
-Isaac –repitió ella acercándose- mírame.
No le hizo caso, esta vez se llevó las manos a la cara y echó a correr.
Ella se quedó sin aliento y muy preocupada. Quería gritar, que lo quería, que quería recuperar su amistad, pero algo le echó para atrás y no lo hizo. Estaba cansada que jugaran con ella. Así que muy decidida abrió el portal y entró.
De repente su vecina del 1º la agarró por detrás.
-Dime, Marisa ¿Qué desea?
-Toma, nena. –le entregó un paquete bastante grande.
-¿Qué es esto? No es mi cumpleaños ni nada.
-Ábrelo, me lo dieron para ti. –sonrió.
-¿A ti? ¿Por qué?
-Para que no se entere tu madre, yo que sé nena. Me lo entregó un chico muy educado y guapo. –Y se marchó.
Sandra pensó en Isaac y sonrió con todas sus fuerzas. Estaba intrigada ¿qué sería?
-¡GRA-GRACIAS, MARISA!- gritó llena de alegría.
Sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Menos mal que no había nadie en su casa. Así que corriendo fue a su habitación y lo abrió con ganas.
Cuando pudo desenvolverlo, después de tantos intentos. Vio un ramo de flores pequeño en un lado, y al otro lado un pequeño reloj dorado para la muñeca. Vio que el reloj traía pegado con una cuerdecita una pequeña nota:
‘El reloj está parado desde que desapareciste de mi vida, con él se fueron mis ganas de vivir y creía ser feliz con esas tontas, me di cuenta que no hay ninguna chica como tú, que solo tú me haces volverme tonto y contigo quiero estar toda mi vida, y ahora dime, ¿Cómo quieres estar tú conmigo? Si me quieres olvidar, deja el reloj como está. Sino, ponle la pila que hay al fondo y llévalo puesto mañana. Te encontraré estés donde estés. Si no lo llevas, desapareceré de tu vida y te dejaré en paz’
Att: Isaac.
Terminó de leer la carta. Se quedó pensativa y sin saber qué hacer.
De un momento a otro, se le presenta Isaac, queriendo recuperar una amistad o quizás algo más. ¿Qué hacía? ¿Con quién hablaba?
Oyó la puerta y guardó la caja en el armario a toda prisa.
-¡¿HOLAAAAA?!-era la voz de su madre.
Salió de su habitación y la saludó.
-¿Hija, que te pasa? Tienes mala cara.
-Nada, mamá.
-Dímelo soy tu madre.
-Ya pero esto no lo comprenderías.
-¿Por qué no?
-Porque no te gustará.
-¿El qué? No me asustes.
-¿Mamá, que te pasa? Te veo más cambiada.
-Bueno…-suspiró- aún no firmé el divorcio con tu padre.
-¿Por qué?
-Lo necesito, hija.
Carmen empezó a llorar y abrazó a su hija con todas sus fuerzas.
Ella se impresionó y la abrazó más fuerte aún. Nunca su madre había llorado así delante de ella. Sandra se sentía como si la viera a ella más madura ¿sería correcto contarle lo de Isaac?