Capítulo 26

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No sabe que hacer, no sabe que movimiento maniobrar, no sabe como afrontar la cara.

Se siente del asco, se siente mal, siente que la cago, y a lo grande.

Toma el su teléfono y le marca, mordiendo-se las uñas, espera ansioso la voz al otro lado de la línea.

—¿Bruce? —la voz soñolienta de la pelirroja hace que su corazón empiece a acelerar su ritmo.

—Ho-hola, ¿interrumpí tu sueño? —su tono es suave.

—No, para nada, si fueras otra persona, ya te hubiera mandado a la mierda.

—¿Gracias?.

—Vale, ¿qué sucede? ¿A qué has llamado? Porque dejame decirte que no es normal llamar a la mitad de la noche —su voz se torna preocupante.

—Nada, todo está bien, solo quería desearte una buena noche —musitó.

—¿Seguro? ¿Sólo eso? —insistió.

—Si, y además, quería decirte que, que te quiero, más de lo que te imaginas, Nat —susurró.

—Yo también te quiero Bruce.

—Estaba pensando en hacerte algo especial para nuestra cita de mañana.

—¿Ci-cita? —los nervios empezaron a apoderarse de ella, sabía que iba a salir con Bruce, pero no lo tomó como una cita, simplemente, como una salida de amigos.

—Si —hizo una pausa —. Nat, quiero intentar rtar algo contigo, claro si estás de acuerdo —de momento ya estaba nervioso.

—Es un gran movimiento Sr. Banner.

—Es el movimiento que quiero hacer, señorita Romanoff.

—Ok, entonces tendremos una cita mañana —no se le podía ver, pero Natasha ya estaba saltando de la emoción.

—Gracias.

—De nada, Sr. Banner.

Sonrió, antes de lanzar con miedo la siguiente pregunta.

—Nat, si en caso, yo cometiera un error, un error que te haría daño, ¿me lo perdonarías?.

Sintió el silencio unos segundos, antes de escuchar un suspiro, oyó como la joven aclaró su garganta y respondió tranquila.

—Bruce, te quiero, y mucho, además, con el tiempo que te conozco, se que no me harías daño ¿verdad?.

—Cierto, pero tengo miedo de hacer algo mal y que eso te dañe —apretó sus labios.

—Cariño, eso no va a pasar, quizás me hagas daño, de una manera que ambos conocemos, en la cama—soltó con tono pícaro, haciendo sonrojar al rizado.

—Ténganlo presente la próxima vez que nos veamos, joven Romanoff —le siguió el juego.

—Oh claro, quizás me lo gane de castigo por usar algo, tan, diminuto —susurró sensual.

—Joder, si seguimos hablando así, mi amiguito se despertará y no te tengo para que lo calmes —dijo sintiendo el calor en su cuerpo.

—Gracias por avisar, Bruce —su risa se hizo presente en la línea.

—Vale, descansa, o llegarás tarde al trabajo por mi calentura.

—suelta una risilla —. Ok, tu también duerme, llámame cualquier cosa.

—Adiós, te quiero.

—Te quiero.

Antes de colgar, escuchó la risilla de la joven.

Una difícil decisión © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora