Capítulo 30

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La luz le fastidia la vista a penas abre los ojos. Lo primero que observa la pelirroja es el blanco techo que está sobre ella, sin entender la situación, trata de incorporarse del lugar donde está mientras su visión se acostumbra a la molesta iluminación, pero se percata que tiene un cable conectado a ella.

Trata de quitárselo, pero es inútil. Chasquea la lengua al no concluir con su objetivo, entonces, opta por observar la habitación, que está repleta de iluminación, una que otra máquina a sus lados, y un cartel diciendo “el silencio es la mejor medicina para el paciente”.

Ahora lo entiende, está en un hospital, pero la pregunta es, ¿que hace ahí?. Trata de recordar, pero las punzadas en su cabeza son una verdadera molestia en esos momentos.

—Qué bueno que estás despierta —el suave tono de voz hace que la pelirroja se fije en la joven enfermera que está frente a su camilla, con una calida sonrisa.

—¿Q-qué hago aquí? —apenas habló, los taladros en su mente no cesan.

—Obtuvo un shock demasiado fuerte, luego de eso, tuvo un ataque de nervios, tuvimos que darle un sedante para que pueda descansar un poco —responde dulce la joven —. ¿Cómo se siente?.

—¿Un ataque? —habló sin responder la pregunta de la joven —. ¿Qué pasó?.

La castaña tuvo que tomarse unos segundos antes de responder, para ningún médico o enfermera/o es fácil darle malas noticias a sus pacientes.

—Fuiste testigo de un accidente, de un atropellamiento para ser precisos —trató de sonar lo más tranquila posible, observándola y asegurándose de que la pelirroja no obtenga otro ataque que la perjudique.

Aquellas palabras retumbaron en ella, logrando que una ola de recuerdos oscuros lleguen a su mente.

—¡Bruce! —gritó con todas sus fuerzas, pero ya era tarde, un auto impactó contra el indefenso cuerpo del chico de rizos.

Corrió sin importarle nada hacía el rizado, quién estaba inmóvil en la pista tras el impacto, las personas estorban a su alrededor, solo miran la escena y no hacen nada, mientras que ella hace todo lo posible.
Con el corazón en la mano, hizo un intento de reanimarlo, pero no había señales de nada, Banner no respondía.

—¡Bruce! ¡Bruce! —trató de todas las formas hacerlo reaccionar, pero simplemente, el chico de rizos era ajeno a sus palabras.

—¡Brucie! —a lo lejos, escuchó la desesperada voz del castaño, pero no le prestó atención, su visión solo era hacía el joven en sus brazos.

Fue inútil sus esfuerzos, después de unos segundos, se derrumbó en un sollozo. Torpemente, acarició los rizos del joven empresario y besó su frente susurrando: yo siempre estaré contigo.

Aunque las palabras no servían, aún debía cumplir su promesa.

Apenas y logró oír el sonido de la ambulancia acercarse, llegaron los para-médicos y desde que sus manos dejaron de tocar el cuerpo del rizado.

Enloqueció completamente.

Suelta un quejido al sentir los fuertes dolores de cabeza que esta recibiendo.

Bruce.

Es aquel nombre que le reproduce su mente.

Bruce.

Es ajena a la voz de la enfermera, quién está tratando de calmarla al ver que va a entrar en otro ataque.

Bruce.

Una difícil decisión © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora