9. eres fuerte y valiente

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–Ah, no, de eso nada –negó él con vehemencia–. Ni se te ocurra utilizarme como excusa para marcharte. ¿Quieres saber por qué me importa? Porque no me gusta que la mujer que me hace hincar la rodilla, o sea, tú, se derrumbe ante un par de idiotas sin cerebro.

–¿Cuándo te he hecho yo hincar la rodilla? –pregunté como una tonta.

–¿Ya lo has olvidado? Hace solo un par de horas te tomé en mis brazos y te supliqué que hicieras el amor conmigo. Era un monigote en tus manos.

(Monigote: persona que permite que otros decidan por él).

Sentí un estremecimiento e intenté reírme.

–No recuerdo que suplicaras... –no pude acabar la frase, porque Jongdae tiró bruscamente de mí y me acarició la barbilla y el cuello con la punta de los dedos.

–Así es como suplico –sus labios estaban tan cerca de los míos que me robaban el aliento–. Eres fuerte, Diana. Y muy valiente –me besó con una suavidad exquisita–. ¿Por qué finges ser lo contrario? – se echó hacia atrás y me miró con expresión ceñuda–. Quiero a la mujer a la que contraté, la que siempre está intentando patearme el trasero. Quiero volver a verla.

Me humedecí los labios.

–Es muy difícil...

–No. Es muy fácil. Vuelve a ser tú misma o lárgate de mi casa.

Me quedé boquiabierta. Aquella sí que era buena...

Mi propósito había sido marcharme de Penryth Hall por mi propio pie, pero la posibilidad de que fuera Jongdae quien me echara a patadas se me antojaba del todo inaceptable.

–¿Me estás despidiendo? –su mirada me estremeció–. No lo entiendes. Madison y yo tenemos una... Y Kyungsoo... –no sabía ni cómo explicarme.

–¿Todavía lo quieres? –su mirada se endureció–. Eres una pobre ingenua. Pero eso es lo que hace el amor. Nos vuelve tontos.

–Ya no sé lo que siento.

–Sea lo que sea, no importa. Tienes que superarlo. Vales más que eso, Diana, y no quiero ver cómo te pisotean. O dejas de ser un felpudo o te vuelves a Londres con ellos.

Sentí que iba a desmayarme, acosada por todos lados. Cuánto deseaba ser la mujer fuerte y valiente que él describía. Pero la idea de enfrentarme a ellos y decirles lo que pensaba...

–No creo que pueda –admití con voz ahogada.

–Tienes veinte minutos para decidirlo –dijo él con la mandíbula apretada. Se giró y se detuvo en la puerta–. Dúchate, péinate y ponte ropa seca. Quiero que me des tu respuesta cuando bajes para cenar.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora