25. ¿cambiarás de opinión?

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-Pues yo creo... –me acarició el hombro– que te diría que te cases conmigo.

Me sacudió un temblor. Lo miré con el ceño fruncido.

–¿Siempre te sales con la tuya?

–Pregúntamelo mañana –respondió él, y clavó una rodilla delante de mí.

–¿Qué haces? –le pregunté, boquiabierta.

–Lo que debería haber hecho hace mucho. Sabes que quiero casarme contigo, Diana. Te lo pido una última vez. Lo único que quiero es hacerte feliz –se sacó del bolsillo un estuche negro de terciopelo y lo sostuvo a la luz de las velas–. ¿Me darás la oportunidad?

No podía moverme ni respirar. En aquel momento supe que mi futuro y el de mi hija dependerían de la elección que tomara.

–Diana –abrió el estuche–. ¿Quieres casarte conmigo?

Ahogué una exclamación de asombro al ver el enorme diamante del anillo.

–Es del tamaño de un iceberg...

–Te mereces lo mejor.

En los años que había pasado en Hollywood había visto diamantes de todos los tamaños, pero nada como aquello.

–No me hagas esto. No tenemos por qué casarnos. Podemos vivir separados y criar juntos a nuestra hija...

–No, no es eso lo que quiero –siguió con una rodilla en el suelo–. ¿Qué respondes?

Lo miré, contemplé los pétalos, las velas, y respiré hondo.

–Cambiarás de opinión...

–No lo haré –dudó–. Pero si amas a otra persona...

Negué con la cabeza.

–¿Entonces? –me preguntó dulcemente.

–Tengo miedo. Una vez te amé y casi fue mi perdición.

–No tienes que amarme.

¿Un matrimonio sin amor? No soportaba aquella idea.

–Temo que si nos casamos te arrepientas y desees volver a tu vida de antes...

–Solo me arrepentiré si dices que no.

–¿Dónde viviríamos? –pregunté con una risa histérica–. No puedes pasarte la vida esperándome mientras yo me dedico a hacer anuncios... Tarde o temprano tendrás que volver a tu trabajo.

Él me miró con una expresión inescrutable a la luz del crepúsculo.

–Tienes razón.

–No quiero vivir en Londres. Allí fuimos muy desgraciados.

–Hay otras opciones.

–¿Como cuáles?

–El mundo entero –se levantó y se puso mi mano izquierda sobre el corazón. Podía sentir sus fuertes latidos–. No volveré a hacerte daño, Diana –dejó la rosa y el estuche en la mesita y me estrechó entre sus brazos. Me acarició el pelo y bajó las manos por mi espalda, desnuda salvo por las cintas del vestido–. Déjame demostrártelo...

Agachó la cabeza para besarme, y esa vez no pude resistirme a sus tiernos y sensuales labios.

No solo estaba abrazando mi cuerpo. Estaba acariciando mi alma.

–Cásate conmigo, Diana –me susurró, rozándome con sus labios. Todas las razones por las que no debía hacerlo me invadieron de golpe.

Pero el beso de Jongdae las disipó como la niebla de la mañana. Quería, necesitaba creer en él. Y no podía seguir manteniendo por más tiempo el secreto de mi corazón. Amaba a Jongdae. Nunca había dejado de amarlo. Y lo único que quería era que él también me amase.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora