Tenía que estar soñando. Me quedé atónita en el banco de mármol. Los pájaros piaban sobre las palmeras y una suave brisa soplaba entre las flores, envolviéndome con la fragancia a rosas.
–¿Qué has dicho? –susurré. Jongdae me clavó su intensa mirada.
–Quiero casarme contigo.
Me eché hacia atrás.
–No lo entiendo... –me llevé una mano a la cabeza, sintiendo que me daba vueltas–. Todo lo que dijiste en Londres... juraste que nunca tendrías mujer ni hijos.
–Todo ha cambiado.
–¿Por qué?
–Estás embarazada de mí. Y te deseo, Diana. Nunca he dejado de desearte. Desde que te fuiste solo puedo pensar en ti.
Me eché a reír, nerviosa.
–Seguro que has tenido otras amantes...
–No.
–¿En cuatro meses?
–Solo te deseo a ti.
El corazón se me iba a salir del pecho.
–No has venido a California porque me desees –dije, intentando controlar mis emociones–. Solo has venido al enterarte de que estaba embarazada.
–Estaba esperando a que me llamaras. Creía que lo harías.
Lo miré con incredulidad.
–¿Creías que iba a llamarte después de lo que me dijiste?
–Las mujeres siempre intentan volver conmigo –sonrió tristemente–. Pero tú no.
Respiré profundamente y pensé en cómo habían sido los últimos meses. Sola y destrozada, derramando lágrimas en silencio hasta caer rendida para verme indefensa ante el despiadado ataque de los sueños.
–Tu embarazo me obligó a hacer lo que temía hacer. Venir a buscarte y pedirte que volvieras conmigo.
Un estremecimiento más fuerte que el rencor y el orgullo me recorrió por dentro, pero me obligué a negar con la cabeza.
–Te deseo –su mirada me hacía temblar y evocar la pasión que habíamos compartido–. Te necesito, Diana.
–Solo echas de menos el sexo –murmuré con voz ronca–. No es razón suficiente para casarse.
–No quiero casarme contigo por el sexo –se enderezó en el banco, recordándome lo grande y poderoso que era–. Quiero que nos casemos para que nuestra hija tenga una infancia como la tuya, no como la mía.
Tragué saliva al recordar lo solitaria que había sido su infancia, con una madre que lo abandonó cuando tenía diez años y un padre que lo ignoraba. Hasta el idolatrado jardinero que le había enseñado a pescar lo había dejado solo.
Y después el internado, su horrible primo, un castillo vacío...
–No tienes de qué preocuparte –le toqué el hombro–. Nuestra hija estará siempre bien –me puse las manos sobre la barriga–. Te lo prometo.
–Lo sé –me miró a los ojos–. Porque yo estaré ahí.
–Jongdae...
Él puso una mano sobre la mía, arrancándome un gemido al sentir su peso descansando protectoramente sobre la vida que habíamos creado.
–No voy a perderla –me miró la barriga con un atisbo de sonrisa–. Ni a ti.
Se me secó la garganta.
–Pero yo no te quiero –murmuré, como si aquellas palabras fueran una especie de hechizo que pudiera hacerlo desaparecer–. Nunca volveré a quererte.
Él sonrió, se inclinó hacia mí y me puso una mano en la mejilla.
–Entonces, seremos amigos con beneficios.
–¿Casados?
–Por supuesto.
–No voy a permitirte que hagas esto –dije, temblando bajo su tacto–. No puedes volver así como así, después de haberme roto el corazón, y obligarme a que te acepte en mi vida.
–Quieres decir que tendré que ganármelo.
–Bueno... sí... ¿por qué sonríes?
–Por nada. Sé muy bien lo que debo hacer –se deslizó por el banco hasta hacerme sentir su calor corporal–. Haré lo que haga falta para recuperar lo que he perdido.
–No puedes. Eres el padre de mi hija, pero nada más. No volveré a ofrecerte mi corazón ni mi cuerpo. No me acostaré contigo. Y de ningún modo me casaré contigo.
Él me estrechó entre sus brazos.
–Ya lo veremos...
Sentí la dureza de sus músculos, oí su gemido y me di cuenta de que también él estaba temblando. Fue mi último pensamiento antes de que tomara posesión de mi boca con una avidez irresistible.
Los colores del jardín se arremolinaron en torno a nosotros, sumiéndome en un torbellino rosa y verde que me elevó hacia el cielo. Contra mi voluntad, le devolví el beso. Solo un beso.
Un último beso de despedida. Antes de echarlo de mi vida para siempre.

ESTÁS LEYENDO
Thunder - Chen
FanfictionÉl me había dejado muy claro lo único que podía darme, y yo, perdida en un arrebato de pasión ciega, lo había aceptado sin pensar en nada más. Le entregué mi corazón cuando él solo quería mi cuerpo.