27. final

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El cielo era azul y soleado, y el aire estaba impregnado con la fragancia de las rosas y las lilas. Me puse las gafas de sol y corrí hacia el descapotable de Madison. Había intentado llamar a Jongdae al móvil, pero no había obtenido respuesta, ni tampoco en la casa de Malibú.

Era lógico; ¿por qué iba Jongdae a quedarse en California?

De repente, me asaltó una sospecha. Jongdae tenía una isla privada en el Caribe. El lugar idóneo para escapar de un desamor, sin teléfono ni Internet, sin otro modo de llegar hasta allí que su avión.

Luego de recogerme el pelo, me subí al coche y salí a toda velocidad hacia la costa.

El viento me azotaba la piel y a los pocos segundos volvía a tener el pelo suelto y alborotado, pero pisé a fondo el acelerador. Tenía que alcanzarlo a tiempo. Antes de que su avión despegara. De lo contrario, pasaría mucho tiempo hasta que volviera a verlo.

Las luces traseras de los coches me obligaron a frenar en seco.

–Vamos, vamos –grité, pero el tráfico se había detenido.

¿Habría habido un accidente? ¿Estarían rodando una película? ¿Sería la visita de algún dignatario? ¿O era tan solo el destino, que me apartaba de Jongdae justo cuando me había dado cuenta de lo que perdería? ¿Dé qué servía tener un coche tan rápido si no se podía circular?

«Creía que podía hacerte feliz. Pero no puedo obligarte a casarte conmigo».

Todas las personas a las que Jongdae había querido lo habían abandonado. Su madre. Su padre. La mujer de España. Había aprendido a no confiar en nadie y que las palabras no significaban nada.

Y a mí había intentado decirme que me amaba de una manera más real que las palabras.

¿Cómo había encontrado el coraje de ir a California y decirme que quería volver conmigo? ¿Cuánto le había costado intentar ganarse mi amor de nuevo?

Todo. Su corazón. Su orgullo.

La empresa de su familia. Y aun así había dejado que tomara yo la decisión. Me amaba lo suficiente como para perderme.

El tráfico volvió a ponerse en marcha.

El sol brillaba con fuerza, pero yo sentía frío y me castañeteaban los dientes al llegar al aeródromo privado donde Jongdae tenía su avión. Lo tenía allí desde hacía un mes y no lo había usado ni una vez, tan ocupado estaba cuidando de mí.

¿Habría llegado a tiempo?

Aparqué de cualquier manera en el pequeño aparcamiento y salí corriendo hacia el hangar sin preocuparme por cerrar la puerta del coche. No había nadie, salvo un mecánico que estaba examinando el motor de una avioneta.

–¿Puedo ayudarla?

Oí un motor al otro lado del hangar, y a través de la puerta abierta vi un avión como el de Jongdae dirigiéndose hacia la pista.

–¿De quién es ese avión?

El mecánico se echó hacia atrás la gorra.

–No estoy autorizado a decirlo...

–Es de Kim Jongdae, ¿verdad? ¿Se dirige al Caribe?

El hombre frunció el ceño.

–¿Cómo demonios lo...?

Pero yo ya no escuchaba. Eché a correr tan rápido como podía hacerlo una mujer embarazada y salí a la pista.

–¡Espera! –grité con todas mis fuerzas, agitando frenéticamente los brazos mientras perseguía el aparato–. ¡Jongdae, espera!

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora