14. quédate

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Los rayos de sol iluminaban el dormitorio cuando Jongdae me despertó con un beso.

–Buenos días.

–Buenos días –lo saludé tímidamente con un bostezo.

Seguíamos estando desnudos y entrelazados, y yo sentía un maravilloso escozor en mis partes más íntimas. Habíamos hecho el amor tres veces. Después de la primera vez nos habíamos quedado dormidos el uno en brazos del otro, hasta que nos despertamos a medianoche con un apetito voraz.

Nos pusimos las batas y bajamos a la cocina como dos jóvenes actuando a escondidas. Antes de que me diera cuenta, me había metido la mano bajo la bata de seda y me estaba penetrando contra la pared de la cocina.

El peligro de que nos sorprendiera la señora MacWhirter o cualquier otro empleado no hacía sino avivar la emoción y el placer. Empotrada contra la pared, lo rodeé con mis piernas y recibí sus furiosas acometidas intentando sofocar los gritos.

Después de zamparnos unos sándwiches y un trozo de tarta a oscuras volvimos al dormitorio, riéndonos en voz baja. Estábamos tan sudorosos que decidimos darnos una ducha.

Y bajo el agua volvimos a hacerlo. Jongdae me estaba enjabonando el pelo y yo, de puntillas, intentaba hacer lo mismo con el suyo. Él me puso un poco de espuma en la nariz y yo lo castigué con un fuerte cachete en sus duras nalgas.

Dos segundos después me estaba haciendo el amor contra la mampara de vidrio y susurrándome palabras subidas de tono al oído. Me estremecí al recordarlo, y más aún cuando vi la expresión hambrienta con que Jongdae me miraba. Mi cuerpo respondió de inmediato.

Estaba tan mojada como si no me hubiera colmado la noche de orgasmos.

Pero a diferencia de las veces anteriores, salvajemente frenéticas, a la luz de la mañana Jongdae se mostró mucho más delicado. Yo estaba tan sorprendida como encantada de que no pudiera saciarse conmigo.

Le clavé las uñas en la espalda y no tardamos en alcanzar de nuevo el clímax. Después me abrazó y me besó en la frente.

–¿Qué me estás haciendo? –murmuró, y yo sentí que se me henchía de gozo el corazón. Cerré los ojos y pegué la mejilla a su pecho.

Por primera vez en mi vida no pensaba en el pasado ni el futuro. Estaba exactamente donde quería estar. Cuando volvimos a despertarnos ya eran más de las doce del mediodía.

–Buenas tardes –me susurró con una sonrisa.

–Buenas tardes –suspiré y me estiré–. Odio tener que levantarme.

–Pues no lo hagas.

–Tengo hambre. Y tengo que hacer el equipaje.

–¿El equipaje? –frunció el ceño–. ¿Para qué?

–Para irme a casa.

–¿Te marchas? –parecía tan indignado que me eché a reír.

–Me has despedido, ¿recuerdas?

–Ah, sí –se relajó y pensó un momento–. «Despedido» es una palabra muy fuerte. Sería más apropiado decir «declararte excedente». Ayer, mientras estabas paseando, hice que mi secretaria te transfiriera a tu cuenta el salario de todo un año.

–¿Qué?

–Deberías prestar más atención a tus cuentas bancarias.

–Tienes razón. Bueno, pues... Gracias. Ahora me voy a hacer el equipaje y...

–No te vayas –me agarró por la muñeca–. Quiero que te quedes. Al menos hasta Año Nuevo. No como mi empleada, sino como mi...

–Sí –acepté sin dejarlo terminar.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora