8. par de imbéciles

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El agua que chorreaba de mi chubasquero mojaba las baldosas del vestíbulo.

La idea de enfrentarme a ellos me llenaba de pánico.

Jongdae, Madison y Kyungsoo. Los tres a la vez.

No, no podía hacerlo.

Me detuve y apreté los puños a mis costados.

Caesar entró detrás de mí, me miró con simpatía y se sacudió vigorosamente, salpicándome de agua y barro.

Ahogué un grito al sentir la suciedad en la cara y el pelo. No me había abrochado el chubasquero, por lo que hasta la camiseta que llevaba debajo, y que un rato antes Jongdae había manoseado, se puso perdida.

Como si no tuviera ya bastante... Caesar se alejó alegremente por el pasillo, sin duda con el propósito de echarse frente a la chimenea. Afortunado él, que no tenía que enfrentarse al pelotón de fusilamiento.

Oí voces procedentes de la biblioteca.

La voz aguda de Madison y dos voces masculinas.

¿Estaban tomando el té o preparándome una emboscada?

Tal vez pudiera escabullirme sin que advirtieran mi presencia, hacer la maleta y largarme al otro extremo del mundo.

–¿Qué haces? –preguntó Jongdae. Se había duchado y cambiado de ropa.

Tenía el pelo aún húmedo y ofrecía una imagen irresistible con chaqueta y corbata.

–¿Por qué te has puesto tan elegante?

–Tenemos compañía –el fuego que ardía en la chimenea de la biblioteca arrojaba sombras en su adusta expresión–. ¿Te importaría unirte a nosotros?

Era tan atractivo y sofisticado... Todo lo que yo no era. Me parecía increíble que me hubiese besado. Me llevé una mano al pelo y constaté que, en efecto, estaba mojado y enredado.

–¿Y bien? –me apremió él.

–No creo que pueda hacerlo –susurré. El corazón me latía con fuerza y mis pies estaban listos para salir corriendo–. Lo he pensado mientras paseaba. Después de lo que ha pasado he descubierto que ya no me necesitas. Quizá sea el momento de...

–¿Eres tú, Diana? –la voz de Madison llegó desde la biblioteca–. ¡Ven aquí!

Jongdae arqueó las cejas. Se acercó y me quitó el chubasquero.

Me estremecí al sentir el roce de sus dedos y oler su fragancia fresca y varonil. Colgó el chubasquero y se giró de nuevo hacia mí.

–Tarde o temprano tendrás que verlos, Diana –me puso una mano en el hombro–. Cuanto antes, mejor.

Sus ánimos me consolaron y entré en la biblioteca con la cabeza bien alta. La habitación era acogedora y elegante, con una altura de dos pisos, estanterías llenas de libros en todas las paredes, una escalera para llegar a los estantes superiores y una enorme chimenea de mármol en un extremo. Sentadas en el sofá blanco situado frente al fuego estaban las dos estrellas de cine. Madison estaba tan deslumbrante como siempre, con su largo pelo rubio, sus grandes ojos enmarcados por pestañas postizas y unos pómulos tan marcados que podrían cortar el vidrio.

Incluso vestida con una chaqueta blanca de piel, una blusa de seda y unos vaqueros, todo el mundo la reconocería como una estrella de cine. Kyungsoo estaba sentado a su lado, con una mano posada protectoramente en su rodilla.

Tan guapo como siempre, lo rodeaba una aureola de éxito e iba vestido con ropa carísima. Mirándolos, sentí que me ardía el cuerpo y luego se me congelaba. Kyungsoo hizo ademán de levantarse, pero Madison lo agarró de la mano para detenerlo.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora