17. mentirosa

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Aturdida, fui hacia la estación de Charing Cross y me subí al metro.

Mientras el vagón se balanceaba miré el plano de las líneas sobre los asientos. Hacía dos meses que no me llegaba la regla, pero lo había achacado a otros factores: la angustia por volver a los escenarios, el estrés por mentirle a Jongdae, el cambio de clima y de horario...

La pasión nocturna era el único momento en que veía a Jongdae.

Por las mañanas, su chófer lo recogía para llevarlo a su moderno edificio en Canary Wharf.

La encarnizada lucha de despachos que mantenía con su primo lo obligaba a pasar todo el día en la oficina, incluso los domingos, y normalmente no volvía a casa hasta mucho después de que yo me acostara.

Algunas noches ni siquiera regresaba. Pero el resto siempre me despertaba para hacerme el amor con una pasión salvaje y desbocada.

A veces, al amanecer, sentía que me besaba en la sien y me susurraba:

«Buena suerte hoy. Estoy orgulloso de ti».

Y luego se marchaba y yo me quedaba sola.

Sumida en mis divagaciones, casi me pasé de parada en High Street Kensington. Salí a la calle y compré un test de embarazo en la farmacia de la esquina.

Mientras caminaba por la calle bajo una lluvia helada que me calaba a través de mi ligera chaqueta de algodón, deseé tener a alguien que se ocupara de mí.

Alguien que me estrechara en sus brazos y me dijera que todo iba a salir bien. Porque tenía miedo. Llegué a la elegante vivienda de estilo georgiano, situada a pocas manzanas del Palacio de Kensington.

–¿Diana? –me llamó la señora Corrigan, el ama de llaves, desde la cocina–. ¿Eres tú, querida?

–Sí –respondí débilmente. No había motivos para estar asustada. En cuanto la prueba diera negativo, me relajaría y me tomaría una copa de vino–. Voy enseguida.

Fui al cuarto de baño y saqué el test de la bolsa. Lo hice, sin dejar de temblar, y esperé mirándolo fijamente.

«Negativo», me repetía. «Tiene que ser negativo, negativo, negativo».

El test me arrojó el resultado en silencio.

Positivo.

Se me cayó de la mano.

Lo agarré y volví a mirarlo. Seguía siendo positivo.

Lo arrojé a la basura y lo escondí debajo de una bolsa vacía. Lo cual era una ridiculez, ya que pronto no habría manera de ocultarlo.

Embarazada.

Me castañeteaban los dientes mientras me tambaleaba en dirección a la cocina. Sus ventanas daban al jardín trasero. En primavera se pondría precioso, pero en esos momentos estaba sin hojas y cubierto con retazos de nieve medio derretida.

–Ah, aquí estás –dijo la señora Corrigan, que estaba haciendo una tarta de limón–. El señor Kim acaba de llamarte.

–¿Ha llamado aquí? –me dio un vuelco el corazón.

Jongdae nunca me llamaba desde el trabajo. ¿Habría intuido que lo necesitaba?

–Estaba preocupado al no localizarte en tu teléfono.

–Ah... –el teléfono que Jongdae me había comprado el mes pasado seguía en la encimera de granito de la cocina, enchufado, exactamente donde lo había dejado dos días antes–. Enseguida lo llamo.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora