4. sin miedo

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Su mirada me abrasó la piel. Dio un paso hacia mí, dominándome.

–Quizá sea esa la verdadera razón por la que te quiero aquí. Quizá seamos espíritus afines, y quizá podamos... –me apartó un mechón de pelo de la cara– curarnos el uno al otro en todos los aspectos.

Se pegó a mí. Sentí el calor de su aliento y se me desbocó el corazón. Empezó a inclinar la cabeza... Y entonces vi la mueca sarcástica de sus labios.

–Para –le puse las manos en el pecho, duro y cálido a través de la camisa, y él dio un paso atrás, riéndose.

–¿Demasiado pronto, tal vez?

–Eres un cerdo.

Él hizo un gesto de indiferencia con su hombro sano.

–Tenía que intentarlo. Pareces tan ingenua que te creerías cualquier cosa que un hombre te dijera. Es increíble que sigas siendo virgen.

La indignación volvió a apoderarse de mí.

–Primero dices estar desesperado por curarte...

–Yo nunca he usado la palabra «desesperado».

–Y luego despides a una fisioterapeuta detrás de otra, pierdes el tiempo emborrachándote con modelos...

–Y acostándome con ellas –añadió él. Alcé el mentón y entorné la mirada.

–No creo que quieras curarte.

Su expresión se endureció.

–Necesito una fisioterapeuta, señorita Johnson, no una psiquiatra. No me conoces. No sabes nada de mí.

–Sé que he recorrido un largo camino para llegar hasta aquí y que no quiero malgastar mi tiempo. Si no tienes intención de ponerte mejor, dímelo ahora.

–¿O qué? ¿Vas a volver a casa para sufrir la humillación y el acoso de la prensa?

–¡Mejor eso que aguantar a un paciente que culpa a los demás de su apatía y sus inseguridades!

–¿Cómo te atreves a decirme eso a la cara?

–¡No te tengo miedo!

–Deberías tenerlo –se recostó pesadamente en el sillón y miró el fuego. El perro levantó la cabeza y meneó la cola.

–¿Es eso lo que quieres? –pregunté amablemente, acercándome–. ¿Que la gente te tenga miedo?

El resplandor de las llamas proyectaba sombras danzantes en los libros de las estanterías.

–Así es todo más fácil. ¿Y por qué no deberían tenerme miedo? –me clavó la mirada de sus ojos–. ¿Por qué no deberías temerme tú?

Kim Jongdae tenía un aspecto atractivo y sofisticado, pero bajo la serena fachada se adivinaba un abismo más profundo de lo que podía imaginar. A pesar de mis valientes palabras, sentí un escalofrío y me pregunté dónde me había metido realmente.

–¿Por qué debería tenerte miedo? –solté una risa forzada–. ¿Tan oscura es tu alma?

–Amaba a una mujer –dijo en voz baja, sin mirarme–. Tanto que intenté arrancarla de su marido y de su hijo. Por eso tuve el accidente –apretó los labios–. Su marido me lo impidió.

–Por eso no querías que la agencia me diera detalles –dije yo lentamente–, ni siquiera tu nombre. Temías que si supiera más sobre ti no viniera, ¿verdad?

Él endureció la mandíbula.

–¿Alguien resultó herido? –le pregunté.

–Solo yo.

–¿Y qué pasó después?

–Los dejé en paz para que fueran felices. He descubierto que el amor, al igual que los sueños, reporta más sufrimiento que placer –se giró hacia mí con expresión sombría–. ¿Quieres conocer los rincones más oscuros de mi alma? –torció el gesto–. Tú, que solo eres inocencia y candor.

Fruncí el ceño.

–Soy mucho más que eso –de repente recordé mi poder, recordé todo lo que era capaz de hacer, y el miedo desapareció–. Puedo ayudarte. Pero tienes que prometerme que harás todo lo que te diga. Todo. Ejercicio, dieta, reposo... –arqueé una ceja–. ¿Crees que podrás conmigo?

–¿Y tú crees que podrás conmigo? –replicó él con ironía–. Ninguna fisioterapeuta ha podido hasta ahora. ¿Qué te hace pensar que tú...? –frunció el ceño–. ¿Por qué sonríes? Deberías tener miedo.

Estaba sonriendo. Por primera vez en tres semanas tenía un propósito. Aquel magnate arrogante y pretencioso no sabía con quién estaba tratando. Tal vez mi vida privada fuese un desastre, pero como profesional podía ser tan implacable e inflexible como el multimillonario más soberbio de la tierra.

–Eres tú quien debería tener miedo.

–¿De ti? –preguntó con desdén–. ¿Por qué?

–Me has pedido mi dedicación total y exclusiva.

–¿Y? 

Sonreí aún más.

–Pues vas a tenerla.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora