2. enfrentamiento

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Podía hacerlo, desde luego que sí. ¿Qué dificultad había en guardar silencio y mantener una actitud respetuosa y sumisa?

La puerta del coche se abrió y apareció una mujer anciana con un gran paraguas.

–¿Señorita Johnson? Ha tardado mucho.

–Eh...

–Soy la señora MacWhirter, el ama de llaves –se presentó mientras dos hombres se ocupaban de mi equipaje–. Sígame, por favor.

–Gracias –bajé del coche y alcé la mirada al castillo recubierto de musgo. A primeros de noviembre y visto de cerca, Penryth Hall parecía un lugar encantado.

Me estremecí al sentir las gotas de lluvia deslizándose por mi pelo y la chaqueta. El ama de llaves movió el paraguas con el ceño fruncido.

–¿Señorita Johnson?

–Lo siento –eché a andar y le dediqué una tímida sonrisa–. Llámeme Diana, por favor.

–El amo lleva esperándola mucho tiempo –dijo ella sin devolverme la sonrisa.

–El amo... –repetí en tono burlón, pero al ver la adusta expresión de la anciana tosí para disimular–. Lo siento mucho. Mi vuelo se retrasó.

Ella sacudió la cabeza, como para dar a entender lo que pensaba de los horarios de las compañías aéreas.

–El señor St. Kim. quiere que vaya a su estudio inmediatamente.

–¿El señor St. Kim? ¿Ese es el nombre del anciano caballero?

El ama de llaves abrió los ojos como platos al oír la palabra «anciano».

–Su nombre es Kim Jongdae, sí –me miró como si fuera una idiota por no saber el nombre de la persona para la que iba a trabajar, y realmente así me sentía en aquellos momentos–. Por aquí.

La seguí, terriblemente cansada e irritada. «El amo», pensé con fastidio. ¿Qué era aquello, Cumbres borrascosas? Entre las antiguas armaduras y tapices vi un ordenador portátil en una mesa. Había dejado a propósito mi teléfono y mi tableta en Beverly Hills, pero, al parecer, no podría escapar del todo. Una gota de sudor me resbaló por la frente. No cedería a la tentación de ver lo que estaban haciendo. No lo haría...

–Es aquí, señorita –la señora MacWhirter me hizo pasar a un estudio con muebles de madera oscura y una chimenea encendida. Me preparé para encontrarme con un caballero anciano, enfermizo y seguramente cascarrabias. Pero allí no había nadie. Fruncí el ceño y me giré hacia el ama de llaves.

–¿Dónde...?

La anciana se había marchado, dejándome sola en aquel estudio en penumbra. Estaba a punto de marcharme yo también cuando oí una voz que salía de la oscuridad.

–Acérquese.

Di un respingo y miré a mi alrededor. Un enorme perro pastor estaba sentado sobre una alfombra turca frente al fuego. Jadeaba ruidosamente e inclinó la cabeza hacia mí.

–¿Necesita una invitación por escrito, señorita Johnson? –preguntó la voz en tono mordaz. Casi hubiera preferido que fuese el perro el que hablara. Volví a mirar al derredor con un escalofrío–. He dicho que se acerque. Quiero verla.

Fue entonces cuando me di cuenta de que la voz grave y profunda no procedía de la tumba, sino del sillón de respaldo alto que había frente a la chimenea. Avancé hacia allí, le dediqué una débil sonrisa al perro, que batió ligeramente la cola, y me giré para encarar a mi nuevo jefe.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora