12. ¿estás de acuerdo?

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Su beso se hizo más intenso, más ávido y exigente. Apreté su recio cuerpo contra el mío, como una mujer buscando refugio bajo una tormenta.

Una vocecita me gritaba que me detuviera desde el fondo de mi mente, diciéndome que me encaminaba a mi perdición. Pero la desoí y besé a Jongdae con toda la pasión que ardía en mis venas.

Estaba harta de ser prudente. 

Jongdae emitió un gruñido ronco, me levantó en sus brazos y me llevó hacia la escalera. Acurrucada contra su pecho y medio cegada por el deseo, contemplé maravillada su atractivo rostro mientras me transportaba como si no pesara más que una pluma. 

Kim Jongdae me estaba llevando a su cama.

En unos momentos perdería mi virginidad a manos de aquel mujeriego implacable y rompecorazones.

Pero Jongdae era mucho más que eso.

Le acaricié la mejilla, deleitándome con la sensación de su piel. Era tan fuerte y varonil... tan distinto a mí en todos los sentidos... Y, sin embargo, aquella noche sentía que no éramos tan diferentes.

Jongdae me entendía mejor que nadie. Había reconocido en mí a la chica asustada que era y a la mujer atrevida que quería ser.

Su dormitorio estaba a oscuras y apenas se distinguían los muebles oscuros y espartanos que se alineaban en las paredes. Una gran cama blanca ocupaba el centro, iluminada por la luz que la luna proyectaba a través de la ventana, como un foco plateado.

Jongdae cerró con el pie y me dejó suavemente en la cama. Lo miré, sobrecogida. Tenía veinticinco años, pero me sentía tan inocente como una colegiala. Jongdae se quitó la corbata, la dejó caer al suelo laqueado en negro y avanzó hacia la cama. Y empecé a temblar.

Los rayos de luna iluminaban la cama a mi alrededor mientras Jongdae entrelazaba sus fuertes manos en mis cabellos. Me quitó la cinta y me besó, al principio con delicadeza, pero luego me hizo separar los labios para invadirme con su lengua. Apreté la cabeza contra la almohada, exponiéndole mi cuello para que me prodigara un reguero de besos, colmándome de sensaciones nuevas y arrancándome suaves gemidos.

–No te quiero –murmuré. ¿Se lo decía a él o a mí misma?

–No –sus ojos destellaron–. Me deseas. Dilo.

–Te deseo –mi voz era casi inaudible.

–Más alto.

Alcé la mirada.

–Te deseo.

Mi voz se había vuelto más fuerte. Intrépida y peligrosa. Jongdae me miró con una intensidad que me dejó sin aliento.

–Y yo a ti –me hundió en los mullidos almohadones blancos y me acarició lentamente, con un tacto tan ligero como una pluma y tan ardiente como el aire del desierto.

Apenas sentí sus dedos en mi blusa. Me la desabrochó sin que me diera cuenta y no pude evitar pensar que tenía mucha experiencia. Me levantó y la blusa salió volando, dejando al descubierto mi sujetador azul de seda.

Era mi único sujetador bonito y había decidido ponérmelo precisamente aquel día.

¿Por qué? ¿Una mera coincidencia o en el fondo había sabido que la noche acabaría así?

–Eres preciosa –susurró él, deslizando las manos sobre mi piel desnuda–. Me estabas volviendo loco...

–Tú a mí también –admití.

Los dos habíamos sufrido en soledad las profundas heridas que nosotros mismos nos habíamos causado. Pero en aquel momento ya no sentía la soledad.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora