La brisa marina agitó las diáfanas cortinas blancas al otro lado del bungalow cuando me asomé por la puerta frontal.
–¿Jongdae? –lo llamé indecisamente–. ¿Estás ahí?
No hubo respuesta. El viejo reloj marcaba las nueve en punto. La minúscula cocina estaba vacía y a oscuras. Jongdae me había pedido que fuera aquella noche expresamente, en cuanto acabara de rodar un anuncio al otro lado de la ciudad.
¿Dónde se había metido? No podía haberse olvidado de la cita. Desde que había llegado a California se había desvivido por cuidar de mí, anteponiéndome a todo.
El tiempo que pasamos juntos fue casi como en Cornwall, con la diferencia de que hacía más sol y que no teníamos sexo. No fue impedimento, sin embargo, para que Jongdae pasara conmigo el mayor tiempo posible. Me llevaba a cenar, me daba masajes en los pies y me ayudaba a comprar cosas para la niña.
Yo seguía durmiendo en la habitación de mi infancia en casa de mi padrastro. Una noche tuve antojo de sandía y helado de caramelo y él se presentó a las tres de la mañana con los manjares.
Tuvo que tirar piedrecitas a mi ventana para que le abriera. Ningún hombre podía ser tan bueno durante tanto tiempo.
Y yo tenía que mantenerme firme para no caer rendida a sus pies. Jongdae me había dejado muy claro lo que quería. Matrimonio, un hogar compartido para nuestra hija y a mí en su cama.
Pero yo sabía que tarde o temprano volvería a su vida de mujeriego egoísta y adicto al trabajo. Había empezado a acompañarme al ginecólogo, y cuando vio la primera ecografía y oyó el corazón de su hija sus ojos destellaron de manera sospechosa.
–¿Eso eran lágrimas? –le pregunté cuando salimos.
–No digas tonterías –respondió, secándose con la mano–. Es solo polvo, nada más –y para cambiar de tema me ofreció una comida en un famoso restaurante donde el plato más barato costaba cuatrocientos dólares.
–No, prefiero una hamburguesa, patatas fritas y yogur helado en una cafetería de la playa. ¿No te importa?
–Claro que no. Si tú eres feliz, yo también lo soy.
Durante el último mes su única ocupación en California había sido cuidar de mí. Me trataba no solo como a la madre de su hija y objeto de deseo, sino como si fuera una reina. Era muy difícil resistirse.
A pesar de mis enconados esfuerzos, Jongdae estaba derribando mis defensas poco a poco.
Pasaba con él todo el tiempo que no estaba trabajando, lo que irritaba sobremanera a Kyungsoo.
–Ya no tienes tiempo para mí –se quejó cuando nos vimos en el plató–. Te estás enamorando de él otra vez.
–No es verdad –protesté.
Pero mientras atravesaba el bungalow de Jongdae, oscuro y vacío, no estaba tan segura.
¿Podría ser que se hubiera cansado repentinamente de mí y del bebé y se hubiese largado a Londres en su avión privado, olvidando que teníamos una cita aquella noche?
Recordé el brillo de sus ojos aquella mañana, mientras desayunábamos gofres y fresas en una cafetería cercana al plató donde había rodado un anuncio.
Kyungsoo tenía razón.
Estaba empezando a confiar en Jongdae de nuevo. Endurecí la mandíbula y salí a la piscina trasera, con vistas a la playa.
–¿Jongdae?
No hubo respuesta. Cerré los ojos y me deleité con la brisa marina en mi acalorada piel. El mes de agosto y mi avanzado estado de gestación me estaban matando de calor. Volví a entrar y cerré la puerta mosquitera, antes de atravesar el salón con mis chancletas resonando en el suelo de madera. Debería haber llegado horas antes, pero el rodaje se había alargado y luego había recibido una llamada de mi agente.

ESTÁS LEYENDO
Thunder - Chen
FanficÉl me había dejado muy claro lo único que podía darme, y yo, perdida en un arrebato de pasión ciega, lo había aceptado sin pensar en nada más. Le entregué mi corazón cuando él solo quería mi cuerpo.