5. su presa

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-¿A esto lo llamas una sesión de ejercicio? –preguntó Jongdae a la mañana siguiente.

Le dediqué una sonrisa serena.

–Solo eran unas pruebas. Todavía no hemos empezado.

Estábamos en la vieja casa del jardinero, recientemente reconvertido en un gimnasio de rehabilitación con todo tipo de aparatos, bancos de pesas, alfombras de yoga y una camilla de masajes. Jongdae tenía los brazos levantados sobre la cabeza.

–Muy bien –dije, cuadrando los hombros–. Vamos allá.

Lo sometí a una exhaustiva sesión de estiramientos, levantamiento de pequeñas pesas, equilibrio y marcha, y luego lo llevé al pueblo más próximo para que nadara en la piscina. Estuve a punto de hacerle hincar la rodilla, tanto en sentido literal como figurado. Creo que lo sorprendí al llevarlo al límite de sus fuerzas.

–¿Listo para dejarlo por hoy? –le pregunté, regodeándome al verlo jadeando y empapado de sudor. Fue su turno para sorprenderme.

–¿Estás de broma? ¿Cuándo comienza el verdadero ejercicio?

En ningún momento admitió debilidad ni cansancio, y solo sus dedos agarrotados y la palidez de su rostro me revelaron su verdadero estado al final de la jornada. Al día siguiente estaba convencida de que las agujetas lo llevarían a inventarse cualquier excusa para quedarse en su estudio con bolsas de hielo en sus doloridos músculos.

Pero, cuando le dije que se encontrara conmigo en el gimnasio después del desayuno, no protestó ni se lamentó. Y allí lo encontré, levantando más peso del que debería.

–Llegas tarde –me dijo, muy satisfecho consigo mismo, y la segunda jornada transcurrió igual que la primera, con la única diferencia de que Jongdae parecía ir un paso por delante. De modo que, al tercer día, decidida a recuperar el control, desayuné temprano y bajé al gimnasio a las nueve.

Me llevé una gran satisfacción al ver su expresión de asombro cuando llegó cinco minutos más tarde. Al cuarto día lo encontré haciendo estiramientos cuando llegué a las nueve menos cuarto.

Así se estableció nuestra rutina. Cuando Jongdae no estaba trabajando en el estudio, en el ordenador o hablando a horas intempestivas con Londres, Nueva York, Hong Kong y Tokio, exigía mi atención exclusiva y yo se la daba.

Era un duelo de voluntades, cada uno intentando demostrar que era más duro que el otro. Y, al cabo de dos meses trabajando juntos, habíamos llegado a ese punto.

Un día me desperté a las cinco de la mañana, acurrucada en la oscuridad, cuando cualquier persona sensata se habría quedado durmiendo unas cuantas horas más. Me había despertado Caesar, al entrar en mi habitación y subirse a los pies de mi cama. El perro se había convertido en mi despertador particular, porque solo iba a visitarme cuando Jongdae estaba fuera.

Al despertarme, supe que la batalla del día ya estaba medio perdida.

La nieve caía suavemente mientras corría hacia la casa del jardinero. Aún estaba oscuro, como no podía ser de otro modo a las cinco de la mañana en pleno mes de diciembre.

¿Y yo había pensado que podía poner a Kim Jongdae de rodillas?

Había trabajado con jugadores de fútbol, dobles de acción y poderosos empresarios, y creía estar preparada para cualquier macho altanero y dominante. Pero Jongdae era más duro que cualquier otro hombre que hubiera conocido. Recorrí el sendero a oscuras y temblando de frío, y al abrir la puerta vi que, efectivamente, Jongdae ya estaba allí.

Thunder - ChenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora