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EN la familia éramos cinco
hermanos. Cuatro hombres y yo. Los
cinco hacíamos una escala real
perfecta, en tamaño y edades. Yo era
la menor. ¿Se imaginan lo que
significa crecer en una casa con
puros hermanos varones? Nunca
jugué a las muñecas. En cambio, era
campeona para las bolitas y el juego
de palitroques. Y a matar lagartijas
en las calicheras no me ganaba nadie.
Donde ponía el ojo, paf, lagartija
muerta.
Andaba a pata pelada todo el
santo día, fumaba a escondidas,
llevaba una gorra de visera y hasta
había aprendido a mear parada
Se mea parada, se orina
acuclillada.
Y lo hacía en cualquier parte de
la pampa, tal como mis hermanos.
Incluso en las competencias de quien
llegaba más lejos a veces les ganaba
por más de una cuarta. Y en contra
del viento.
Cuando cumplí los siete años entré a la escuela. Aparte del
sacrificio de tener que usar polleras,
me costó un kilo acostumbrarme a
orinar como las señoritas.
Me costó más que aprender a
leer.

La contadora de peliculas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora