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ALGUNOS preguntarán por
qué mi padre no iba él mismo al cine;
por lo menos cuando daban una
mexicana. Mi padre no podía
caminar. Había sufrido un accidente
de trabajo que lo dejó paralítico de
la cintura para abajo. Ya no
trabajaba. Recibía una pensión de
invalidez que era una miseria, apenas
alcanzaba para mal comer.
Ni decir que ni siquiera teníamos para una silla de ruedas.
Para desplazarlo del comedor al
dormitorio, o del comedor a la puerta
de la calle —donde le gustaba beber
su botella de vino rojo viendo pasar
la tarde y a sus amigos—, mis
hermanos le habían adaptado al
sillón las ruedas de un triciclo viejo.
El triciclo había sido el primer
regalo de pascua de mi hermano
mayor y sus ruedas no soportaban
mucho tiempo el peso de mi padre, y
se doblaban, y había que repararlas
constantemente.
¿Y mi madre? Bueno, mi madre,

La contadora de peliculas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora