1. Sumiso

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Isaak

Desde siempre he sido muy sumiso. Parece ser una cualidad bordada en mi naturaleza, un reflejo innato el ser muy obediente y dócil al recibir órdenes. No puedo evitar ser así. Hay algo interno que no me permite desobedecer o rebelarme, como si fuese un instinto de supervivencia. Como sea y con quién sea, mientras sea una autoridad moral. Si es más grande, más fuerte o más inteligente, tengo la necedad de doblegarme ante la imponente figura. Me hace querer caer rendido a sus exigencias, alabarlo como una deidad y cumplir sus caprichos.
Este instinto me ha causado muchos problemas y hasta el día de hoy no es la excepción.
Con mi tío, con mi primo mayor tuve mucho tiempo la necesidad de cumplir sus órdenes, ellos son quienes me cuidaban; en la escuela con varios profesores, tuve mi lapso de estudiante obediente y cumplido. ¿Por qué lo hacía? Es lo único que me salía bien, es la única cosa por la que todos me deseaban, mi docilidad.

A mis 17 años era difícil encontrar a alguien tan obediente como yo, (por la edad de la punzada, y todo eso) pero ahí me encontraba en un salón de clases vacío esperando a mi profesor de matemáticas con una cosa en mi mente: obediencia absoluta.

— Buenas tardes – dijo él esbozando una sonrisa.

— Buenas tardes, Sr. Landon – respondí a su saludo con una voz aguda. Le encanta cuando hacía esa voz.

— Me siento un poco decepcionado de usted, ¿qué le ha sucedido? – me contestó, mientras tomaba asiento y comenzaba a sacar los exámenes de su portafolio.

— Lo lamento mucho, Sr. Landon – bajé la cabeza y comencé a sollozar. Tenía que verme débil, deseable y en su poder. Él me miró de reojo y se puso sus gafas. Admito que se veía atractivo con éstas.

— Iba tan bien usted, ¿Por qué ha reprobado el examen? – preguntó dubitativo.

— Perdone, lo he decepcionado – chillé un poco más y me acerqué a él. Lancé la carnada al agua – ¿Qué pasaría si le dijera que lo reprobé a propósito?

— ¿Cómo dice? – dijo extrañado – ¿Por qué haría tal cosa?

— Pues no lo sé – me arrodillé frente a él, a un lado del escritorio. Es hora de mover un poco el anzuelo – Quizá, una excusa para saber si le importo, para acercarme más a usted...

— ¿De qué habla? Me importa mucho como mi estudiante, Sr. Rossitier – me tomó de mi hombro con suavidad, dándome consuelo. Debía seducir a la presa.

— ¿Sólo así Sr. Landon?, ¿solamente como un simple estudiante? – pregunté, viéndolo atentamente a sus ojos marrones. Su mirada cambió de pronto y se quitó los lentes, confundido, se talló la comisura entre su nariz y sus ojos. Transpiró.

— ¿A qué se refiere? – comenzó a sudar, se sentía por su mano el calor tibio de su cuerpo que subía su temperatura corporal. Su mirada cambió de súbito. Tan perfecto.

— Pues no sé... quiero pensar que puedo ser especial para usted de muchas formas, Sr. Landon – coloqué mis manos al igual que un tierno cachorrito, esperando que lanzaran el juguete. Sólo faltaba la aprobación. Mi palma rozó su pierna por accidente y él se contoneó aún nervioso – ¿Cómo puedo lograr ser más especial para usted, Sr. Landon?

— Puedes llamarme Ismael, joven Rossitier – sonrió bobamente. Intentaba camuflajear sus intenciones entre risas coquetas. Estaba tentado a nadar en mis redes. Se veía agitado, pues el latir de su corazón se disparó entre mis dedos. Se quitó su chaleco, intentaba ventilarse y me apartó un poco para respirar. Yo por otra parte, quería dejarlo sin aliento.

— Entonces, ¿qué puedo hacer para lograrlo? – mi voz cambió aún más. Recuerdo que mi tono sólo se había torcido así un par de veces cuando deseaba algo, cuando quería ser obediente, o cuando tenía que serlo. Por desgracia, muchas veces, sólo para él.

¡PATÁN! [BL] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora