Prólogo

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Aquella borrasca sería recordada como una de las más violentas en la historia de Changwon. En total, nueve tornados documentados tocaron tierra aquella noche, destrozando a su paso casi una treintena de casas. El tendido telefónico quedó arrasado, los transformadores ardieron sin que nadie pudiera hacer nada, miles de árboles fueron derribados y los tres ríos más caudalosos se desbordaron. Aquel golpe de la Madre Naturaleza cambió la vida de mucha gente.

El desastre se desencadenó en un abrir y cerrar de ojos. Un minuto antes, el cielo estaba encapotado, pero nada fuera de lo normal. Sin embargo, al minuto siguiente, aquel cielo gris de principios de verano se abrió. Cayeron relámpagos, soplaron vientos huracanados. Una tupida cortina de lluvia lo cubrió todo. Un frente llegado del noroeste cruzó el estado a más de sesenta kilómetros por hora. De repente, las emisoras de radio empezaron a bombardear con mensajes de emergencia, informando acerca de la violencia de la borrasca. Los que pudieron buscaron cobijo en algún edificio, pero los que transitaban por las carreteras no tuvieron la misma suerte.

Jeon Wonwoo era una de las personas que circulaba por la autopista en aquellos precisos momentos, por lo que se vio atrapado en medio del temporal, completamente indefenso.

La lluvia arremetía con tanta fuerza que obligó a los conductores a aminorar la velocidad a unos diez kilómetros por hora. Wonwoo agarró el volante hasta que se le quedaron los nudillos blancos, con todos los sentidos en alerta. En algunos momentos, no veía ni la carretera a través del parabrisas, pero sabía que si separaba podía provocar un accidente, pues probablemente los conductores que iban detrás de él no lo verían a tiempo para frenar. Se pasó el cinturón de seguridad por encima de la cabeza para poder inclinarse más sobre el volante, sin apartar la vista de las líneas de la autopista, que eran prácticamente invisibles. Durante un buen tramo condujo guiándose solo por el instinto. No veía nada de nada. La lluvia caía sobre el parabrisas como una monstruosa ola oceánica, oscureciendo prácticamente toda la visión. Los faros del vehículo resultaban inútiles. Quería parar, pero no había dónde. Los vehículos invadían toda la autopista. Nadie podía ver nada en tales condiciones.

Tomó la decisión de seguir conduciendo, ya que, en cierto modo, le pareció la opción más segura. Sus ojos se desplazaban de la carretera a las luces traseras del vehículo que tenía delante, para luego fijarlos en el espejo retrovisor. Solo rezaba para que el resto de los conductores actuaran como él, con la misma prudencia, intentando evitar la colisión a toda costa. Entonces, con la misma celeridad con la que había arrancado, la borrasca perdió fuerza y la carretera volvió a hacerse visible a través del parabrisas. El chico suspiró, aliviado. Al parecer, el resto de los conductores tuvo la misma impresión, ya que, a pesar del pavimento resbaladizo, los vehículos volvieron aacelerar, compitiendo por adelantarse. Wonwoo también pisó el acelerador, para seguir el ritmo de los demás. Al cabo de diez minutos, la lluvia seguía cayendo, aunque de un modo más débil. Echó un vistazo al indicador del nivel de combustible y sintió una creciente angustia en el pecho. No le quedaba suficiente gasolina para llegar a casa. Los minutos pasaban. El tráfico fluido lo mantenía alerta.

La luna nueva iluminaba tenuemente. El pelinegro se colocó en la cola para pagar. Delante de él había cuatro personas, todas con el semblante impaciente y cansado, como si no alcanzaran a entender cómo era posible que la gasolinera estuviera tan concurrida a aquellas horas. Parecía como si se hubieran olvidado de la tormenta, aunque, a juzgar por sus miradas, Wonwoo sabía que no era así. Todo el mundo estaba tenso. Sus expresiones clamaban en silencio que querían salir de ahí cuanto antes.

Suspiró. Podía notar la tensión en la nuca mientras realizaba suaves movimientos rotatorios con los hombros, para relajarse. Entornó los ojos, se los frotó y volvió a abrirlos. En uno de los pasillos que tenía a su espalda, una madre discutía con su hijo pequeño. El chico echó un vistazo por encima del hombro. El niño debía de tener la misma edad que Bohyuk (cuatro años y medio). Su madre parecía tan tensa como Wonwoo. Agarraba al crío con nerviosismo por el brazo, mientras el pequeño no paraba de patalear.

—¡Quiero gomitas y keke! —refunfuñaba.

Su madre se mantuvo firme.

—¡He dicho que no! ¡Ya has comido bastantes porquerías hoy!

—¡Pero tú sí que te has comprado algo!

Wonwoo volvió a mirar hacia delante. La fila no había avanzado ni un paso. Alargó el cuello para ver mejor. La cajera parecía aturdida con tanto trajín y, por lo visto, todos los clientes querían pagar con tarjeta. Otro minuto. Quedaban tres personas delante de él. La madre y el niño se colocaron en la fila justo detrás del pelinegro. Seguían enzarzados en la disputa. Wonwoo apoyó la mano en el hombro de Bohyuk. El pequeño tomaba sorbitos de leche con una pajita y permanecía en silencio. Casi era inevitable escuchar la discusión a su espalda.

—¡Cómpralo, mamá!

—¡Como sigas así, lo único que conseguirás será llevarte una buena lección! ¡No estoy de humor para tonterías!

—¡Pero es que tengo hambre!

—¡Pudiste comerte el perrito caliente!

—¡No quería un perrito caliente!

Aquella lucha sin cuartel entre madre e hijo no parecía tener fin. Entonces, llegó el turno de Wonwoo. Abrió el monedero y pagó en efectivo. Siempre llevaba encima una tarjeta de crédito, por si surgía alguna emergencia, pero la usaba muy pocas veces, por no decir nunca. Con la mirada fija en los números digitales de la caja registradora, buscó el dinero en el monedero. A su espalda, la madre seguía discutiendo con su hijo. La cajera le entregó el cambio. Acto seguido, Jeon dio media vuelta para enfilar hacia la puerta. Consciente de lo estresante que estaba siendo aquella noche para todo el mundo, sonrió amablemente a la madre que estaba justo detrás de él, como queriendo decir: «A veces los niños pueden dar mucha guerra, ¿Verdad?»

Como respuesta, la mujer esbozó una mueca de fastidio.

—¡Qué suerte tiene! —soltó la señora.

Wonwoo la miró con curiosidad.

—¿Cómo dice?

—He dicho que qué suerte tiene —repitió, abrumada, al tiempo que señalaba a su hijo—. ¡Este pesado no se calla nunca!

El pelinegro clavó la vista en el suelo, asintió con los labios prietos, se apartó y abandonó la tienda. A pesar del estrés por la tormenta, a pesar del largo día conduciendo y de las horas que había pasado en el centro médico, solo podía pensar en Bohyuk. De repente, mientras se dirigía hacia el coche le entraron unas incontrolables ganas de llorar.

—Se equivoca —musitó para sí con tristeza—. Usted es la que tiene suerte.

¡Hola!

Esta es @snowcoups. Me han cerrado la cuenta original, y en realidad me he sentido muy pésimo desde que pasó. Envié varios correos, pero solo me han dicho que ha sido un fallo y no me dan una solución. Dudo mucho que me reactiven la cuenta, es por eso que después de todo, he decidido empezar de nuevo.

Espero poder volver a encontrar a todos mis lectores pronto. La verdad, lo que más me duele a parte de todo el amor, los 1.4K seguidores y las buenas respuestas que recibieron mis historias, son los mensajitos que me dejaban en el muro. No saben cuánto me emocionaban, cuánto aprecio y cuánto atesoro aquellos mensajes. Ahora que no están, es triste...

Estaré subiendo el prólogo de todas las historias que tenía y subiré los capítulos tan pronto pueda. Por favor, espero su apoyo votando y comentando. Me ayudarían mucho tanto emocionalmente como para que me puedan encontrar más fácilmente ;;

A quienes vuelvan a encontrarme, de antemano les agradezco por haberme buscado y haberme recordado. Espero que todo vuelva a ser como antes. Los quiero mucho a todos

Nota:  La siguiente historia es una ADAPTACIÓN

Rescued ➳ MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora