«Capítulo 17»

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Un poco más tarde, aquella noche, cuando la situación en el puente estuvo totalmente controlada, Mingyu se subió a la furgoneta para irse a casa. Tal como esperaba, Jisoo le hizo las mismas preguntas que Seungcheol, incluso más. Se dedicó a analizar con él cada decisión que había tomado y por qué, repasando todas las cuestiones dos o tres veces. El moreno jamás lo había visto tan enfadado, pero hizo todo lo que pudo para convencerlo de que no había actuado de forma temeraria.

—Mira, yo no quería saltar; pero, de no haberlo hecho, ninguno de los dos habría sobrevivido.

Jisoo no replicó nada. Ya no le temblaban las manos. Ya estaba más tranquilo, aunque, eso sí, se sentía agotado.

Ya en casa, Mingyu empezó a evocar las imágenes de las últimas horas; casi como en una película, algunas a cámara rápida; otras, en cambio, a cámara lenta, pero en cada caso las imágenes eran diferentes de lo que en realidad había sucedido. Las suyas no eran las imágenes del éxito, sino más bien las de las pesadillas. Secuencia tras secuencia, todo salía mal, sin poderlo remediar.

Se vio a sí mismo intentando llegar hasta la víctima, oyó el crujido y sintió un pavoroso escalofrío cuando la escalera se partió en dos, enviándolos a ambos a una muerte segura. Vio horrorizado cómo la víctima intentaba aferrarse a su mano, con la cara desencajada por el terror, justo cuando el coche se inclinaba sobre el puente y Mingyu era incapaz de hacer nada por evitarlo. Notó cómo su mano sudorosa resbalaba del cable durante el descenso, hacia los postes de soporte del puente, hacia la muerte. Mientras sujetaba el gancho en el arnés, oyó un tictac extraño inmediatamente antes de que el motor del camión explotara y la piel le saltara a tiras, abrasada. Oyó sus propios gemidos desgarradores mientras perdía la vida. Luego llegó la pesadilla recurrente de su infancia... Mingyu abrió los ojos de golpe. Le temblaban nuevamente las manos y notaba la garganta reseca. Resollando, notó otro subidón de adrenalina, aunque esta vez la tensión le provocó un intenso dolor muscular.

Volvió la cabeza hacia el reloj para ver la hora. Las luminosas cifras rojas digitales indicaban que eran casi las once y media. Consciente de que no conseguiría dormir, encendió la luz de la mesita y empezó a vestirse. No alcanzaba a entender por qué iba a hacer lo que iba a hacer; lo único que sabía era que necesitaba hablar. No con Seungcheol, Seungmin ni con Jeonghan. Ni siquiera con su familia. Necesitaba hablar con Wonwoo.

El aparcamiento en el restaurante de los Chwe estaba prácticamente vacío cuando llegó, con un único coche en una punta. Mingyu aparcó la furgoneta en el espacio más cercano a la puerta y echó un vistazo al reloj. El restaurante cerraría dentro de diez minutos.

Empujó la puerta de madera y oyó el tintineo de una campanita que anunciaba su entrada. El lugar estaba igual que siempre, con su larga barra a lo largo de la pared, al fondo, donde la mayoría de los camioneros se sentaban durante las primeras horas de la mañana. El centro de la sala estaba ocupado por una docena de mesas cuadradas debajo de un ventilador de techo cuyas aspas estaban en movimiento. A ambos lados de la puerta, debajo de las ventanas, había tres reservados, con unos desgastados asientos tapizados en rojo. A pesar de que era bastante tarde, el aire olía a panceta frita. Al otro lado de la barra vio a Chwe Hansol terminando de cerrar la caja de ventas y a Boo Seungkwan, que dejaba las cuentas en orden para llevarlas al cuarto de administración.

Hansol se dio la vuelta al oír el chirrido de la puerta y reconoció a Mingyu tan pronto como este atravesó el umbral. Alzó el brazo para saludarlo, con una gran sonrisa.

—¿Qué tal, Mingyu? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Quieres cenar?

—¡Ah! ¡Hola, Hansol! —el moreno miró a un lado y luego al otro—. No, no tengo hambre.

Rescued ➳ MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora