«Capítulo 18»

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Más tarde, aquel mismo día, a petición de Mingyu, Wonwoo le enseñó el diario acerca de los progresos de Bohyuk.

Sentado en la cocina junto al bombero, fue pasando las páginas, comentando de vez en cuando alguna de las entradas. Cada página contenía los objetivos que se había marcado, así como palabras y frases específicas, con su pronunciación, así como las conclusiones.

—¿Lo ves? Es simplemente una recopilación de lo que hacemos, nada más.

Mingyu pasó las páginas hacia atrás hasta llegar a la primera. Arriba de todo había escrita una sola palabra: «Gato». Debajo, hacia la mitad de la página y llenando la otra cara, Wonwoo había descrito aquel primer día que había practicado con él.

—¿Te importa si lo leo? —preguntó Kim, señalando la página.

Wonwoo asintió y Mingyu leyó despacio, asimilando cada palabra. Cuando terminó, lo miró a los ojos.

—¿Cuatro horas?

—Sí.

—¿Solo para decir «gato»?

—De hecho, Bohyuk no lo pronunció bien, ni siquiera al final. Pero se acercó lo bastante como para que pudiera ser comprensible.

—¿Cómo conseguiste que lo dijera?

—Practicando sin parar hasta que lo consiguió.

—¿Cómo sabías que iba a conseguirlo?

—La verdad es que no lo sabía; por lo menos, no al principio. Había leído un montón de diferentes enfoques sobre cómo practicar con niños como Bohyuk. Había estudiado diferentes metodologías que estaban probando en varias universidades, sabía en qué consistía la logopedia, pero ningún programa me parecía adecuado para él. Quiero decir, algunas de las nociones tenían sentido, por supuesto, pero parecía que describían a otro tipo de niños. Sin embargo, encontré dos libros: Niños con retraso en el habla de Thomas Sowell, y Déjame escuchar tu voz de Catherine Maurice, que se acercaban bastante. El libro de Sowell fue el primero que me dio a entender que no estaba solo en esta cuestión, que hay muchos niños con problemas de lenguaje, aunque a simple vista parezcan completamente normales. Del libro de Maurice saqué la idea sobre cómo enseñar a Bohyuk, aunque su obra trate más que nada sobre el autismo.

—¿Cómo lo haces?

—Sigo un programa de modificación de conducta, uno originalmente diseñado en la Universidad de California. Tuvieron mucho éxito con niños autistas mediante el método de premiar la buena conducta y censurar la mala. Modifiqué el programa y lo adapté a mi hermano, ya que el único problema que él presenta, en el fondo, es a la hora de hablar. Básicamente, cuando dice lo que le pido que diga, le doy un caramelo. Si no lo dice, no hay caramelo. Si ni siquiera lo intenta o si se pone terco, lo regaño. Para enseñarle a decir «gato», le mostré una foto de un gato y repetí la palabra una y otra vez. Empecé por darle un caramelo cada vez que emitía un sonido; después solo le daba un caramelo si pronunciaba el sonido correctamente, aunque solo fuera parte de la palabra. Al final, no le di más caramelos hasta que pronunció la palabra entera.

—¿Y fueron necesarias cuatro horas?

Wonwoo asintió.

—Cuatro larguísimas horas. Bohyuk lloró y pataleó; intentaba levantarse de la silla, lanzaba alaridos como si lo estuvieran martirizando cruelmente. Si alguien nos oyó aquel día, probablemente pensó que lo estaba torturando. Repetí la palabra quinientas o seiscientas veces, seguro. La repetía una y otra vez, hasta que los dos estuvimos al límite. Fue terrible, una experiencia realmente horrorosa para los dos, y nunca pensé que veríamos el final. Cuando al final pronunció la palabra, de repente se acabó la terrible tortura. Toda la frustración, la rabia y el miedo que ambos estábamos experimentando. Recuerdo que me emocioné mucho. No te puedes llegar a imaginar hasta qué punto. Le hice repetir la palabra una docena de veces antes de creer realmente que lo había conseguido. Fue la primera vez que tuve la certeza de que Bohyuk podía aprender. Lo había conseguido, yo solo, sin ayuda. Me es imposible describir lo que eso significó para mí, después de todas las cosas que los médicos habían dicho de mi hermano. Después seguimos probando con nuevas palabras, una al día, hasta que Bohyuk lo lograba. Llegó un momento en que él podía decir el nombre de todos los árboles y de todas las flores que hay cerca de casa, de todas las marcas de coches, de todas las clases de aviones... Su vocabulario era extensísimo, pero, sin embargo, todavía no mostraba la habilidad de comprender que el lenguaje tenía una utilidad. Así que empezamos con combinaciones de dos palabras, como «coche azul» o «árbol grande», y creo que esa técnica sirvió para que él entendiera lo que yo intentaba enseñarle, que las palabras son la forma en que la gente se comunica. Después de varios meses, podía repetir casi todo lo que yo decía, así que empecé a intentar enseñarle a formular preguntas.

Rescued ➳ MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora