«Capítulo 10»

1.8K 238 43
                                    


Tres días después del accidente y del éxito en la búsqueda de Bohyuk, Mingyu franqueó el arco de piedra gris que marcaba la entrada del cementerio más antiguo de Changwon.

Sabía exactamente a dónde se dirigía, así que tomó un atajo entre las lápidas que estaban a la intemperie. Algunas eran tan antiguas que la lluvia había pulido durante dos siglos la superficie hasta borrar casi por completo los epitafios. Mingyu podía recordar las veces que se había detenido frente a alguna de ellas en un intento de descifrar el texto, pero no tardó en darse cuenta de que eso era totalmente imposible. Aquel día, sin embargo, ni siquiera las miró mientras avanzaba con paso firme bajo el cielo en capotado, y solo se detuvo cuando llegó a los pies de un imponente sauce.

Allí, el monumento funerario que había ido a visitar se erigía unos treinta centímetros por encima del suelo. Salvo por la altura, se trataba de un bloque de granito sin ninguna característica en particular, con un escueto epitafio en la cara superior. La hierba estaba muy crecida a ambos lados, pero, aparte de eso, el espacio mostraba un aspecto pulcro. Justo delante de la lápida, en una pequeña maceta encajada en el suelo, sobresalía un ramo de claveles marchitos. Mingyu no tuvo que contarlos para saber cuántos había, ni tampoco se preguntó quién los había dejado allí. Once claveles, uno por cada año de matrimonio. Su madre los llevaba siempre en su aniversario de bodas.

A lo largo de todo ese tiempo, la señora Xu nunca le había dicho a Minghao y Mingyu que pasaba por el cementerio a depositarlas, y ellos jamás habían mencionado que lo sabían. A Mingyu le parecía bien que ella continuara con su secreto, ya que eso le permitía mantener a salvo el suyo. A diferencia de su madre, Mingyu no visitaba la tumba en el aniversario de sus padres. Aquel era el día reservado para ella. El moreno iba al cementerio en el aniversario de la muerte de su padre, un día que jamás olvidaría.

Como de costumbre, iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa de manga corta. Había aprovechado el descanso a la hora de comer para ir directamente al cementerio desde la casa que estaba rehabilitando; la camisa se le pegaba al pecho y a la espalda, por el sudor. Nadie le había preguntado adónde iba, y él no se había molestado en dar explicaciones. Después de todo, era una cuestión que solo le incumbía a él.

Mingyu se inclinó y empezó a arrancar las hierbas más espigadas a ambos lados de la lápida, doblándolas en la palma de la mano para conseguir agarrarlas mejor, antes de cortarlas a determinada altura para que quedaran al mismo nivel que el resto. Se tomó su tiempo. Cuando terminó, pasó el dedo por encima de la superficie pulida de granito.

Año tras año, visita tras visita, Mingyu se iba haciendo mayor. El niño adoptado asustadizo se había transformado en un hombre hecho y derecho. El recuerdo del aspecto de su padre, sin embargo, se truncó. Por más que lo intentaba, el moreno no podía imaginar qué aspecto tendría su padre de haber estado todavía vivo.

A duras penas recordaba las semanas que siguieron a la muerte de su padre. Aquellos días se habían fundido extrañamente en una serie de recuerdos fragmentados: el funeral, llorar junto a Minghao, el soportar todas aquellas angustiosas pesadillas por las noches... Era verano. La escuela estaba cerrada por vacaciones, y Mingyu y Minghao se pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa, intentando borrar aquel trauma.

La señora Xu vistió de luto riguroso durante dos meses. Transcurrido ese periodo, se desprendió de las prendas negras y los tres se fueron a vivir a una casa nueva, un sitio más pequeño, y, aunque a los nueve años los niños muestran escasa comprensión sobre la muerte, ambos niños sabían exactamente lo que su madre intentaba decirles.

«Ahora estamos los tres solos.
Tenemos que seguir adelante»

Tras aquel nefasto verano, Mingyu y Minghao retomaron sus estudios. Sacaban notas decentes, aunque nada espectaculares. Ambos progresaban de forma constante y aprobaban todos los cursos. Con el cuidado y la fortaleza de su madre, sus años de adolescencia fueron como los de la mayoría de los chicos que vivían en aquella zona del país. Durante los años en el instituto, los chicos iban de acampada y en barca siempre que podían. Mingyu desarrolló mucho gusto al fútbol, al baloncesto y al béisbol, en cambio Minghao prefería las artes marciales y el baile.

Rescued ➳ MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora