«Capítulo 26»

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Mingyu se incorporó bruscamente de la cama, con el corazón desbocado y la boca seca. Por un momento, estaba de nuevo en la nave industrial, rodeado de llamas; la adrenalina corría por su cuerpo. No podía respirar y le escocían muchísimo los ojos. Había fuego por doquier. Intentaba gritar, pero de su boca no salía ningún sonido. Se estaba ahogando en un humo imaginario. Entonces, de repente, se dio cuenta de que estaba soñando. Miró la habitación a su alrededor y se esforzó para parpadear, mientras, poco a poco, volvía a la realidad. Aquello le provocó un dolor diferente, un insoportable peso en el pecho y en los brazos.

Choi Seungmin estaba muerto.

Desde el funeral, no había salido de casa y solo le había contestado al teléfono a Seungcheol. Juró que aquel día se reincorporaría a la vida. Tenía cosas que hacer. Su trabajo en la obra y ciertos detalles que requerían su atención. Echó un vistazo al reloj y vio que ya eran más de las nueve y media. Hacía una hora que debería haber salido de casa. En vez de levantarse, sin embargo, se dejó caer nuevamente hacia atrás, incapaz de reunir la energía necesaria para levantarse de la cama.

El Miércoles, a media mañana, Kim se sentó en la cocina, con unos jeans como única prenda. Se había preparado huevos revueltos y tostadas, y clavó la vista en el plato unos instantes antes de echarlo a la basura, sin haberlo siquiera probado. Llevaba dos días sin comer. No podía dormir, ni quería hacerlo. Se negaba a hablar con nadie que no fuera Seungcheol. Las otras llamadas se iban acumulando en el contestador automático del teléfono. No merecía tales atenciones. Todo eso podría aportarle placer, podría ser una válvula de escape. Él no se merecía nada de aquello. Estaba exhausto. Sentía la mente y el cuerpo vacíos de todo aquello que necesitaba para sobrevivir. Si se lo proponía, sabía que podría seguir llevando esa vida hasta que se extinguiera. Sería fácil, una válvula de escape diferente. Mingyu sacudió la cabeza. No, no podía ir tan lejos. Ni siquiera se merecía esa clase de final. Con gran esfuerzo, engulló un trozo de tostada. Su estómago seguía rugiendo, pero se negaba a comer más de lo estrictamente necesario. Era su forma de encajar lo que había pasado. Cada pinchazo de hambre le recordaría su culpa, el odio que sentía hacia sí mismo. Por su culpa, su amigo había muerto. Igual que su padre.

La noche anterior, mientras estaba sentado en el porche, había intentado recordar a Seungmin, pero, curiosamente, la cara de su amigo ya se había quedado congelada en el tiempo. Podía recordar la foto, pero no conseguía traer a su memoria el rostro de su amigo cuando los hacía reír, bromeaba o le daba una palmadita en la espalda. Seungmin ya había empezado a abandonarlo. Pronto su imagen se borraría para siempre. Igual que le pasó con su padre.

Mingyu no había encendido ninguna luz de la casa. El porche estaba totalmente a oscuras. Permaneció allí sentado, en medio de la negrura, abatido por el enorme peso que cargaba sobre sus hombros.

El Jueves fue a trabajar. Habló con los propietarios de la casa que estaba rehabilitando y tomó una docena de decisiones. Por suerte, sus trabajadores estaban presentes en la conversación, y contaban con los suficientes conocimientos como para proceder por su cuenta. Una hora más tarde, Kim no recordaba nada de lo que habían acordado.

El Sábado por la mañana, Mingyu se despertó muy temprano, de nuevo envuelto en una nube de pesadillas. Se obligó a salir de la cama, enganchó el remolque en la furgoneta y luego cargó la cortadora de césped, una desbrozadora y otras herramientas para podar. Diez minutos más tarde, aparcaba frente a la casa de Seungcheol. Él salió al porche justo cuando Kim acababa de descargar.

—El otro día, cuando estuve en tu casa, me fijé en que la hierba está bastante crecida —dijo Mingyu sin mirarlo a los ojos. Tras unos momentos de incómodo silencio, el moreno se aventuró a preguntar: —¿Cómo estás?

Rescued ➳ MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora