Capítulo 2: El Cuervo y el Cuaderno

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¿Alguna vez has sentido un malestar en el estómago que sube hasta tu garganta, como si de vapor se tratase? Bueno, más o menos así era mi situación. Respiraba profundamente, tratando de aminorar el punzar de mis sienes. Mi mente divagaba en todo aquello que tenía que ver con mi existencia. No sabía quién era, de dónde era, por qué estaba ahí, quienes están conmigo ni si esto era acaso algún sueño o alucinación. Mis recuerdos eran difusos, algo me gritaba que ya había estado aquí, pero eran solo señales que pasaban a un segundo plano cuando presencié algo que me hace imaginar que estoy loco:

-Perdóname- Una voz espectral llamó mi atención. Su emisor era aquella ave negra que se giraba hacia donde estaba.

-¿De qué hablas?- Pregunté, como si fuese normal para mí que un animal hablara.

-No fue tu culpa- Siguió articulando palabras con claridad-. Hiciste lo que pudiste, ahora les toca a ellos.

-¿A quiénes?, ¿Quién eres tú?, ¿Dónde estoy?, ¿Por qué hablas?- La última pregunta debió de ser la primera, más el caos impedía el orden en mis pensamientos.

-El caos es solo una ilusión creada por nosotros mismos, al no querer ver el nuevo orden de un sistema.

-¿Cómo...?

-"...EL CUERVO SABE MÁS QUE EL LOBO Y LA OVEJA, POR ESO FUE DESTERRADO DE LA CUEVA, LLEVÁNDOSE A SU FLOR..."- El citado de la nota fue algo que me hizo tambalear levemente. Mis pies estaban temblando, ya no tenía fuerza en estos. Mi rostro perdía color, solo era cuestión de tiempo para que cayera de rodillas-. La flor está llorando, su color celeste se apaga entre sollozos, gritando tu nombre.

-¡Deja de jugar conmigo! ¡Dime de una puta vez dónde estoy!- Mi paciencia se había esfumado, mi cólera y temor hacían que mi voz se elevara apenas evitando el titubeo.

-Estás en la nada, donde la luz es repudiada y lo irreal es solo cosa del ignorante. Este fue el principio de todo, donde el autoproclamado Alfa y Omega nació. Tus raíces solo llevan el pesar de muchos condenados que irradian desprecio hacia aquel que los traicionó. La historia la escriben los ganadores, sin embargo, los hechos no cambiarán por las falacias de un tirano, no se someterán al yugo del que te hemos liberado. Tú, hijo de la luz, descendiente del tirano, viajero de Aradia, nacido de nuestras acciones y maldecido por nuestro pasado, serás causante de mares de cadáveres, tormentas de estacas en cada corazón, truenos de voces suplicantes de clemencia. El poder nacido en ti, te transformará en aquello que les fue negado, serás temido por mis iguales, alabado por los bastardos de la luz e inmortalizado por la existencia misma. Tú, maldito seas, que por tus acciones has sido condenado a la soledad, y por tu ideología has sido despojado de lo que fuiste. Eres el cuervo que adorna la noche y acompaña a la Luna en su paseo, esperando ver una vez más a su flor.

-¿Sabes quién soy?

-Réprobo, vagarás por este valle infértil, en dónde vivirás la ilusión impuesta por el Altísimo. La soledad te bendecirá con su presencia después del alba y antes del ocaso. Deseoso de ésta, pues cada noche tocaran a tu puerta con cierto esmero. Destinado al olvido y soledad, tu sola existencia es una paradoja en este ciclo infinito. Como tal, ya no eres más que un error en la realidad, pero las hojas en blanco reflejan una oportunidad de crear lo que eres, lo que fuiste y lo que serás. El escritor se decide hasta que el ave le entrega una de sus plumas, aunque esto le entorpezca el vuelo.

-Eso no me responde nada.

-Ojalá lo comprendieras. Ojalá y la inmortalidad no existiera- El cuervo comenzaba a sacudir sus alas, emprendiendo el vuelo hacia el exterior-. Errante por los cielos, buscando a tu flor entre el desierto. Serás quien tú decidas y no un títere del destino.

Finalizando esta oración, voló hacia mí con rapidez y chocó con mi pecho, traspasándolo cual fantasma. Sentí cómo algo me recorría todo el cuerpo, era como un escalofrío intensó que tensaba mis músculos y, literalmente, quemaba mis huesos. Sentía un gran ardor en estos, como si estuviesen al rojo vivo.

Solté un grito y caí de rodillas contra el suelo, intentando no desmayarme. Vapor salía de mi boca y las lágrimas brotaban en abundancia de mis ojos. Pasé mi brazo por estos, sintiendo la temperatura de este sobre mi frente. Lo retiré casi por instinto, quejándome con cada movimiento involuntario por evitar el esfuerzo de mis extremidades. Miré hacia el pavimento, siendo espectador de manchas de sangre que caían desde mis ojos, reemplazando mis lágrimas. Voltee a mi brazo y noté como este estaba manchado de sangre. Desde un principio, no había lágrimas, sino sangre. El ardor me afligía con cada segundo que pasara, ya no me quedaba más que hacer, solo apreté los dientes e intenté voltear a mis espaldas, solo para descubrir que el cuervo no estaba, solo había una estela de humo oscuro que cubría mi espalda y me recorría el cuerpo poco a poco. Antes de que pudiera darme cuenta, el humo entró en mi cuerpo, igual que el cuervo, pero nunca salió.

El ardor estaba acabando, ya podía moverme un poco más. Aún tenía un dolor terrible en el cuerpo, comparado a un desgarre de cada musculo y la ruptura de cada uno de mis huesos. Incluso, se me dificultaba mover algunos dedos, ni siquiera podía mover mis manos con total libertad. Aun así, logré incorporarme con mucha dificultad. No les miento, me duele demasiado, así se debe sentir ser quemado vivo. Mis órganos, extrañamente, se sienten gélidos, cosa que no noté hasta este momento. Di un paso al frente, seguido de una punzada en la pierna y el doblar de esta ante el dolor, el cual, si no era suficientemente notorio en el modo de moverme, se manifestaba en las expresiones de mi rostro. Junté el otro pie con el delantero, casi arrastrándolo, pero obteniendo un dolor similar en intensidad.

Gritos se escuchaban cada cuanto en las calles solitarias de aquella ciudad fantasma, mi torpeza al caminar provocaba que en más de una cayera al suelo, pero, increíblemente, me levantaba, casi como si no sintiera suficiente dolor. Una voz me gritaba su nombre, su rostro comenzaba a materializarse en mi mente, tenía que hacerlo, debía de escribirlo antes de que se esfumara con el viento. Elevé mis manos tratando de alcanzar aquel cuaderno. Parecía un zombi intentando de llegar a un cerebro. Su voz aún seguía en mi cabeza, su rostro dejó de formarse y se desvanecía. No podía dejar que se fuera, no ahora, ese nombre me impulsaba a seguir adelante, ese nombre me daba fuerzas para soportar este martirio.

-¡Vamos maldita sea! ¡Tengo que llegar!- Rugí, para después morder mi lengua hasta sentir el sabor metálico de la sangre abundando en mi paladar.

Me dirán loco, pero no le veo otra salida. A situaciones difíciles, hay que tomar decisiones aún más.

Llegué casi devolviendo la cena, si es que había comido, por la sangre que se había colado por mi garganta y me la había tenido que tragar sin más. Cogí el cuaderno con brusquedad, saqué un bolígrafo de entre sus páginas, apenas podía sostenerlo entre mis dedos. Comencé a escribir, en una página aleatoria, aquel nombre que comenzaba a perderse en mi cabeza, yendo desde varios gritos de ultratumba, hasta un susurro que se perdía en la lejanía. Alcancé a escribirlo antes de que el silencio se adueñara de mi cerebro:

"KARLA"

No sabía quién era Karla, solo sé que su nombre fue un alivio momentáneo para mí y un motivo lo suficientemente fuerte como para estar de pie, aun en mi estado.

Veo el cuaderno con curiosidad, tiene hojas con rayas en esta, guiándote al momento de la escritura. Tenía una pasta completamente negra, hecha de un material hueco, asemejado un poco al cartón, pero bien se notaba que era un material distinto a este. No contaba con engargolado, sino que su pasta cubría por completo las hojas, que estaban pegadas a esta, como si de un libro se tratase.

Intento colocarlo delicadamente sobre la plataforma en la que estaba. Sin embargo, mis pies no aguantaron más y ocasionaron mi caída repentina sobre el frio suelo de aquella caja. Mi vista se nublaba levemente, un hilo de sangre caía desde mi boca hasta este. Ya no mordería más mi lengua, lo unió que quería era descansar, cerrar los ojos y esperar a que pase esto.

Mi mano se movió sin mi consentimiento, era como si alguien más la moviera. Tomaba el bolígrafo y el cuaderno. En la primera página, escribía una oración que pude distinguir solo con el movimiento:

"Yo soy Al..."

Fue lo único que pude entender antes de perder el conocimiento por completo.

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