capítulo 5. Una bomba

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  En Argentina.


  Marizza está sentada en la cocina de su casa. Julián acaba de llegar y toda la familia está reunida merendando.
  Los jóvenes están sentados uno al lado del otro. Mabel en una de las esquinas de la mesa y Cesar en la cabecera, frente a ella. Doña Mercedes entra y, cierra la puerta y se sienta en el lugar que debería ocupar Liz.
  Julián le toma la mano a su chica y Marizza tiembla a pesar del calor. Los chicos están nerviosos. La tensión se siente en el aire. El ambiente se puede cortar con un cuchillo. Marizza se levanta y pone la computadora en el centro de la mesa. Hoy Liz se conectará por Skype para ayudarle a su hermana.
  Marizza la enciende y se conecta. De pronto la cara de Liz aparece en pantalla. Saluda a su familia que le devuelve el saludo y luego Marizza carraspea e intenta dar inicio a la charla:
--Bueno, los reuní a todos aquí porque hay una noticia que debo darles y quería que todos estén reunidos. Ustedes saben que Julián y yo venimos saliendo desde hace años y tengo bien en claro que tres de ustedes lo odian o al menos no les cae bien, pero bue… ya saben que a mí la opinión pública me tiene muy sin cuidado... Bueno pues la noticia es que estoy esperando un…. La mano de Cesar se dispara e impacta con la cara de la chica.
  Liz grita en el parlante de la computadora y Mabel aspira con fuerza. Doña Mercedes se tapa la boca y Julián salta sobre el hombre de 60 años y le devuelve el golpe dado a Marizza.
  La chica sale corriendo hasta su cuarto y toma la maleta que ya tiene preparada. No llora de dolor, si no de bronca por no poder devolverle la cachetada a Cesar sin provocarle un infarto a su madre. Además de su maleta, toma otra más pequeña, donde ha guardado las cosas de su hermana y sale. Julián la espera en la puerta de calle y al pasar recoge también la computadora que ha quedado encendida con la cara de Liz en la pantalla. Cierra la tapa y dice:
--Me voy a la mierda. Mi hermana tuvo razón desde el comienzo. Es mejor no tener nada, pero estar tranquila, que tener de todo y vivir en esta seudovida que ustedes llaman familia feliz.
  Te quiero mamá, pero si Liz se fue yo ya no tengo nada que hacer acá. Si me aguantaba era solamente por ella, porque me necesitaba, pero gracias a Dios ella ya es libre y por lo tanto me libera a mí.
Luego de este discurso, que ha pronunciado en tanto apagaba, sin desconectar la computadora, sale y arroja la copia de las llaves que caen con un sonido casi musical y cierra de un portazo.
  Marizza está blanca y la marca roja que tiene en el pómulo resalta en la palidez de su piel. Julián la espera en el auto. Ya encendido el motor y solo aguarda que ella suba para salir como un rayo de allí. No pensó nunca que esto pudiera pasar. Siempre creyó que don Cesar amaba a Marizza. Lo que no supo nunca es que la relación padre e hija se ha deteriorado con el paso del tiempo.
Marizza sube y cierra. Coloca las maletas a sus pies y el auto sale raspando el cordón y haciendo volar trocitos de graba del suelo.
  En la casa nadie dice nada. Todos tienen la mente puesta en otra cosa. Mabel piensa y se lamenta. Sabe que perdió sin remedio a sus dos hijas, pero conserva la esperanza de que Lizbeth hable con Marizza y de que la propia Lizbeth recapacite y vuelva a su lado.
  Doña Mercedes se felicita a sí misma. Ella tenía razón. Las dos niñas son unas putitas de primera categoría. Liz se fue a trabajar de masajista en un barco, en lugar de quedarse a ejercer de profesora y Marizza… es un caso perdido. Recién termina la secundaria y ya salió con su domingo 7.
  En cuanto a Cesar, las cosas se le presentan claras. Las dos chicas son unas desagradecidas. Gracias a él tienen lo que tienen y encima de todo se dan en lujo de irse. Todo es culpa de Mabel. Ella les ha criado cogote, como decía su padre. Sí. El viejo tenía razón. Los hijos están para servir a los padres y la mujer al marido.
  Su padre nunca les había pegado si no era necesario, pero con la mirada les hacía someterse a su voluntad.
Después de un rato todos se dispersan y cada uno se va a lo suyo.
  Doña Mercedes vuelve al pequeño apartamento que tiene en el fondo a terminar su costura. Detesta a su yerno por golpear a Marizza. No importa lo bajo que haya caído, ella y el chico querían hacer las cosas bien y por lo menos de parte del chico, le parecía a ella, que deberían haberlo dejado hablar al menos.
  Mabel Husein se viste y sale. No tiene ganas de estar con su marido en esa casa tan vacía. Tiene mucho en lo que pensar. Debe decidir qué hacer con su vida ahora. Durante 23 años se dedicó a criar a sus niñas y ahora cada una hace su vida. Lo más triste, lo peor es que ambas decidieron irse lejos de ella, para alejarse de Cesar.
  En el barco.
  Liz está sentada en la cubierta, donde el Internet es mejor. La conexión con su familia se interrumpió durante el discurso de despedida de su hermana.
  La joven se sostiene la cabeza y se masajea las cienes. Necesita un descanso. Decide que le pedirá a Mariana que la cubra por esa tarde, aunque ella tenga que hacer doble turno mañana. La cabeza le duele y no se cree capaz de escuchar los reproches de ninguna de las señoras cuando el servicio no les sea agradable.
  Se levanta de la silla, mientras cierra la computadora, ya apagada. Se dirige hacia el camarote cuando choca con algo.
  Ese Algo le coloca la mano en la cintura y se ríe. Liz va a disculparse, creyendo que es Marcos. Cuando se da la vuelta, una voz conocida dice:
--¡OH!
Liz se sorprende, pues quien la ha rodeado con los brazos es nada más y nada menos que Frank Bradock, en traje de baño. Ella se ríe e intenta librarse de los brazos que la rodean con dulzura. No quiere que ese chico la vea derrumbarse y llorar. La joven está a punto de echarse a llorar. El muchacho la mira y le ve los ojos brillantes de lágrimas contenidas. Liz le dice, con la voz quebrada.
--Ahora me iba a recostar. Tengo un dolor de cabeza de los mil demonios y…

   El chico le toca el pelo suavemente y le dice:
--Creo que ahora no necesitas estar sola. Ve al camarote, deja la computadora, cambia el turno con tu compañera y vuelve aquí. Te voy a estar esperando en esta silla y si no vuelves rápido, bajaré y hablaré con tu jefa y le diré que necesito… cualquier cosa para que te obligue a venir conmigo.
  Liz sonríe entre las lágrimas y él le da un beso en el pómulo.
La joven baja y hace lo que le dijeron. También habla con Norma para decirle que al otro día cubrirá ella los dos turnos. La mujer, que a primera vista parece una bruja de cuentos, mira los ojos de la muchacha y la abraza brevemente. Luego le dice:
--Anda. Tienes el día libre. Mariana se encargará de todo por hoy. Creo que necesitas un descanso y ya sabes que, si quieres hablar con alguien, aquí nos tienes a nosotros, somos tus amigos Liz. Aunque creo que prefieres ir con el chico con el que bailabas en la cena.
La mujer le da un apretón cómplice en el hombro y la empuja fuera del salón.
  Liz sube y tal como había prometido, allí está sentado, ya vestido con ropas menos provocativas, Frank Bradock. Lizbeth Clarice Lejeoune Husein, de 23 años, la que no hablaba con desconocidos, se arroja a los brazos que se extienden para recibirla. Tuvo un día largo y pesado, sobre todo los últimos 45 minutos y necesita llorar. Necesita el consuelo de los brazos, de la voz y de los labios de ese chico.
  Por su lado Frank la necesita a ella. Necesita ayudarla, necesita apretarla entre los brazos, quiere besarla, como esa noche de la cena.
  Así se quedan. Los dos, juntos, ella en brazos de él, recibiendo el consuelo de su cálido apretón.

Oportunidades en la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora