Esa tarde, Liz tomó a Elleb, a quien por suerte le había bajado la fiebre, pero que seguía molesta y salió, con Frank, semejante a una sombra, pegado a sus zapatos y sube al auto, conducido por Mabel, quien ya los aguarda junto al cordón.
Doña Lucinda, es una enjuta anciana de más de ochenta años, con cabellos nevados de canas y expresión dulce en el rostro.
Frank insistió en bajar con Liz y Mabel.
--Quiero ver qué demonios van a hacer con mi niña--. Dijo a Liz, antes de salir del auto.
--¿cómo le va, mi hija?--. Saluda doña Lucinda, con mucha amabilidad.
--Me dijo su mamá que se había ido de viaje-. Afirmó la anciana, mientras los cuatro entraban al pequeño cuarto.
Una larga banqueta cubierta por un almohadón, un cubo de agua y un plato, junto a una botella de aceite, amueblan la pequeña estancia.
--¿Qué me le anda pasando? --. Pregunta LucincaLucinda, mientras Liz se sienta, con Elleb en las rodillas.
-A mí, nada. Le traigo a mi niña. Amaneció con fiebre y vómito y esta mañana no la podía hacer callar--. Explica la muchacha, mientras la señora alista su instrumental de trabajo.
Frank y Mabel están de pie frente a la banqueta.
--Hmm… Está bien ojeada--. Dice la anciana, removiendo la mezcla de agua y aceite y mirando en el interior del plato.
Frank se alarmó, al mirar el rostro congestionado de la mujer y escuchar sus jadeos.
--No es nada bueno, hija. No es deseo de verla, sino de dañarla--. Explica la mujer, dejando una marca de aceite en la frente y la nuca de Elleb.
Liz tendió a la niña en el banco y le levantó la remera, dejando al descubierto el suave y pequeño vientre.
--También está muy asustada--. Dictamina la buena señora y saca una cinta roja, muy parecida a la que la niña lleva sujeta al puño y atándola en el pequeño tobillo, explica:
--Los chicos muy chiquitos, tienen algo de la esencia angélica impregnada todavía y eso los hace vulnerables a la maldad. No le saque la Cintita, mi hija, porque la va a proteger de cualquier cosa que ella esté pisando--.
Liz levanta a su hija y mientras le acomoda la ropa, le explica a Lucinda la situación con sus tías y su abuela.
--¡ay, mi hija! ¡a usted y a su mamá siempre las quisieron tirar! --. Dice la señora y luego, mirando a Frank, le dice:
--Yo la curo a ella desde que era chiquita. Tu novia tiene algo diferente y siempre la envidiaron. Me acuerdo que vivía con dolor de cabeza--. Dice, mirando a Liz.
Liz se pone de pie y entrega a Lucinda un billete, que ella se guarda en el bolsillo, sin mirarlo y mientras lo hace, dice:
---Ahora váyanse a la casa, dele el pecho y que duerma con ustedes esta noche. No se asusten si devuelve el estómago y tráigala la semana que viene--. Termina de indicar.
Elleb, como si despertara, se agita y Liz la deja en el suelo. La pequeña se acerca a su padre y le abre los bracitos, pidiendo ser levantada.
--¡Ella es de su papá! --. Dice, sonriente la anciana, mirando la escena, mientras Frank, aliviado por volver a tener a su pequeña en brazos, sonríe y la besa.
Mientras vuelven a casa, Elleb se queda profundamente dormida en el hombro de Frank y a Liz, aquello le despierta un recuerdo.
Darío era aún, para la pequeña Liz, el mejor de los héroes. Ella debió haber tenido… ¿tres años? Más o menos.
Esa noche hacía bastante calor y humedad. La niña estaba en su cuna, cuando una gran mariposa negra, entró al cuarto y revoloteó sobre su cara.
Liz se recuerda gritando y recuerda a Darío, espantando el insecto y tomándola en brazos.
“para una niña no hay mayor héroe que su padre” piensa, mientras una brumosa imagen de ella, acurrucada en el hombro de Lejeoune, comienza a difuminarse, mientras el auto se detiene.
Mientras Liz baja del coche, en su casa, Cristina Moya ríe a carcajadas.
Su plan está comenzando a dar frutos. La mujer tiene frente a ella, una foto de Elleb Bradock, la cual estuvo mirando con mucha concentración en cada minuto libre que tuvo, imprimiendo en cada mirada, la mayor cantidad de odio, desprecio y malos augurios que pudo conseguir.
Samanta le aclaró que solamente debía desearlo para conseguirlo y eso había hecho ella había cumplido al pie de la letra lo dicho por su amiga.
--Ahora tenemos que hacerles la vida imposible a la Mabel y a la Liz, pero de eso se encargará la Carmen sola--. Dice en voz alta, apagando la vela.
Mientras su tía apagaba la vela, Carmen Husein tomaba una ducha.
La mujer era más alta que Liz yy, por lo tanto, el aspersor de la ducha de su madre, le resultaba del todo incómodo, por lo que tomó una silla de plástico y se sentó bajo el chorro.
Su tía Cristina le había dado instrucciones claras de lo que debía hacer y ella, a cambio de una “moderada” suma de dinero, sin contar con la diversión que le provocaba todo aquello, se había prestado a fastidiar a Mabel.
“La estúpida de la Liz va a saltar si tocamos lo suficiente a su querida mamita” había dicho Cristina, cuando la llamó para darles sus instrucciones y Carmen sabía que aquello era totalmente cierto.
“La ciega de mierda se convertía en leona si le tocaban lo suficiente las pelotas” se decía, mientras miraba el moretón que se había hecho al golpearse con el asador.
Liz se hallaba en la cocina, acompañada de Elleb y Michelle. Frank estaba encerrado en el cuarto, trabajando en los últimos datos de la empresa de Sinclair.
La niña se dirigió hacia la puerta cerrada y comenzó a agitarse y quejarse, para que le abriesen.
--Ven, Elleb, deja trabajar a papá--. Dice Liz, acercándose y tomando a la niña de la mano, mientras ella comenzaba a llorar:
--¡papá, papá! —Comenzó a balbucear entre lágrimas.
--SssshhhhSsshhh... no llores. Ya en un rato entras con papá--. Dice Liz, levantándola en brazos.
Frank abre y se asoma, diciendo:
--¿qué ocurre? ¿por qué llora? --.
--No pasa nada, quería entrar con vos al cuarto, pero ya me la llevo, así no te interrumpe--. Dice la muchacha, mientras Elleb se retuerce en sus brazos.
--Si quieres deja que entre y se quede conmigo, yo no tengo inconveniente--. Dice él, mirando a Elleb, que terminó por rendirse.
--No. Tú sigue con lo tuyo y ya después te la llevas--. Le responde Michelle, interviniendo en la charla.
Frank suspira. La niña no es molesta y a él no le incomoda tenerla consigo. Por el contrario, adora a su hija y si por él fuera, Elleb seguiría durmiendo con ellos en la cama.
--Pero ya acabé con esto. Josef quiere conectarse y pensé que podría ver a Elleb, al igual que Hannah y los chicos--. Protesta el joven.
--¿estás seguro? --. Dice la muchacha, sabiendo que le está mintiendo, descaradamente.
--¿Por qué te diría mentiras? --. Replica él---Hmm… para llevártela y consentirle el capricho--. Responde Liz, mientras Elleb, con sus celestes ojos muy abiertos, mira a su padre.
Frank se acerca y con una mano, rodea a Liz, mientras con la otra toma a la niña, que sonríe a su madre.
--Y como siempre, ustedes ganan--. Suspira ella, mientras Frank y su hija entran al dormitorio y mientras cierran, las dos mujeres del otro lado de la puerta, oyen las palabras de Frank y la risa de la niña.
--Su hijo es un manipulador, Michelle--. Dice Liz a su suegra, mientras vuelve a su silla.
--Frank te lo hace solo a ti, querida y funciona solamente porque tutú lo amas. Ya me contó lo que ocurrió el fin de semana pasado, en cascasa de ese muchacho--. Dice Michelle, sonriendo.
--¿Sabe, suegra? Tuve miedo de caer, de que Alejandro lograra…--. Suspira Liz, tomando de su bolso una carpeta con varios exámenes.
--Sé a lo que te refieres. Yo también tuve, antes de conocer a George, un amor de adolescente--. Dice Michelle, comprensiva.
--¿Quieres que te ayude con esto?--. Dice, dando undando un par de golpecitos a los papeles que la muchacha sostiene.
--Sí, por favor, pero primero, debo ir a casa decasa de mi madre a recoger algo--. Dice Liz, dejando los papeles sobre la mesa y saliendo.
En casa de Mabel, Carmen está parada en la puerta.
Son las ocho de la noche del sábado, “el día más largo de mi vida” piensa Liz.
--¿qué buscas?--. Increpa Carmen, con una sonrisa en la cara.
--Y a vos te lo voy a decir, ¿verdad? ¡claro! ¡porque nuestra relación es tan linda y yo confío tanto en vos…! --. Responde Liz, sarcásticamente.
Luego entra y esquivando a la mujer, que intenta detenerla, entra al comedor, donde su madre la aguarda.
--Acá está la máquina--. Dice Mabel, con una bolsa en la que se encuentra guardada la máquina de escribir braille de Liz.
--¿No vino Frank para ayudarte a llevarla? --. PregguntaPregunta Mabel, mirando hacia la galería.
--No. Lo dejé encargado de Elleb. Michelle será quien me dicte lo que tengo que pasar y más adelante, le enseñaré Braille a Frank, para que me ayude con lo de inglés, porque vos sabes que yo hablándolo soy genial, pero escribiéndolo...--. Dice Liz, levantándola máquinalevantando la máquina.
--¡estás pasada! ¡mira que usar al pobre chico para pasar los exámenes a Braille! —Le responde Mabel, abriendo la puerta para que Liz salga.
Carmen sigue parada donde la muchacha la dejó. Cuando esta sale por la puerta, le corta el paso y dice, con una carcajada de desprecio:
--¡Decime Liz! ¿qué mierda le has dado a ese negro para atontarlo de esa forma? ¡sisí parece capaz de besarte los pies si se lo pedí!--.
Liz suspira. Su tía está comenzando a colmarle la paciencia de forma definitiva.
--¡Muévete, Carmen y no me jodas! -- Dice, intentando pasar por su lado.
--¿No me vas a contar qué le has dado? --. Sigue, imperturbable, Carmen.
--Mové el traste, Carmen y déjate de joder--. Dice la muchacha, apretando los dientes.
--¡Ja, ja, ja, ja! Seguro que ese negro retinto te está usando. ¡mírate! Si sos una ciega inútil y tonta--. Dice la mujer, mofándose.
--¿Vos crees que te va a mirar? Te aseguro que ni te debe tocar en la cama. ¿qué pasaría si yo….yo…?--. Continúa Carmen.
Mientras ella habla, Liz abre la bolsa con las uñas y agarra la máquina de la manija.
En el momento en el que Carmen dice. “¿qué pasaría si yo….yo…?” La muchacha baja la gran carcaza de hierro macizo y da un golpe en la rodilla de su tía, que se dobla en una reverencia y Carmen cae al suelo, gimiendo y agarrándose la pierna.
--¡Para que cuando yo diga algo, te apresures a obedecer! --. Grita Lizbeth, saliendo por la puerta.
Michelle está sorprendida por la máquina de escribir.
--¡nunca había visto esto antes! --. Dice, examinando con curiosidad el artefacto.
Liz, que comprende la curiosidad que estas cosas suelen generarle a quien nunca tuvo contacto con alguien ciego, la deja mira, mientras le explica para que sirve cada botón, con demostración incluida.
--¿cómo te ayudo? --. Pregunta Michelle, finalizando su examen.
--Pues… Usted debe dictarme los puntos del examen y yo los transcribiré en esto--. Le responde Liz, colocando la primera hoja en la máquina, sentándose en la silla y ubicando los dedos en la posición correcta.
--¿Lista? --. Pregunta Michelle, recordando las noches en vela, haciendo lo mismo por Frank, para que él transcribiera los borradores de los trabajos prácticos de la facultad en la computadora, mientras aguardaban a que George volviera de la juerga.
--¡Lista! --. Dice Liz, recordando las noches en vela, transcribiendo los resúmenes de historia, ayudada por su madre, mientras aguardaban a que la madrugada llegara para que Mabel fuera a sacar los turnos para su abuelo.
Unas horas más tarde, Los cinco exámenes están ya transcriptos, abrochados y guardados en folios, dentro del bolso de Liz.
-Muchas gracias, Michelle--. Dice la muchacha, cerrando el pasador del maletín.
--No hay de que, querida. ¿sabes? Hay demasiado silencio. ¿no te parece? --. Dice Michelle y Liz se percata de queque, en efecto, el silencio es absoluto, ahora que el traqueteo de la máquina cesó.
La joven se dirige a su cuarto y abre la puerta.
Cuando entra, tropieza con las piernas estiradas de Frank y extiende los brazos para no caer.
El joven está profundamente dormido. La muchacha escucha la profunda respiración, que indica que él está durmiendo.
Liz se acerca con cuidado. El muchacho está atravesado en el lecho. Con un brazo extendido, con la cabeza de Elleb, también dormida, apoyada en él, la computadora, apagada sobre su vientre y en la otra mano, el celular, a punto de resbalar al suelo.
Liz sonríe ante aquel cuadro. “mis soldados en batalla” piensa, mientras sale y llama a su suegra en un susurro.
--¡mire, Michelle!--. Dice, señalando la cama y sus dormidos ocupantes.
La mujer sonríe, enternecida y se acerca para tomar el teléfono de su hijo.
--Se tomó una foto a sí mismo junto a Elleb--. Informa, ahogando la risa.
Liz se acerca y lo despierta con suavidad.
--¿Hmm…? --. Dice Frank, entre sueños.
--Arriba, dormilón. Te vas a helar, sin contar que mañana no vas a poder mover el cuello por estar en esa posición--. Susurra Liz, mientras su suegra levanta a Elleb y se la lleva alleva a su cuarto.
--¿qué hora es? --. Dice el joven, sentándose, con los ojos cerrados.
--Como las once. Vamos a acostarte bien. ¡Déjame ayudarte con esto! --. Dice la muchacha, cerrando la puerta y ayudándolo a quitarse la ropa.
Una vez en calzoncillos, abrió las mantas y él se metió entre ellas, igual que un niño.
--Hmm… ven aquí--. Dijo, con la voz pastosa.
Liz se apresuró a quitarse la ropa y en cuanto se puso el camisón, se metió en la cama.
--Te quiero--. Dice Frank, acurrucándose con ella y rodeándola con los brazos, mientras hunde la cabeza en su pecho.
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Oportunidades en la vida
RastgeleLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...