Argentina.
Es la noche del 14 de diciembre. Mabel Husein y Cesar Martínez están tendidos en la cama. Están solos en la casa y el único ruido que se escucha es el de los motores de los dos aires prendidos.
Faltan diez días para navidad y hace tres que se fue Marizza de la casa de forma definitiva. Vino y se llevó las cosas que quedaban.
Ahora en el cuarto que fuera de las chicas, solo quedaban las dos camas, el escritorio, las mesas de luz, vacías, al igual que los placares.
En ese momento Mabel está junto a su marido. Recién terminan de hacer el amor y ahora están tendidos uno al lado del otro.
Para Cesar la mejor forma de controlar a su mujer es la del acto sexual. Un par de caricias, una media docena de besos y Mabel era suya en cuerpo, mente y alma.
En ese momento ella le dice:
-Extraño a las chicas. De Liz no sabemos nada desde que Marizza salió corriendo y la propia Marizza no dijo nada cuando vino a buscar las cosas. Quiero saber cómo están. Son mis hijas y para mí siguen siendo mis pequeñas.
Él le besa el hombro desnudo y le dice:
--Seguro que están bien No te preocupes tanto. Ya están grandes y si se fueron, quiere decir que no te necesitan tanto como vos crees.
Mejor no pienses en ellas. Son unas desagradecidas y vos tenés la culpa, por malcriarlas tanto. Pero ahora ya se fueron y si les va mal, que no vengan a romper las pelotas y más vale que no le vayas a cuidar el pendejo a Marizza.
Dijo esto mientras le presionaba suavemente uno de los pechos.
De ese modo era siempre. Tal y como lo hacía su padre. Así controlaba don Martínez a su mujer. No eran necesarios golpes, siempre que se la pudiera coger.
Mabel bosteza y se da la vuelta. Sabe que su marido la controlará de esa forma. Ella lo quiere, aunque más que amor puro, aquello era una costumbre.
Su cerebro empieza a ir más lento y de pronto las palabras de Cesar cobran un sentido y ve todo claramente. Si. Las chicas son unas desagradecidas. Ella dejó su vida por ellas y ahora ellas se fueron a rodar.
El sueño llega sin demasiada prisa. Mabel cree que, si hace lo que su marido dice, este se portará más cálido con ella, ya hace tiempo que el fuego de la pasión se extinguió entre ellos y Mabel tuvo que salir a buscarse otros brazos más cálidos para ella.
Mientras el sueño le cierra los ojos se decide por fin. Mañana llamará a Marizza y arreglará una cita para verla a espaldas de Cesar, que ya ronca. La mujer sonríe. Su marido ya no la domina por completo. La aceptación que ella finge tener a las condiciones impuestas, es solo parte de su propio juego. De ese modo Cesar no la controlará tan seguido.
Se duerme finalmente y en sueños ve a su hija mayor. Liz está con un chico y le dice:
--Estoy bien ma. Mírame soy feliz ahora. Tengo trabajo y creo que encontré lo que buscaba en un chico. Tengo salud, dinero y amor.
Mabel sonríe en sueños. Sí, Lizbeth parece contenta. Está envuelta en una especie de aureola luminosa. Hacía años que no veía luz en el rostro de su hija.
El barco.
El puerto de Londres está a un par de kilómetros, pero no pueden entrar pues el faro está apagado y hay bastante niebla.
Son aproximadamente las 5 de la tarde. Pasajeros y personal están en los camarotes, pues hace demasiado frío para estar fuera de la calefacción.
En Londres está nevando y unos cuantos copos juguetean arrastrados por el viento.
Lizbeth tiembla. Nunca fue fanática del frío y decide sacar la bata polar que tiene en la maleta. El crepúsculo llegó antes de lo acostumbrado a causa de la nieve y la niebla.
La joven se haya en su camarote con las otras chicas. María y Alexandra están metidas en la cama de la última y Mariana se fue con Esteban a la cocina, donde hay café. Ella está sentada en su litera con un álbum de fotos en las manos.
María le ha pedido que se lo muestre y la joven accedió a hacerlo. Se levanta y le tiende el libro.
Las otras dos lo abren y comienzan a pasar las páginas. La primera muestra la imagen de una niña de unos ocho meses y las chicas ríen ante la carita del bebe.
Liz dice:
--Pueden verlas todas si quieren. No importa. Voy a dar una vuelta por ahí.
Luego de esto, se pone la gran bata y de bajo de ella un chaleco de tela acolchada y sale.
Frank está en su camarote con Adam y James. Su amigo le contó a Adam todos los pormenores de la cita de Frank con Liz. Claro que James exageró todo. Desde lo que la muchacha estaba haciendo cuando se encontraron, hasta lo que hicieron en el camarote desocupado.
Frank decidió dejarlo hablar. Ya luego se encargará de explicar a Adam todo como en realidad fue. Su amigo es menos alocado que James y le entenderá y escuchará sin reírse.
El chico se levanta y saca de la maleta un chaquetón de cuero y dice:
--Les dejo que sigan riéndose. No importa. Me voy a dar una vuelta por el barco.
Sale y cierra la puerta del cuarto. Hace frío en el pasillo y hay muchas corrientes de aire.
No es conveniente subir a cubierta. Los riesgos de enfermarse son muchos y no tiene ganas de estar en cama y menos ahora que llegaron a tierra.
Decidió que disfrutará del viaje pagado y con goce de sueldo. Se decide y se dirige al camarote vacío. Supone que la calefacción estará encendida y podrá alejarse un rato de la cháchara de los otros dos.
Da media vuelta y abre la puerta del 111 y entra cerrando detrás de sí.
Como suponía la calefacción está funcionando, por lo tanto, se acerca a la cama y se sienta sin darse cuenta de que en el lado opuesto ya hay alguien sentado.
El chico da un salto cuando la persona sentada se estira en la cama.
Una vez que Liz salió del camarote, pensó que deseaba estar sola y que no era conveniente ir a cubierta y decidió ir al camarote desocupado y tenderse en la cama. A lo mejor podía dormir un rato y si no dormía, se libraría de las preguntas sobre las fotos.
Entró y en lugar de acostarse se quedó sentada en la cama. En un momento los ojos se le cerraron y en sueños vio a su madre y se escuchó diciéndole, mientras una especie de luz le salía de entre los cabellos:
--¡Mírame ma! ¡soy feliz! Tengo salud, dinero y amor.
Luego el sueño se había desvanecido dejándola dormida, pero sin soñar.
Cuando Frank entró, ya hacía rato que la joven dormía sentada, con la cabeza inclinada sobre el respaldo de la cama y las manos cruzadas en el pecho.
Frank se giró y encontró a Liz allí dormida. Se imaginó que aquella postura debía ser bastante incómoda, por lo que se aproximó con cuidado, le desató las zapatillas blancas y se las quitó. Tenía los pies helados a pesar de las medias.
Le subió las piernas a la cama y le bajó el torso con cuidado para no despertarla. Ella se quejó entre sueños y él, mientras giraba hacia el lado contrario, para tenderse junto a la chica dijo:
--Ssshhh… duerme, no te preocupes, no pasa nada.
Se quitó las botas y el chaquetón y se metió entre las mantas. Le tocó las manos, frías, igual que los pies. Se las tomó entre las suyas, que como siempre estaban calientes y las retuvo allí.
Ella se removió al sentir el calor y se apretó contra él. La ternura invadió el pecho del chico. Le parecía un pajarillo, helado. Frágil, vulnerable y dulce.
Decidió que no la despertaría y que pasaría con ella esas horas. No tenía sueño, así que cuando los miembros de ella tomaron un poco más de temperatura, salió, fue a su cuarto, tomó uno de sus libros, y regresó junto a la chica que seguía durmiendo y se tendió junto a ella a leer.
Varias horas más tarde, cerca de la media noche, Lizbeth despertó sobresaltada. Casi da un grito cuando descubrió a Frank tendido junto a ella. El chico se había dormido hacía una hora. Aún sostenía el libro entre las manos. La muchacha se lo quitó y lo puso en una de las mesitas de luz de las dos que había. Luego se quedó allí tendida, mirándolo dormir. El muchacho comenzó a gemir en sueños. Al principio frases ininteligibles, pero de pronto dijo:
--Tonny…. No… cuidado… papá… no…
Un sollozo se le escapó de los labios y un par de lágrimas le salpicaron en el hombro.
Liz se asustó y temió no poder despertarlo. El joven gesticulaba y se quejaba.
Se dio vuelta y comenzó a sacudirlo suavemente mientras decía:
--¡Frank. Despierta. Vamos, no es real. Es solo un sueño. Aquí estoy a tu lado. Abre los ojos. Frank Despierta!
El muchacho abrió los ojos de golpe y se aferró a ella, como debieron aferrarse los náufragos del titanic a las tablas para salir a flote.
El joven lloraba y la apretaba entre sus brazos sin darse cuenta de que le hacía daño. Ella no se apartó. Sabía lo que era despertarse de ese tipo de sueños. Lo único que se desea es agarrarse a cualquier cosa real que exista.
Un rato después, cuando la ola del sueño había bajado y el llanto no era más que suaves sollozos, Frank le tomó el rostro entre las manos y la besó. Sí. La besó con dulzura y pasión. La besó porque ella representaba la paz tan deseada y porque deseaba hacerlo. Lo deseaba desde que la descubrió destruyendo semillas en cubierta.
Ella no se apartó y respondió al frenético ataque de él. Así permanecieron, otra vez, hasta que llegó la mañana y el barco tornó a acercarse a puerto.
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Oportunidades en la vida
RandomLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...