capítulo 1. Primera parada

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  Eran casi las ocho de la mañana, cuando llegaron, por fin, a casa de Lihuen y Telma. Tuvieron que ir en dos taxis, pues eran demasiados para un solo coche, con las maletas incluidas.
  Bajaron y pagaron. Luego, las tres mujeres entraron y Frank, junto a Lihuen, se encargó de llevar las maletas. El equipaje era constituido por tres maletas de Liz, tres de Frank y tres de Michelle, más el bolso de Elleb y una mochila, que tenía algunas cosas que les habían dado los Sinclair, ignorando las protestas.
  Liz, con Elleb dormida, entró a la gran casa de sus padrinos, acompañada de Telma y Michelle. La muchacha estaba muy cansada, parecía que el agotamiento de los dos últimos años, decidió salir y abatirse sobre ella. Se dejó caer en la silla que su madrina le ofreció y suspiró.
  El viaje había finalizado y ahora debía enfrentarse a la realidad de tierra firme. Liliana la llamó, hacía unas semanas y le había dicho que el trabajo era suyo. Entraría como secretaria y auxiliar de sala, lo que era un arduo trabajo y le pagarían bien. Además, lo del crucero estaba casi intacto, pues los Sinclair se habían hecho cargo de las cosas para Elleb, cuando esta nació y el dinero del trabajo de Frank, también permanecía guardado, en aquella caja, con llave y candado, que ella mandara fabricar, especialmente para guardar dinero.
  Los hombres entraron, haciendo rodar las valijas y Frank dejó la bolsa con el moisés, apoyada en la pared:
--Bueno, ¡bienvenidos a casa, chicos! —Dijo Lihuen, sentándose.
--Creo, Lihuen, que al menos Liz, necesita una cama. Se te cierran los ojos, hija. Vengan conmigo, los llevo arriba, para que se instalen y dejen las valijas--. Dijo Telma, poniéndose de pie.
  Frank, Michelle y Liz, se levantan y el joven, ayudado por su madre y Telma, llevan las maletas por la escalera.
  Cuando llegaron al segundo piso, Telma dijo:
--Liz, les alisté los dos cuartos. No sé si la nena duerme con ustedes, pero, por las dudas…--. Liz, tomando su lugar como jefa de familia, dice:
--Gracias, madrina. Sí. La nena dormía con nosotros, por falta de una cama, pero ahora, va a dormir en su propia cama, en otro cuarto. No se preocupe, yo me encargo de acomodarlos, usted vaya y recuéstese, que tampoco durmió nada--. Su madrina sonrió y dijo, con un guiño a Frank:
--Bueno, los dejo. Mi ahijada es Husein pura, ojo con hacerla enojar, hijo--. Él sonríe y dice, revolviéndole el pelo a Liz:
--Gracias por la advertencia, señora. Créame que ya tuve el placer de comprobar que cuando se enoja… ¡dios nos libré! --. La mujer suelta la carcajada y baja.
--Michelle, venga conmigo, por favor. Usted y Elleb, se quedarán en este cuarto--. Dice Liz, entrando a la primera habitación.
  Es un cuarto mediano, con dos camas gemelas, un placar, con sábanas y ropa y una televisión, empotrada en la pared. La joven le quita los zapatos a la niña y la tiende en la cama. Michelle deja sus maletas y se sienta en la otra.
--nosotros vamos a estar en el cuarto de al lado y el baño, está al lado de nuestro dormitorio--. Dice Liz, saliendo.
  En el rellano, la espera Frank y dice:
--¿de verdad es necesario que la niña duerma en otro cuarto? Porque…--. Michelle sale en ese momento, con rumbo al cuarto de baño y ella se une a la respuesta de Liz.
--Sí. Es necesario y no hay protesta que valga--. Dicen las dos y Frank, con un suspiro de resignación, dice:
--Está bien, no tienen que hablar a la vez--. Su mujer y su madre ríen y Michelle sigue su camino.
  Liz ayudó a su prometido a llevar las maletas al cuarto matrimonial. Era idéntico al anterior, con la diferencia que, en lugar de dos camas, había una sola, lista para usar.
  La muchacha se sentó, aliviada y procedió a quitarse la ropa. Luego se levanta y se acerca a la maleta, para buscar el camisón. Frank se le acerca y le toca, sin disimulo, el trasero:
--Quédate así. No hace falta que te pongas el camisón--. Le dice, mientras ella pelea con los pasadores de la valija.
  Al fin se pone derecha y dice:
--¿Ves por qué era necesario que Elleb durmiera en otro cuarto? De todos modos, quiero el camisón, por las dudas tenga que ir a ver a Elleb, no quiero andar exhibiéndome por la casa. ¿crees que puedes abrir esto? --. Dice ella, golpeando la maleta.
  El muchacho sonríe y luego abre los pasadores, con toda facilidad. Ella toma el camisón, colocado encima de todo y luego cierra el bolso.
--¿qué lado quieres? --. Pregunta él.
--Hmm… ¿piedra, papel o tijera? --. Propone ella, sonriendo.
  El muchacho sonríe. Le gusta ese aire de niña que tiene. Luego comienza el juego. Él gana y dice:
--Me quedo con el lado de la puerta--.
  En ese momento, un golpe en la puerta los sobresalta.
--¿Liz? Soy yo, abre, hija, quiero mostrarles como encender el aire--. Dice la voz de Lihuen. Frank suspira y abre, mientras ella aparta las mantas.
  Lihuen entra y dice:
--¿todo bien? Ya sabes, hija, que cualquier cosa que necesiten, me la piden, o a tu madrina. Si necesitan más almohadas, están en el ropero. Bueno Frank, mira, con este botón lo prendes y o apagas. Ya está puesto en 24, pero si quieren más frío…--. El hombre sigue explicando el uso del aire y luego, una vez termina, sale.
  Frank se levanta y cierra la puerta. Luego, se acuerda y dice, mientras se mete en la cama:
--¿Te puedo hacer una pregunta? ¿qué significa la palabra hmm… “gringos” o algo así? --. Ella se le acerca, riendo y dice:
--¿Por? --. Él le cuenta el inicio de la conversación con sus padrinos y le explica que Lihuen dijo que todos allí le parecían gringos.
--así se les dice a las personas rubias o a aquellas a quienes se le nota que no son de acá. Tú eres “gringo” tu apellido no es criollo--. Explica sonriendo, la muchacha.
--Entonces, ¿tú también eres gringa? Tu apellido tampoco es común y tus rasgos tampoco--. Dice él,
--Hmm… no, yo no. Mira, para hacértela más fácil, “gringo” es sinónimo de inglés--. Dice ella, abrazándolo.
  Frank sonríe, satisfecho. Liz lo besa, mientras piensa que a él le costará adaptarse. “no importa, yo lo ayudaré” piensa y luego, “a mí también me costará adaptarme a todo”
--¿Tienes sueño? --. Le pregunta él, sacándola de sus cavilaciones.
--Hmm... no tanto. ¿Y tú? --. Él coloca la cabeza en su pecho y dice:
--Un poco y ahora que te tengo para mí solito, quiero reposar la cabeza aquí. ¿puedo? —Ella se acomoda y lo estrecha en respuesta.
  Un rato más tarde, Frank está dormido en su pecho, como hacía antes que llegara Elleb y ella piensa en todo lo que le espera cuando lleguen a Tucumán. Piensa en el recibimiento de su madre y su padre, en las cosas que Marizza le compró, en cómo será vivir en aquel departamento.
  Se imagina su vida como madre, esposa, hija y nuera, pero por encima de todo, piensa en su abuela y en aquellas dos víboras. Sabe que Cristina no se rendirá tan fácilmente y ahora que estarán en la provincia, sin la protección de la distancia y de las aguas, sabe que le será más fácil herirlos y tiene miedo. Miedo por ella, por Frank, Michelle y Elleb. Liz se acerca más a Frank y se abraza a su calidez.
--¿qué ocurre? --. Pregunta él, despertándose
--Nada. Solo quería… no sé… abrazarte y sentirte cerca. Disculpa, te desperté, lo siento--. Dice ella.
--No importa. Vamos, ven aquí. Todo saldrá bien, cielo. Enfrentaremos juntos cualquier cosa. Ahora somos uno y venceremos los obstáculos, cualesquiera que sean. Descansa. Estás rendida y el sueño y el agotamiento, te hacen ver todo distorsionado--. Dice él, estrechándola y así, abrazados, se duermen.
  En el piso inferior, Lihuen y Telma, charlan en la cama. Él conoce a su ahijada, pues muchos de sus rasgos de personalidad, son los mismos que los de su tío Jadur y sabe que le costará adaptarse a la vida “real” otra vez. Fue por eso que los invitó a quedarse en casa.
--¿qué te parece el chico? --. Le pregunta su esposa.
--Parece buena persona y se ve, a leguas, que quiere bien a Liz y que adora a la nena--. Le contesta él.
--Sí, se ve que es un buen chico, igual que la madre, parece una mujer que hubiera sufrido mucho--.
  Telma está feliz por su ahijada. Liz siempre fue un orgullo. La mujer recuerda cuando la muchacha les había llamado para contarles que se iba a trabajar en el barco. Ella no entendía el motivo de irse así, sin más ni más y la muchacha no se lo quiso decir.
“me voy, madrina, me voy a trabajar y, en caso de que pueda, me voy para tratar de olvidar. No le puedo decir qué es lo que quiero olvidarme, porque no puedo hablar ahora. Mi abuela está acá, conmigo, pero le prometo que voy a estar bien y algún día le voy a contar todo. Los quiero mucho, a los dos, aunque no los veo muy seguido”
Ella había comprendido algunas de las cosas que deseaba olvidar Liz y le había dicho, con lágrimas en los ojos
“¡ay, hija! Ya me imagino qué es lo que te quieres olvidar, o al menos algunas cosas. Bueno, si vos estás segura… sabes que podés contar con nosotros para lo que necesites. Nosotros también te queremos mucho”
  Liz había viajado a Buenos Aires, con Marizza y el novio de ella, pero no habían parado en su casa. La muchacha había arreglado todo para sacar el pasaje para el micro que llegaba con cuatro horas de adelanto a la hora en la que salía el barco y se dirigieron, de la terminal, directo al puerto.
--¿Qué vas a preparar de comer? --. Dice Lihuen, interrumpiendo los recuerdos de la mujer.
--No sé, cielo. No tengo idea qué come el chico y la señora. A lo mejor son delicados con la comida. Mejor espero a que Liz se levante y entonces le pregunto a ella, a ver qué me dice--.
  Michelle se despertó. Miró a su nieta y la encontró sentada en la cama, mirando a su alrededor, con expresión de total incomprensión.
  La mujer sonrió y se dijo que la expresión de Elleb, era el reflejo de sus pensamientos, de los de Frank e incluso, se atrevería a apostar, también los de Liz. Ella sabía que la muchacha se sentía extranjera en su propio país y aquello, aunque pareciera extraño, la alentaba a seguir adelante.
“todos debemos adaptarnos a esta nueva vida. Yo, debo aprender a vivir sin el yugo de George, Frank, tendrá que aprender a vivir por y para sí y ser un buen padre y marido. Liz, Liz tendrá que reencontrarse con muchos fantasmas y Elleb, aprenderá a vivir en tierra, permanentemente” se dijo.
  Se levantó y buscó en su maleta, el tejido que había comenzado. Era un bonito mantel, color manteca. “para la mesa del departamento” se dijo, mientras se sentaba en la cama.
  Liz despertó. El sol entraba a raudales por la ventana. Frank seguía dormido y no quiso despertarlo. Se levantó, buscó en la maleta, que había dejado sin pasador, un vestido sencillo, de estar por casa, se puso unas chinelas y salió al pasillo.
  Se dirigió al cuarto de baño, se lavó el rostro con agua fría, se recogió el pelo en un rodete suelto y se dirigió al cuarto de Michelle.
  Se acercó y tocó la puerta, con suavidad, en caso de que estuvieran durmiendo. Michelle le abrió y ella entró.
--Tu niña está más despierta que tú--. Dijo su suegra, sonriente.
  Liz se acercó y recibió, por si la palabra de Michelle no fuera suficiente, el grito de alegría de Elleb al verla. La muchacha se acercó y la levantó en brazos. Ella se aferró a su cuello y Liz le dio un beso.
--¿quiere venir abajo, Michelle? Voy a ver si mi madrina está levantada y si necesita ayuda para preparar la comida--. Dice Liz, poniendo los zapatos a la pequeña.
--¿por qué no? Vamos, querida, pero antes, mira esto y dime si te gusta--. Dice la mujer, poniéndole en la mano el tejido.
--¡qué bonito, Michelle! ¿lo hizo usted? No sabía que tejía tan bien. Me encanta--. Dice Liz, tanteando el pañal de Elleb.
--Hmm… mojado. Ven, cielo, vamos a cambiarte--. Dice y luego lanza un taco.
--Quédate con la abuela, yo voy a buscar tu bolso--. Dice y sale.
  Un rato después, vuelve con el bolso y un pañal limpio y se dispone a cambiarla.
--Gracias, corazón. Lo hice yo, es para que lo pongamos en la mesa del apartamento, espero que no te moleste--. Dice Michelle, mientras Liz termina de acomodarle la ropa a Elleb.
  Liz se acerca y le da un abrazo, diciendo:
--¡por Dios, Michelle! ¿por qué iba a molestarme? Ahora usted es parte de mi familia y puede opinar y preguntar lo que desee, por favor, no tenga reparos en pedirme o decirme cualquier cosa--. La mujer le devuelve el abrazo y dice:
--Gracias, hija. Eres muy buena y sé que serás una gran nuera para mí, al igual que una gran madre y esposa--. Liz sonríe y dice:
--Espéreme un segundo, voy a arreglarle el pelo a Elleb, porque lo tiene hecho un desastre y bajamos--. Luego toma a la niña y sale, hablando con ella.
  Un rato después, vuelve y Elleb tiene los rizos recogidos en una coleta baja. Michelle se levanta, tejido en mano y las tres bajan.
  En la cocina, Telma está sentada, acompañada de su marido, cuando Liz llega.
--Yo creía que iban a dormir un rato más, Liz--. Dice Lihuen.
--Mi hijo se tomó en serio lo de dormir un rato-. Agrega Michelle y Liz apunta:
--La verdad que Frank tiene un sueño muy pesado. Yo lo envidio, sinceramente--. Todos ríen y la muchacha dice:
--¿Necesita ayuda con algo, madrina? --.
  Elleb, muy sociable, se acerca a Lihuen y él la levanta. No tienen hijos propios, y cualquier niño es debilidad suya y de Telma. La niña ríe y Liz dice:
-Bueno, parece que le cayó bien, padrino. Ella es así, se va con el primero que la haga reír--. Luego Telma dice:
--No, hija, en nada. Ustedes son visitas y las visitas no tienen que trabajar. Lo único es… ¿qué querés que cocine? No sé si… ellos están acostumbrados a comer ciertas cosas.--. Michelle ríe y dice:
--Por nosotros no se preocupe, señora…--.
--Telma--. Dice Telma.
--Por nosotros no se preocupe, Telma, yo como de todo y en cuanto a mi hijo…--.
--Si le sirvo un poco de ladrillo molido, le agrego salsa y se lo pongo enfrente, Frank se lo come sin dudas--. Dice Liz y Michelle asiente, sonriendo. Liz tiene razón, Frank come lo que le pongan en el plato.
  Telma se dirige al refrigerador y dice:
--Parece que vas a tener que moler ladrillos, Liz. No me di cuenta y no fui al súper. Lo único que tengo es queso, dulce de membrillo y agua. Vamos a tener que mandar a tu padrino de compras--.
  El aludido, que está jugando con la pequeña, se detiene y dice:
--¿y por qué no podemos comer dulce con queso? Si no, en el patio hay un mortero y ahí fuera, hay un poco de cascotes--. Liz ríe, coreada por su madrina y su suegra.
--Tu padrino no cambia más, hija. Disculpe, Michelle, mi marido es un payaso cuando se lo propone--.
--No se preocupe, Telma. Un poco de risa no le hace daño a nadie--. Dice Michelle y en ese momento, Frank aparece y dice:
- ¿Daño? ¿quién quiere dañar a quién? --.
--Yo a ti. ¿cómo dormimos eh? --. Dice Liz, mientras Elleb, que ve a su padre, se desliza de brazos de Lihuen y corre hacia Frank.
--¡ay no! ¿qué hice ahora? --. Dice el chico, levantando a la pequeña.
--Por el momento nada, solo estaba siendo precavida--. Dice Liz, sentándose.
--Bueno, ¿qué quieren que compre? O prefieren el ladrillo molido—Dice Lihuen.
--Yo quiero semillas molidas, por favor--. Dice Frank, apretando la rodilla de Liz, con aire cómplice.
--¿semillas? ¿por qué semillas? --. Pregunta Lihuen, con aire de curiosidad.
--Por nada, padrino, por nada. Yo creo que un bife con ensalada estará bien para…--.
--¿por qué no quieres que tus padrinos y mi madre se enteren del por qué quiero semillas? --. La interrumpe Frank, sonriendo.
--Eh… no… cállate--. Dice Liz, colorada.
--Bueno, si les parece bien un bife con ensalada…--. Dice Telma, para sacar a su ahijada de aquel aprieto.
--Lo acompaño, señor--. Dice Frank, poniéndose de pie.
  Elleb, comenzó a quejarse y Liz dijo:
--Si, padrino, vayan los dos. Ven, Elleb, cielo, vamos a tomar la leche-.
  Frank salió y Michelle dijo:
--Yo voy a tomar una ducha, con permiso--. Y salió, siguiendo a Frank.
  Un rato después, Liz y Telma se encontraban solas, o casi, en la cocina. Elleb, cuya última comida fue hacía varias horas, estaba concentrada en el pecho y Telma aprovechó y dijo:
--Parece que Frank te adora, Liz. Me alegro, hija. Cuéntame. ¿cómo lo conociste? --. Liz decide que aquel momento es tan bueno como cualquier otro y comienza a contar toda la historia, sin detalles ocultos.
  Telma la escucha, impresionada. La forma en la que se conocieron, fue bastante… “como una película” se dice. Luego, cuando la muchacha termina, ella pregunta:
--Decime, Liz. ¿cuál fue el problema con tu abuela? --. Liz, cambiando a Elleb de postura, se abre con su madrina y comienza a hablar.
  La mujer abre los ojos. Es increíble que su tía Mercedes sea capaz de todo aquello.
  En cuanto a Cristina, no le sorprende. Hace mucho tiempo, cuando eran jóvenes, ella había intentado separarla de Lihuen y quedarse con él. La mujer recuerda el día en que Mabel, llorando, le había contado, en casa de su tío Jadur, aquellos horribles insultos proferidos frente a Liz.
--Bueno, tu tía Cristina siempre fue un poco… siempre fue una mala persona, ¿para qué decir mentiras? --. Dice Telma.
--Hay algo más, madrina. Es sobre Da… sobre mi papá.--. Dice Liz y le cuenta aquello.
--Me alegra que no le guardes rencor, hija. Vos sos una persona inteligente y podés darte cuenta de que él actuó por ignorancia--. Dice Telma, en el momento en que la puerta se abre y entran Frank y Lihuen, cargados de bolsas, que depositan en la mesa.
--Parece que después de todo, no vamos a tener que comer ladrillos--. Comenta Liz, meciendo a Elleb, que se ha quedado dormida.
--Déjala en el sillón, a la nena, así no la tenés en los brazos y estás más cómoda-. Dice Lihuen y Liz, que de todos modos pensaba hacerlo, se levanta y la pone en el gran sillón.
  Luego se acerca a las bolsas y comienza a preparar la ensalada, ignorando las protestas de sus padrinos.
--¿necesitas que haga algo? --. Dice Frank.
--¿Puedes mandarle un mensaje a mi madre, a mi hermana, a Lili y Giovanni y avisarles que estamos bien? --. El muchacho dice que sí y lo hace.
  Un rato más tarde, más o menos una hora después, todos se encuentran sentados en la mesa, comiendo. Las conversaciones van y vienen. El hielo se ha roto por completo y por primera vez en su vida, Frank, Liz y Michelle, se sienten completamente en familia.

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