Mercedes se encontraba en su cuarto. Su hermana y su sobrina se habían marchado, negándose a quedarse a pasar la noche allí.
La señora pensaba, mientras terminaba de coser la remera que le habían traído, cuál sería el mejor modo de herir a Lizbeth.
Se dijo que, al igual que Mabel, su nieta era una loba como madre y que aquel era el mejor modo para herirla. “sí. Tu hija, negra, va a ser quien pague por tu pecado, como vos, Lizbeth, pagaste por el pecado de tu mamá” pensó Mercedes, quitándose la enagua y poniéndose el camisón.
Frank despertó al día siguiente. Abrió los ojos y se encontró allí, tendido en aquella cama, junto a Liz, que seguía dormida y sonrió. “No. No fue un sueño” se dijo, acercándose a su mujer.
--¡Buenos días, princesa! --. Dijo, meciendo suavemente a la muchacha para despertarla.
Liz abrió los ojos y se estiró entre sus brazos.
--¡Qué bien se siente abrir los ojos, encontrarse en la cama de una y tener a tu novio, rodeándote con los brazos, en tu propio hogar! --. Dijo ella, besándolo con suavidad.
Desde el cuarto contiguo, llegó el leve llanto de Elleb y Liz sonrió ante aquel sonido que, a ella, le parecía lo más hogareño del mundo.
Frank se levantó y dijo:
--Será mejor que traiga a la niña, para que mi madre no tenga que levantarse--. Liz asintió y agregó, mientras él salía.
--De todos modos, ya es hora de levantarse a desayunar y después, tendremos que ponernos con la tarea de deshacer las maletas, guardar la ropa limpia y lavar la sucia, ver qué es lo que sirve, de las cosas que trajo Michelle y comenzar con la rutina familiar--. Desde el pasillo le llegó el suspiro de fastidio de Frank y la muchacha sonrió, mientras se levantaba y comenzaba a vestirse.
Una hora más tarde, se encontraban los tres adultos en la fastidiosa tarea de deshacer las valijas que no habían sido deshechas por los últimos dos años. Elleb se encontraba sentada, en la cama de sus padres, jugando con el oso blanco y el Stich.
Marizza había conseguido, dos placares y una cajonera, aparte del antiguo placar de Liz, que pasó a ser de Michelle, una de las cajoneras sería para Elleb, mientras que el otro guardarropa, sería compartido por Liz y Frank y la última cajonera, se compartiría también, entre la pareja.
Liz terminó con sus maletas. El contenido, no variaba mucho del que tenían cuando fueron armadas. La muchacha prefería la ropa cómoda y funcional y en el viaje, solo adquirió dos vestidos de noche, que guardó en fundas plásticas, pensando que aquellas prendas, serían usadas en… “aquí no hay posibilidad de llevar puestos estos vestidos” se dijo por fin.
Las sandalias a juego con el vestido rosa, quedaron en su caja. Aquello, a lo mejor podía usarlo para año nuevo.
El resto de las prendas de vestir, constaba casi por completo de varios jeans y calzas, tres pares de zapatillas deportivas, un par de chinelas, que llevaba puestas en aquel momento, un vestido para uso diario, su ropa interior, incluidos el bikini, sin estrenar y el conjunto negro, dos batas y dos camisones, más la ropa de abrigo.
--¡uf! Bueno, esto ya está. Me voy a guardar la compra que hizo Marizza, ayer, cuando volvió, solo metí en el refrigerador las cosas perecederas y lo otro quedó en las bolsas sobre la mesada de la cocina--. Dijo la muchacha, saliendo.
Frank deshizo las dos maletas que se llevó consigo primero. A la otra, prefería deshacerla con Liz, para evitar la oleada de recuerdos que, seguramente, caería sobre él.
Guardó su ropa, cuidadosamente en los colgadores del ropero, dobló, con la prolijidad que da el haber realizado aquella tarea cientos de veces, sus calcetines y calzoncillos y los metió en el cajón designado para su ropa interior, luego colocó sus pantalones en el estante inferior y guardó sus dos pares de zapatos en las cajas, que colocó sobre las sandalias de Liz.
--¿Te ayudo con eso? --. Dijo, acercándose a su novia, que, en aquel momento, tomaba unos paquetes de arroz.
--Sí. Pon esas verduras en el cajón bajo la mesada, por favor--. Contestó ella, pensativa.
--Tendré que conseguir una caja de madera, o algo así, para poner esto--. Agregó entre dientes, sosteniendo una caja de saquitos de té en la mano.
--Te ves muy rara como ama de casa--. Dice Frank, sonriente.
--Me siento rara. Cuando yo me fui, era mamá quien se encargaba de conseguir todo. Marizza y yo, ordenábamos la compra, nos ocupábamos de conseguir, en caso de desear algo diferente de comer y salía a trabajar, cargando esa camilla de ahí--. Dice Liz, guardando el resto de las cosas.
El joven se le acerca y pregunta, con la voz de un niño asustado ante una caja llena de arañas:
--¿Crees que puedas venir conmigo y ayudarme a deshacer la tercera maleta que constituye toda mi vida? --. Ella le frota la espalda y tomándolo de la mano, regresa al cuarto.
En la tercera maleta de Frank, hay varias prendas de vestir, un tanto raídas, un frasco de perfume por la mitad, una vieja billetera vacía, un juego, ya inservible de las llaves que se olvidó cuando salió para el aeropuerto, un bonito marco, con una foto de dos niños, sentados en un columpio, “mi hermano y yo” pensó él.
Luego un peine, un par de zapatillas, un chaquetón de tela acolchada, una caja que contenía algunos apuntes de la facultad y otros papeles. Frank hizo una bola con los apuntes, pero conservó el resto de documentos, entre ellos, su acta de nacimiento, el diploma de su graduación y su título de contador.
En un bolsillo externo, Michelle había guardado un pequeño alijo de recuerdos. “todas las madres hacen eso” dijo Liz, dándose cuenta de que ella misma, había comenzado ya a guardar el suyo.
El alijo constaba de unos autitos, un conejo hecho de tela y con su cara tejida.
--Solía dormir con él cuando era niño--. Dijo Frank, sonriendo.
También había cosas de George. Un pañuelo de tela blanca, con restos de perfume, un reloj, recuperado de la casa de empeño, poco antes de la partida de Frank y en un joyero, dos alianzas matrimoniales, una cadenita de oro, con las iniciales “M A A” grabadas en ella y un par de aretes de plata, también rescatados del vicio del difunto mr. Bradock.
--¡Listo! --. Dijo Frank, aliviado.
--Ahora es tu turno de abrir la tercera maleta--. Dijo, rodeando a Liz con un brazo.
--Y tu hermana te dejó algunas cosas. Me dijo que debías mirarlas y decidir qué hacer con ellas--. Agregó, acercando un bolso.
Liz suspiró y procedió a abrir dicho bolso. Era mejor terminar con todo aquello de una vez.
El bolso traído por Marizza, contenía:
Una manta celeste y envuelta en ella, una vieja almohada rectangular.
--Solía dormir con esto hasta poco antes de irme--. Explicó Liz, roja como un tomate, cuando Frank extrajo aquel extraño paquete, guardado en una bolsa.
Luego había una caja con una vieja billetera.
--De mi abuelo--. Dijo Liz, dejándola a un lado. Un libro, “el principito”, una vieja chaqueta, ropa y cuidadosamente guardadas en bolsas transparentes, cuatro muñecas que pasaron, casi inmediatamente a manos de Elleb, más un pañuelo y un folio con unas cartas de Isabella, la amiga de Estados unidos de Liz, un pañuelo, también propiedad de don Jadur y una flauta dulce.
--¿sabes tocar la flauta? --. Preguntó Frank.
Liz pensó, por un momento en hacer algún chiste con doble sentido, pero se dijo que mejor no y simplemente contestó:
--Tocaba cuando iba a la escuela--.
La tercera maleta que se había llevado la muchacha, era casi completamente, una maleta de trabajo. En ella se alineaban, el viejo y gastado juego de maderas para masajes, tres cañas de bambú, un guante de silicona con esferas de vidrio, dos esferas chinas, un juego de copas chinas de silicona y frascos vacíos de crema y aceite.
--Esa maleta se queda así, no hay necesidad de deshacerla, si necesito algo de ella, iré y lo tomaré--. Dijo la muchacha, mientras Frank, decidía mirar el contenido del bolsillo externo.
Una cajita muy pequeña de madera, que contenía una piedra, del tamaño de una nuez, roja, una esfera de cristal, comúnmente llamadas bolas de nieve, una pulsera de hilo de colores, un joyero, repleto de denarios y el mortero de Liz, aquel con el que trabajaba aquella noche que pasaron juntos. En el fondo, casi mimetizado con la base, se hallaba un pequeño libro, “leyendas argentinas” decía el título.
--Ese libro te será de mucha utilidad--. Dijo Liz.
Un rato más tarde, Liz se fue a preparar algo de almorzar y media hora más tarde, los cuatro se sentaban a la mesa. Liz preparó, con el apoyo de Michelle, para ganarse una aliada, algo rápido y fácil, para poder ponerse con la tarea de lavar la ropa. Ensalada de atún, porque el calor no dejaba cocinar algo más elaborado.
En casa de Mabel, Mercedes planeaba su siguiente paso. Lo primero, se dijo, era lograr que Liz dejara a la niña al cuidado de Mabel, junto a las gemelas de Marizza, que solían quedarse allí, cuando la muchacha iba a trabajar.
La ocasión no tardó en presentarse. Liz, que no se fiaba, no dejó a la niña, pero Marizza, que ya era aceptada, no tuvo más remedio y Liz, que fue invitada por Mabel a merendar, vino con Frank, su suegra y su niña.
Mercedes decidió que la más fácil de manipular, sería Zareen, pues, aunque eran gemelas, tenían personalidades muy diferentes. Aziza había aceptado a la pequeña color miel y ojos celestes como su nueva prima y compañera de juegos, pero Zareen, a quien no le gustaba tanto una tercera niña, se mostraba renuente a jugar con Elleb.
Esa tarde de fines de diciembre, comenzará, para Liz y Frank, el que será el prólogo del infierno que Mercedes está dispuesta a abrir y del cual ella, su hermana y su sobrina, serán jueces, jurados y verdugos.
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Oportunidades en la vida
AléatoireLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...