capítulo 18. Sueños

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  Todos dormían. Los actores de la novela que era su vida, se habían entregado al sueño, en aquella helada y estrellada noche de julio.
  Liz estaba de vacaciones, Frank seguía trabajando por mail y la vida seguía normal en el plano terrenal.
  Los dos espíritus enemigos, combatían para determinar quién sería el vencedor de aquella batalla provocada por la maldad, la ignorancia y los prejuicios.
  Frank se encontró de pronto, sentado en la cama. A su lado, tendidas, estaban Liz, Elleb y Michelle.
  Una sombra bajó y se solidificó frente a él. George Bradock, miraba a su hijo, directamente a los ojos:
--Frank…--. Dijo el ente, con una voz que parecía traída desde las profundidades de una cueva.
--¿padre? --. Preguntó el muchacho, pensando que esto no podía ser cierto.
--Parece que encontraste la felicidad—Habló el difunto mr. Bradock, con desdén.
  Frank sentía un desprecio supremo hacia aquella aparición.
--Así es, padre. Encontré la felicidad y no entiendo ¿qué demonios haces aquí? --. Dijo, con la voz firme.
--Hmm… nada, nada, querido hijo. Simplemente vine a… ¿cómo te lo digo? Vine a llevarme tu felicidad--. Explicó el ente, flotando por encima de la cabeza de Michelle, quien comenzó a desdibujarse.
  Frank gritó y el espíritu rio con ganas.
  Luego, cuando Michelle se desdibujó por completo, se posó sobre la cabeza de Liz, que dormía con la niña en su pecho y comenzó a perder el color y los rasgos.
---¡noooo! --. Dejó escapar Frank, mientras su mujer desaparecía en partículas de polvo.
--¿no quieres que comparta tu felicidad contigo, querido hijo? --. Se carcajeó el fantasma, mientras tomaba en brazos a Elleb.
--¡no! ¡por favor no, por favor no, a ella no, mi pequeña no! --. Gritó Frank, mientras las lágrimas comenzaban a rodarle por el rostro.
  Elleb no se desdibujó, en cambio comenzó a subir, más y más, mientras era fundida con el espíritu.
  Liz despertó, alarmada por el grito de Frank. El joven tenía las manos en el rostro, gruesas lágrimas empapaban la manga de su camisón, donde estaba recostado y no hacía más que repetir:
--¡no! ¡por favor no, por favor, devuélvemelas, por favor! --.
  La muchacha se incorporó sobre una mano y comenzó a sacudirlo, con aquella sensación de que eso ya ocurrió.
--Frank despierta. No es real. ¡escúchame, no es real! ¡vamos, aquí estoy, despierta! --. Dijo, con voz tranquilizadora.
  Frank seguía allí, solo, en aquella habitación, cuando la voz de Liz le llegó desde muy lejos, devolviéndolo a la realidad.
  Liz suspiró, cuando, con una fuerte bocanada de aire inhalada, Frank abrió los ojos y comenzó a tocarla, como quien desea asegurarse de que aquello que toca es real.
--¡Liz! oh, ¡Dios mío, Liz! --. Dijo, olvidándose del español en su desesperación.
--¡cálmate, mi vida, cálmate! ¿qué te ocurre? --. Dice ella, apretándolo contra sí y secándole las lágrimas.
--iré a traerte un poco de agua--. Dice después de un rato, cuando él se calmó.
--¡no! ¡no vayas! ¡quédate conmigo! —Dice el joven, reteniéndola junto a él.
--¿puedo pedirte algo? --. Preguntó Frank, mientras ella le masajeaba los hombros.
--¿qué quieres? --. Dice ella, con dulzura maternal.
--¿puedo traer a la niña y que duerma aquí, con nosotros? ¡te lo ruego, amor! --. Dijo, regresando al español.
  Liz comprendió que negarse solamente empeoraría el estado de nervios en el que se hallaba Frank y dijo:
--Está bien. Voy a…--.
--Yo voy--. Dice el muchacho, reteniéndola en la cama y levantándose él.
  Frank se dirigió al cuarto contiguo y antes de tomar en brazos a Elleb, se inclinó y besó a su madre.
--¿qué ocurre, hijo? --. Pregunta Michelle, despertándose, alarmada.
--Ssshhh…--. Dice él, apartándose con suavidad.
--Solo vine a ver a la niña. Duerme, mamá, no te preocupes--. Dice, inclinándose y tomando a una dormida Elleb en brazos.
  La niña se revuelve y despierta, comenzando a llorar suavemente.
  Frank le coloca la cabeza en su hombro y se la lleva.
  Mercedes se encontraba en su cama. Cuando miró hacia arriba, descubrió, sentado en la cama contigua, a su marido, con las manos cruzadas sobre el regazo, una expresión triste y furiosa en el rostro y lágrimas grandes y brillantes como perlas, le rodaban por el rostro.
--¿por qué, Mecha? ¿Con qué necesidad lastimar así a Liz? Es tu sangre. Tu nieta y la chiquita, su hija, es también tu familia--. Dijo don Jadur, con una mezcla de reproche y súplica en la voz.
--¡ándate y déjame en paz, Jadur! --. Dijo Mercedes, con el terror pintando su voz.
--Estás mal, mujer, muy mal. Eso de andar metida con las brujas no es nada bueno--. Habló el espíritu del que fuera su marido por más de cuarenta años.
  Mercedes se dio vuelta en la cama y decidió ignorar a Jadur, como hacía cuando este vivía.
  La señora se había casado, “porque esa es la ley de la vida” como decía su padre, pero en realidad, Mercedes no podría decir si lo amaba o no.
  El espíritu de don Husein, comenzó a elevarse, hasta posarse sobre la cabeza de su esposa y dejó un beso en su frente, diciendo:
--Duerme, Mercedes, duerme. No te aflijas, yo sé que vos la querés a la Liz, muy en el fondo. Yo la voy a cuidar--. Y desapareció en un rayo de cálida luz.
  Marizza dormía hacía horas, cuando se encontró en la vieja casa de sus abuelos, tal como la recordaba.
  Vio a Liz, jugando en un columpio y se acercó.
--¡Viniste! --. Dijo Liz, que de pronto se había transformado en una niña de unos cinco años.
--¿qué hago acá? --. Inquirió Marizza, deseando que aquella locura terminara.
--No tenemos que pelear, Mari. No me volviste a hablar desde que me golpeaste por algo que yo no hice. Estamos metidos en un serio enredo que no vas a entender y si seguimos así, las cosas van a terminar muy mal--. Explicó la pequeña Liz, con la voz de la Liz de 26 años.
--No es justo--. Dijo Marizza, pensando en todo aquel asunto de la pala.
--No seas tonta, hermana. ¿no te das cuenta que si nosotras nos peleamos las que van a salir perjudicadas son tus niñas y la mía? --. Preguntó Liz, mientras otro columpio aparecía al lado del primero.
--¿Y qué hago? --. Preguntó Marizza.
--Primero, Sentate en esa hamaca--. Dijo Liz, mientras su hermana volvía a ser una niña, de la edad de la Liz del columpio.
--Ahora--. Dijo Liz, una vez Marizza se sentó.
--¡impúlsate con los pies! --. Indicó Liz, mientras al columpio le crecían sarmientos de parra.
  Mientras las dos mujeres/niña se columpiaban, cada vez más alto, la granja de los Husein comenzó a quedar muy abajo.
  Las dos hermanas se tomaron de la mano y salieron despedidas de los columpios, propulsadas por un fresco viento, mientras los juegos se trasformaban en árboles.
  Cuando Liz logró que tanto Frank como su hija volvieran a entregarse al sueño, ella cerró los ojos.
  Volvió a encontrarse en aquella especie de parque, donde viera a su abuelo y confirmara su embarazo.
  Su abuelo la esperaba, sentado en un tronco, con una sonrisa.
--¡ay, mi hija! Su abuela se mandó una macana muy grande escuchando a Cristina--. Dijo el señor, sentando a su nieta en su regazo, como cuando era una niña.
--¿por qué, Abuelo? ¿por qué se afanan en destruirme? --. Sollozó la muchacha en su pecho, empapando de lágrimas la blanca vestidura.
  Don Jadur se sacó un pañuelo del bolsillo y secó los ojos a su nieta.
--No llore, mi hija. Su hermana la va a perdonar y juntas van a terminar por ganar y yo las voy a estar mirando, a ustedes, a Frank, Julián y a las nenas, para que no les pase nada--. Dijo Jadur, mientras Liz se alzaba de sus rodillas.
  Darío se vio en un parque y vio a su ex y difunto suegro.
--¿cómo está, Darío? --. Preguntó “el turco” como solía decirle.
--Feliz, don Jadur. La Liz me perdonó y conocí a mi nieta ¿sabe? --. Respondió Lejeoune, acercándose.
--Ajá. Ya sabía, Darío. Lo que vengo a pedirle ahora, es que ande cerca de la Liz, porque ella lo necesita más que nunca. Cristina, ¿se acuerda de ella? Cristina quiere acabar con la felicidad de mi nieta--. Informó el buen espíritu, al que fuera su yerno.
--¡me cago en la mierda! --. Dejó salir Darío.
--Eso es todo, Darío. Ahora tiene la oportunidad que tanto quería. Vaya y cuídela. Cierto es, que el tiempo no se hace para atrás, ni se recupera, pero puede pagarle a su hija todo este tiempo de ausencia, ayudándola en lo que pueda--. Dijo don Husein y desapareció en una fuente cristalina.
  Michelle vio a su difunto marido, parado en la puerta de su cuarto y agradeció que Elleb no estuviera allí.
--¿no me olvidaste verdad? --. Profirió el ente, con una sonrisa, mientras una nube de olor a alcohol, perfume barato de mujer y promiscuidad, invadían la habitación.
--G… G…. GEE… Gee… Ge... George--. Dijo Michelle, tartamudeando de puro terror.
--G… Ge… Ge… Gee…. George--. Se burló el fantasma, con una carcajada y acercándose, golpeó el rostro de la aterrada mujer.
  Michelle gritó de dolor y miedo, mientras el espíritu le explicaba:
--Querida Michelle. ¿creíste que te desharías de mí tan fácilmente? ¿creíste que tu amado hijito y tú podrían irse y dejarme? ¡ja, ja, ja, ja! --. Y volvió a golpearla.
  Liz despertó, por segunda vez aquella noche, ante los gritos de Michelle y levantándose con cuidado, para no despertar a Frank ni Elleb, salió hacia el cuarto contiguo.
  Cuando llegó a la puerta, sintió el escalofrío subiendo por su espalda y comprendió que algo no estaba bien.
  Michelle seguía dormida, con una mano puesta sobre su mejilla derecha.
--¡en nombre de San Miguel arcángel, seas quien seas, retírate y vuelve a tu lugar de origen! --. Dijo Liz, cuando aquel terror que comenzaba a envolverla se disipó, como sí... “gracias, abuelo” pensó la muchacha.
  Se acercó al lecho de su suegra y comenzó a despertarla con suavidad.
--¡Liz! ¡George…. ¡Estaba… y… l… l…! --. Balbuceó la señora, aferrada al cuello de su nuera.
--Tranquila, Michelle. Fue solo un sueño y ya se fue--. Dijo Liz, sintiendo desvanecerse la presencia negativa.
  Cuando llegó la mañana, de los sueños solo quedaban las confusas imágenes.
  Frank despertó y abrazó a su hija y su esposa, agradecido de tenerlas allí, sin importar el dolor que tenía en la nuca, a causa de la mala postura.
  Samanta suspiró. Debía decidirse de una vez. No podía dejar que aquello continuara por más tiempo.
  El espíritu maligno estaba fuera de control y aunque el benigno podía defender a los suyos, no era solo la energía negativa la que afectaban al muchacho y a la mujer, sino también el terror que Bradock les provocaba.
  Por un momento se preguntó ¿qué ocurriría si trataba de atormentar a Liz? A lo mejor no lo hizo por la plata que la muchacha llevaba puesta.
  El anillo de compromiso, que aunaba la plata con la manifestación física del amor que representaba, los aretes, “regalo de su madre” se dijo y la medalla, bendecida, intercambiada en la iglesia.
  Decidió que no rompería el juramento si seguía asistiendo a Cristina en toda esta locura, pero el juramento no decía nada acerca de prevenir a la muchacha y darle algunos “tips” para evitar más sueños malos.

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