Esa mañana había sido particularmente pesada. Ya habían finalizado el recorrido por Grecia y ahora volvían a España. Liz se hallaba trabajando en el SPA. Su vientre crecía con cada semana y cada vez se cansaba más rápido.
Frank había salido a cubierta y se encontraba junto a sus amigos. La disputa con Liz había quedado olvidada, luego de que Alejandro llamara para disculparse y fuera Frank quién contestara.
El chico se había disculpado y Frank, que le odiaba, tanto o más que a Sahid, le había dicho que no volviera a llamar, escribir ni pensar en Liz. Luego de eso, las cosas habían seguido su curso y ellos habían vuelto a ser felices, mientras esperaban el nacimiento, cada vez más próximo, de la niña.
En ese momento el celular del chico sonó y fue rápidamente contestado.
Liz se encontraba en aquel momento, sentada, masajeando los pies de una señora, como de noventa años. De pronto se escuchó un grito lejano y un rato más tarde, Claire entraba como una tromba al SPA.
Norma, que estaba haciéndole tintura a la hermana de la clienta que estaba con Liz, se sorprendió y preguntó:
--¿qué ocurre? ¿por qué estás tan alterada, criatura? --.
--¡Necesito a Liz, ahora! --. Dijo la muchacha y se acercó a la camilla, donde Liz seguía trabajando.
--¡Liz! Debes venir conmigo ahora. Es Frank. Está… ¡por favor Liz! Te explico en el camino. ¡vamos! --. Liz, cuyos nervios estaban de punta, a causa del embarazo, se alteró más aun cuando Claire dijo esto. Suspiró y dijo:
--¡Cálmate! Estoy trabajando. Respira y cuéntame ¿Qué le ocurre a Frank? --. Claire tomó la silla que Liz acababa de abandonar y dijo, casi sin respirar:
--Estábamos en cubierta, charlando un rato y tomando un jugo. Entonces el teléfono de Frank sonó. Era su madre, le llamó desesperada, para contarle que su padre acaba de morir, a causa de una sobredosis alcohólica y él está sentado en el suelo, no deja de llorar y necesito que vengas ahora--.
Liz dejó de masajear los párpados de la señora. El corazón comenzó a subir las pulsaciones y en su vientre, la niña, que había permanecido tranquila durante toda la mañana, comenzó a agitarse.
--Norma, que había escuchado todo, dijo:
--¡dios santo! Termina con lo que estás haciendo, Liz y ya luego puedes irte--.
La muchacha se apresuró a terminar el trabajo y una vez hubo ayudado a vestirse a la mujer, asistida a su vez por Claire, ambas chicas salieron.
En cubierta, se había aglomerado una densa cantidad de gente, que había salido al escuchar el grito del muchacho que ahora se encontraba, tal y como había dicho Claire, sentado en el húmedo suelo de cubierta, con las rodillas pegadas al pecho y las manos cubriéndole el rostro.
Las jóvenes se abrieron paso y cuando estuvieron en medio de la multitud, Liz dijo, en inglés y en español:
--Por favor, señores, les pido que vuelvan a lo que estaban haciendo. No hay nada que ver aquí-. Luego se acercó al padre de su hija. Le parecía increíble que, aquel chico que esta mañana la había besado al despedirse, fuera él que se hallaba en aquel momento en el suelo.
Adam y James estaban de pie junto a él, e intentaban, por todos los medios, lograr que Frank se pusiera de pie. La muchacha se volvió hacia Claire y dijo, mientras se sentaba en una silla, pues no había modo de que pudiera ponerse en cuclillas:
--Ve a buscar a tus padres y tráelos aquí--. La muchacha salió como un rayo a cumplir la orden dada y Liz se acomodó en la silla.
Frank seguía allí, sentado, sollozando. Ella se inclinó y tomando las dos manos de él, forcejeó hasta quitar las manos de Frank de su propio rostro y se las retuvo entre las suyas. Luego, mientras en su vientre las patadas seguían, dijo con suavidad:
--¡Frank! ¡aquí estoy, mi amor! ¡mírame! Ven. Levántate--.
Frank alzó los ojos, nublados por las lágrimas y miró el rostro de Liz. Los sollozos seguían, pero ya sin lágrimas. El joven se puso de rodillas y apoyó la cabeza en el regazo de la muchacha. Liz comenzó a tocarle con suavidad los cabellos y se concentró en enviarle otro Elleb, esta vez para poder calmarlo y que se sentara, mientras le decía:
--Cálmate. Vamos al cuarto para que puedas sentarte ¿sí? --. Mientras hablaba les hizo un gesto a Adam y James y estos, tomaron a Frank, uno de cada brazo y lo izaron, mientras ella se ponía de pie.
Se acercó y lo rodeó con los brazos y así, entre los tres lo llevaron al camarote, mientras era él quien sentía la garganta estrecha ahora. Su padre había muerto, el maldito alcohol había terminado ganando la batalla. ¿Qué se suponía que haría ahora?
Llegaron al cuarto y Liz se sentó en la cama. Frank, que no se daba cuenta de lo que hacía se sentó en sus piernas y hundió la cabeza en su hombro. La muchacha se reclinó contra el cabecero de la cama, para poder aguantar su peso y lo estrechó, mientras, como hacía unos meses, había hecho él por ella, lo acunaba con suavidad.
--¡No debería haber venido a este viaje! ¡debí quedarme en casa, con mis padres! Ahora mi madre está sola para afrontar todo esto y…--. Las palabras se convirtieron en sonidos estrangulados y una ola de lágrimas inundó la chaqueta de la muchacha.
Un golpe en la puerta y es Adam quién abre. Los chicos se han quedado en el cuarto, solo por si Frank volvía a desplomarse. Josef y Hannah Sinclair entraron en silencio y se acercaron a la cama. El muchacho sigue llorando en brazos de Liz. Josef se acerca y le pone una mano en el hombro. Él se levanta y dice.
--¡dios mío! ¿qué haré ahora con mi madre? No puedo dejarla allí, sola con todo esto. No. Debo regresar a Los Estados Unidos, debo volver a…--.
--No muchacho. Te ruego que te calmes. Mira dónde estás sentado--. Dice Josef y recién en ese momento, Frank se da cuenta de que está sentado en el regazo de Lizbeth. La muchacha lo estrecha sin decir una palabra, ni quejarse por el peso en sus rodillas.
Frank se levanta y se sienta en la cama, pegado a ella. Liz, que ha mantenido la calma en todo este tiempo, pues sabe que en estos casos es mejor una sola persona histérica, dice, mientras Frank vuelve a hundir la cabeza en su hombro:
--Por favor, Señora, llame a la madre de Frank y vea que esté bien y usted, señor Sinclair, páseme una caja de madera, que encontrará en mi maleta. Uno de ustedes, vaya a buscar un vaso de agua y tráigalo--. Como los soldados en batalla, así se dispersaron los Sinclair, a las órdenes de la muchacha que, entre tanto, sigue conteniendo a su destrozado novio.
Josef le entregó la caja de madera y Liz extrajo una tira de píldoras. Eran las que ella usara en otro tiempo y aunque ya no las necesitaba, siempre tenía unas cuantas en caso de emergencias como estas. Cuando James volvió con el agua, ella levantó la cabeza de Frank y la separó de su hombro con suavidad y dijo:
--Tomate esto, cielo. Te sentirás mejor--. Luego tomó una de las pastillitas rosadas y se la metió en la boca. Luego sostuvo el vaso inclinado para que el joven bebiera. Frank aceptó todo como un niño, se bebió toda el agua y Liz le entregó el vaso a James que salió por más. El chico llevaba casi media hora llorando sin parar y se le habían secado los labios y la garganta. Cuando Liz le acercó el vaso otra vez a la boca, él lo tomó con las dos manos y se lo bebió de un solo trago. La pastilla comenzaba ya a surtir efecto en los nervios de Frank y poco a poco los sollozos y temblores se fueron haciendo más suaves.
Hannah Sinclair estaba fuera. Tenía el teléfono de Frank en la mano y marcaba el número de Michelle Bradock. No se alegraba de la desgracia de la familia, pero de algún modo le provocaba un cierto alivio. George Bradock era un mal hombre. El alcohol, el juego y las mujeres lo dominaban.
Hannah recuerda, hace dos años, una noche, Frank había llegado en plena madrugada a su casa. Acababa de sacar a su madre del hospital, a causa de unos golpes. Michelle tenía un brazo quebrado y varias contusiones menores por todo el cuerpo. Se acuerda, como si lo estuviera viviendo en ese momento, que Frank se había sentado en el sofá de su sala de estar, mientras Claire le limpiaba una herida en el labio, se la había hecho George, cuando el chico había interferido para rescatar a su madre.
Del otro lado de la línea contesta una voz, algo quebrada, pero con una dosis de alivio, se dice Hannah:
--¿Frank? hijo ¿Cómo? ...--.
--No Michelle, querida, soy Hannah Sinclair. Frank está…--. La mujer se asoma por la puerta y ve al chico en brazos de Lizbeth y dice:
--Frank está bien, no te preocupes cómo estás tú? --.
--¡Hannah! ¡gracias al cielo! Estoy bien, George murió hace unas horas y estoy esperando que me entreguen su cuerpo para darle sepultura--.
Hannah Sinclair se da cuenta, con verdadero alivio y sorpresa, que Michelle está bien. Parece que, en lugar de afectarle, la muerte de su marido la ha liberado. En ese momento, Michelle dice:
--Llegó ebrio, como siempre e intentó golpearme, otra vez, cuando le vino un infarto. Hannah, yo sé que está mal que diga esto, al fin y al cabo, él era el padre de mis hijos, pero tu mejor que nadie sabe todo lo que Frank y yo tuvimos que vivir por su culpa y ahora, ahora que murió ¡por fin soy libre! Y no solamente yo. Frank también y…--. La voz se le quiebra en lágrimas y Mrs. Sinclair dice:
--Me alegro de que estés bien, querida. Para Frank fue un choque muy fuerte, pero, afortunadamente ya tiene quién le brinde consuelo y paz--. Michelle, que en ese momento firma unos papeles, dice:
--¡Sí! me contó de aquella muchacha. ¡Me encantaría conocerla! Lo único que me preocupa ahora, es que mañana se vence el contrato de la renta y no tengo a dónde ir--.
Hannah tiene una idea y de pronto dice:
--¡Prepara la ropa que quedó de Frank en tu casa y la tuya, ponlas en dos maletas y espera mi llamada esta noche! -- Luego cuelga y entra en el cuarto.
Frank, ya más tranquilo, sigue recostado en el hombro de Liz. La pastilla, que no tiene idea qué fue, le provoca sueño y entonces Liz dice, con dulzura, mientras le acaricia los rizos:
--¿Quieres recostarte un rato? La pastilla que te di es un calmante un poco fuerte y aunque es la dosis mínima, estabas muy alterado y me imagino que te estás durmiendo. Yo volveré en un rato y me quedaré contigo--. Luego se inclina y le besa en la comisura de los labios.
Frank se levanta y abre las mantas. Se siente realmente agotado. La noticia lo sobresaltó y la droga lo estaba sumiendo, suavemente en el sueño. Liz lo arropó y luego de indicar a Adam que se quedara con él, salió con la familia Sinclair y se dirigieron al camarote de los señores.
--Michelle está bien, hasta se siente liberada. Liz tu no conoces toda la historia, pero el padre de Frank era un verdadero monstruo--. Dijo Hannah mientras se sentaban, los cinco en la cama.
--Lo único que le preocupaba, cuando hablé con ella, era dónde iría a vivir, pues mañana se vencerá el contrato de la renta, pero se me ocurrió una idea y deseo saber si todos y principalmente tú, Josef y tú, Liz, están de acuerdo conmigo--.
La mujer les explicó su plan y tanto Josef como Liz estuvieron de acuerdo con él. Los Sinclair tenían mucho dinero y podían costear el plan de Hannah sin ningún problema. Decidieron que sería una sorpresa para Frank y arreglarían todo para que la “suegra” de Liz no tuviera ningún inconveniente.
Un rato más tarde, Liz entró a su camarote y se tendió junto a su chico. El joven dormía plácidamente y Liz dijo a Adam que Claire lo aguardaba y el chico salió, cerrando detrás la puerta.
La muchacha se quedó en el silencio del cuarto, roto solamente por la respiración profunda de Frank. Suspiró y se dijo, mientras con una mano acariciaba el cabello del joven y colocaba la otra sobre su vientre, que las personas que, como George Bradock y Darío Lejeoune, eran mierda pura, siempre tenían un final de mierda.
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Oportunidades en la vida
SonstigesLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...