capítulo 3. Volviendo a "Ítaca"

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Aquel 26 de diciembre, amaneció fresco, gracias al cielo, se dijo Liz, mientras se levantaba de la cama. Decidió dejar dormir un par de minutos a Frank y vistiéndose silenciosamente, se dispuso a terminar de preparar las valijas. Cuando terminó de guardar la poca ropa desempacada, se dirigió al baño, se arregló y bajó.
  Uno de los regalos de navidad, recibidos de manos de tía Natalia, fue un termo de dos litros de capacidad y la muchacha, precavida, decidió llevarlo lleno de agua caliente, tanto para preparar la leche de Elleb, como para tomar algo, en caso de cataclismo.
  En la cocina, la esperaba su madrina, con dos pavas de agua hervida, que colocó en el termo y un bolso, con algunas cosas, como unas empanadas, sándwiches y una pizza, cortada en porciones.
--Para el viaje, hija. Uno nunca sabe lo que puede pasar y les esperan unas veinte largas horas--. Dijo la buena señora, ayudándole a cerrar la mochila que se llevaría con ella en el micro.
--Gracias por todo, madrina. No tengo como pagarles todo. Desde el haber comprendido las cosas y no juzgarnos, hasta la comida de este bolso--. Dijo Liz.
--Nada que agradecer, ahijada. Si no te ayudábamos, ¿para qué nos eligieron como tus padrinos? --. Dijo Lihuen, sentándose.
--Toma esto, espero que les sirva--. Agregó, sacando un fajo de billetes del bolsillo de la camisa.
--Muchas gracias, padrino, no debió…--.
--Ssshhh…--. Dijo él, estrechándola.
  Liz se guardó el dinero en el bolsillo y subió a despertar a Frank. En la escalera, se encontró con Michelle, que bajaba con dos valijas.
--Buen día, Liz--. Dijo ella dejando las valijas y subiendo por la tercera.
  Liz entró al dormitorio y sacudió a Frank. El joven abrió los ojos y mirando la hora, saltó del lecho y comenzó a vestirse.
  Liz tomó dos de los veinte billetes que tenía en la mano y los metió en un monedero. Aun no sabían si los esperaría alguien en la terminal y la muchacha no quería correr riesgos de estar sin un peso a mano.
--Voy a lavarme el rostro y llevo las maletas abajo--. Dijo Frank, dándole un beso de buenos días.
--está bien, yo voy a levantar a Elleb, la llevo con tu madre y regreso a ayudarte con las valijas--. Dijo ella, devolviendo el beso.
  Liz se dirigió al cuarto de al lado y tomó en brazos, sin despertar, a su hija. Decidió que era mejor llevarla dormida, para que no se pusiera inquieta. Bajó con ella y dejándola al cuidado de Michelle, subió y junto a Frank, bajaron las seis maletas, el bolso de la niña y una vez todo el equipaje reunido, Telma llamó dos taxis, que los llevarían a Liniers, de donde salía el micro a Tucumán.
  Cuando los taxis llegaron, Liz, Michelle y Lihuen, subieron en uno y Frank, Elleb y Telma, en el otro y dividieron las maletas. El moisés, lo mandarían después por correo.
  Llegan a la terminal, pagan, bajan las maletas y se dirigen a la plataforma 24, donde ya está estacionado el ómnibus. Liz saca un carnet y se acerca al chofer, parado en la puerta.
--Disculpe, tenemos un pasaje gratuito y uno pagado a Tucumán--. Dice, y saca del otro bolsillo los pasajes en cuestión.
--¿quién es el acompañante? --. Pregunta el chofer, mirando el grupo.
  Liz se acerca a Frank y dice:
--Es él. Es turista, no es de acá--. Explica, antes que el chofer le pida el D.N.I.
  Frank saca su tarjeta de seguro social y se la enseña.
--Perfecto, adelante--. Dice el chofer, tomando una por una, las maletas y guardándolas en la bodega.
--Bueno, chicos, espero que les vaya bien. Avisen cuando lleguen y llámennos si pasa algo--. Dice Lihuen, estrechando la mano de Frank y abrazando a Liz y Michelle.
--Muchas gracias por todo, don Lihuen--. Dice Frank, despidiéndose de Telma.
--Chau, hija. Ya saben que cualquier cosa, acá estamos--. Dice Telma, mientras Liz la estrecha en un abrazo. Luego se despide de Michelle y los cuatro juntos, se aproximan al bus.
--Les toca arriba, mamá--. Dice el chofer a Liz.
  La muchacha putea por lo bajo. Detesta ir arriba, porque los asientos son más incómodos. Suspira y se lo comunica a sus compañeros.
--Cuando llegues arriba, no te olvides de bajar la cabeza, Frank--. Grita Liz, subiendo por la estrecha escalera. Ella va en último lugar, con Elleb en brazos y el bolso de la niña colgado del hombro.
  Desde arriba, le llega un insulto en inglés y Liz sonríe.
--Te dije que bajaras la cabeza--. Le dice a Frank, cuando llega a su lado.
  Se ubican en la fila de la izquierda. Liz Elleb y Frank adelante y Michelle atrás de Frank, que decidió, al mirar la estrechez del espacio, que se quedaría del lado del pasillo.
--Bueno--. Dijo la muchacha, colocando el bolso de Elleb, con cuidado a sus pies,
--¿Listos para veinte hermosas y largas horas de viaje? --. Intentó dar un tono divertido a su voz, pero falló.
--¿veinte horas? --. Dice Frank, colocando en el portaequipaje, la mochila y el bolso con el termo.
--¡Debes estar bromeando! Por favor, dime que estás bromeando--. Agrega.
--No, no es una broma. Te aseguro que no bromearía con esto--. Dice Liz, reclinando su asiento.
  Frank suspira y la imita, siendo seguido, a su vez por Michelle. Son las ocho de la mañana y nadie tiene ganas de charlar.
  Poco a poco, los asientos van ocupándose. Junto a Michelle, se sienta un hombre bastante alto que le dice, muy amablemente:
--Disculpe, señora, pero ¿cree que pueda cambiarme de lugar? Yo voy hasta Córdoba, ¿sabe? Y estos asientos son horribles--. Liz se sienta y dice:
--No me diga que este para en Córdoba--. Luego agrega, por lo bajo, el mismo insulto que dijera Frank en inglés.
--Sí, mamita, este es el comúnmente llamado “lechero” y va parando en todos lados--. Le contesta el caballero, con tono compasivo.
  Entre tanto, Michelle, se levanta y cede el lado del pasillo al hombre. Ella es más baja que Liz y el pequeño espacio no le resulta tan incómodo como al caballero.
  Liz saca el teléfono y le escribe a Marizza.
“la que te parió, hermanita. ¿no podías conseguir uno directo a Tucumán?”
  La respuesta de su hermana llega casi inmediatamente:
“ups. Perdón, no me dijeron que no era directo y esa empresa fue en la única que conseguí pasaje sin cargo, así que no te quejes tanto”
  Liz no quiso preguntarle el motivo de estar despierta a esas horas y en cambio escribió:
“está bien, nena. Che, una pregunta. ¿sabes si alguien nos espera en la terminal?”
  Cuando vio la respuesta, Liz soltó otra palabrota, esta vez en un perfecto tucumano básico, que alarmó al amable caballero de atrás e hizo sonreír a Frank.
“Supongo que sí, porque viene la tía Elsa, a pasar el 31 con nosotros. Ya le voy a decir al papá, que le diga a Alberto, que es quien la va a esperar, que también los espere y los traiga. Su colectivo llega a la misma hora que el de ustedes”
--¿quién es tía Elsa? --. Preguntó Frank, cuando Liz le mostró el mensaje.
--Es hermana de mi papá, de Cesar, quiero decir--. El muchacho pensó que nunca terminaría de conocer a toda su familia política.
--Lo bueno es, que como no vamos a vivir en casa de mi mamá, no vamos a tener que aguantarla, así es que no te aflijas--.
  Frank sonrió y Liz comentó:
--Ojalá que nos espere alguien, porque va a ser un lío ir en taxi con todo esto.
--¿sabes? Me siento algo culpable--. Dice Frank.
--¿culpable? ¿por? --. Dice ella, levantando el reposa brazos que divide los asientos y rodeándole la cintura con una mano.
--Bueno, porque si tienes más valijas de lo usual, no tienes quien pueda esperarte en la estación y todos los inconvenientes que tienes con tu abuela, es por causa mía y…--.
  Liz sonríe y dice, mientras lo aprieta contra su costado:
--No seas tonto, corazón. Nada de esto es tu culpa. Yo me fui, contrariando los deseos de mi abuela, yo salí con dos maletas y no creas que tuve una linda despedida de mi familia. Mi madre me acompañó en un taxi hasta la terminal y junto a Jules y Marizza, me subí en un micro, lloré todo el camino, o al menos gran parte de él y ahora vuelvo feliz, con esta pequeña durmiente, con un novio fantástico y una suegra que parece ser la excepción de la regla. Los inconvenientes, iban a llegar, tarde o temprano y me alegra no estar sola al momento de enfrentarlos--. Dijo Liz y le besó la frente.
  El colectivo comenzó a moverse y salió de la terminal. Por la ventana, se veía el tráfico, siempre congestionado, de la ciudad de Buenos aires.
  Frank pasó un brazo por detrás de Liz y dijo, con un bostezo:
--Tengo unas horas para terminar de dormir. Con tu permiso, vida, voy a terminar de amanecer--. Y se durmió. Liz suspiró y lo imitó. En los asientos traseros, Michelle y el caballero, charlaban en voz baja. Eran casi las nueve, cuando por fin salieron de la ciudad de Buenos Aires.
  Elleb despertó, cuando la azafata comenzó a hablar.
--Buenos días, señores pasajeros. Mi nombre es Lidia. Les pedimos disculpas por el retraso en la salida, pero tuvimos un pequeño inconveniente con el coche, pero ya lo solucionamos y esperamos no tener más contratiempos. Les rogamos permanecer con las cortinas cerradas, porque en Santa Fe, pasamos por zona de villas y suelen tirar piedras contra los micros. Muchas gracias--.
  La niña comenzó a inquietarse y Liz despertó. El olor le llegó en una fuerte bocanada y la muchacha maldijo.
--Frank, despierta. Tengo que cambiarla. Necesito que la tengas en las piernas--. Dijo Liz.
  El muchacho abrió los ojos y dijo, mientras se estiraba:
--Y eso que recién comienza el viaje--. Tomó a Elleb y Liz, poniéndose de pie, saltó por encima de sus piernas y se dispuso a cambiar el pañal.
--Disculpe, señorita, ¿dónde puedo deshacerme de esto? --. Le preguntó a la azafata cuando pasó por su lado.
  La muchacha recogió la bolsita con el pañal y se la llevó.
  Una vez cambiada, Liz saltó otra vez y se sentó.
--Te toca llevarla un ratito--.
  Frank suspira y comenta:
--Tengo hambre. Al final no desayunamos nada--. En ese momento, la azafata va de regreso, repartiendo vasitos de café y Frank toma uno, con un paquetito de galletas.
  Liz se inclina y recoge el suyo y sus galletas. Elleb, que tampoco desayunó, comienza a pedir las galletas que su padre come y él moja una en café y se la acerca a los labios.
--¡esos son buenos padres! --. Comenta el caballero, volviendo desde abajo.
--¿sos soltero? ¿Cuántos años tiene tu hermana? --. Pregunta, sentándose.
  Liz ríe con ganas y dice:
--No soy su hermana y es mi futuro marido. La nena es nuestra hija, señor--. El hombre, totalmente apabullado, decide cerrar la boca y tomar el desayuno sin socializar.
--Hmm… creo que muchas de las cosas que nosotros hacemos, estarían totalmente prohibidas si fueras mi hermano--. Le comenta Liz a Frank en voz baja y el chico ríe.
  En la ciudad de Córdoba, la señora Elsa Martínez, está ya en la terminal. Son las tres en punto, cuando por fin, el colectivo entra en la plataforma 42. Si hay algo que Elsa detesta, eso es viajar en colectivo, pero en avión es muy caro y esa plata, mejor la usaba para pagar la guardería de sus perros.
  Elsa es una mujer alta, de pelo corto y canoso, con una perpetua expresión de cansancio en el rostro y usualmente, le gusta quejarse de todos, en el barrio donde vive, no se lleva bien con sus vecinos, todos son malandros, a su modo de ver.
  En el micro, los pasajeros ya comienzan a sentir las piernas agarrotadas, después de siete horas de casi completa inmovilidad.
--Señores pasajeros, bienvenidos a la ciudad de Córdoba. Por favor, los pasajeros cuyo destino es este, deben descender del micro, de forma ordenada y aquellos que siguen con nosotros, pueden bajar a comprar algo, si es que les hace falta. Gracias--. Se escucha la voz, casi inexpresiva de Lidia, mientras el micro va deteniéndose, poco a poco.
  En la parte de arriba, se escuchan varios suspiros de alivio y movimiento de pies, asientos y bolsos. El caballero junto a Michelle, se levanta y dice, recogiendo el bolso a sus pies:
--¡uf! Un placer charlar con usted, querida señora y conocerlos, muchachos. Disculpen la indiscreción de hace rato, pero…. Bueno, hasta luego, yo también tengo nietos que me esperan--. Los tres dicen “chau” al unísono y el hombre desaparece por la escalera.
--Voy a bajar un rato, cielo. Las piernas me duelen y quiero un jugo--. Dice Frank a Liz.
--Yo voy contigo--. Dice Michelle.
--Me llevo a Elleb, Liz--. Dice la señora.
--Hmm… creo que será mejor que bajemos por turno, para no dejar los asientos desocupados--. Dice Liz, recordando que se hallan en Argentina.
--Frank, ve tu primero y en cuanto regreses, bajamos nosotras con Elleb--. Así lo hicieron. Elleb quiso irse con su padre y Liz tuvo que retenerla.
  En la terminal, Elsa se aproxima al micro, justo cuando un joven alto y atractivo, baja. A la mujer se le cae la billetera y cuando se agacha para levantarla, su celular, mal guardado en su bolsillo, sale volando y se estrella en el suelo:
--¡la puta madre que lo recontra re mil parió! --. Grita la señora, a todo pulmón.
  El joven se acerca, sonriente y dice, con un raro acento:
--Permítame, señora, yo le ayudo--. Y le entrega la billetera y el celular, al cual se le quebró el cristal protector.
-Aquí tiene sus cosas, señora--. Dice el muchacho, dejando con cuidado las dos cosas en las manos, deformadas por la artritis.
--Gracias. Vos no sos de acá, ¿verdad? -- Dice ella, forzando una sonrisa.
--Eh… no, no soy argentino, pero no se preocupe, con permiso--. Le contesta el joven, con una verdadera sonrisa en el rostro y se aleja.
  Elsa suspira al ver el cristal quebrado y se dirige, con expresión osca hacia el chofer:
--Usted va arriba, señora--. Dice el chofer, comprobando el boleto.
--¡y una mierda! --. Contesta ella, fulminándolo con la mirada.
--Tengo setenta y siete años, pelotudo y artritis en las dos manos. Vos me conseguís un lugar abajo y si es posible en el primer asiento--. Sigue Elsa, fuera de sí. El calor, más la hora que lleva allí sentada, la ponen molesta, sin contar que se le acaba de romper el cristal del celular.
--Me va a disculpar, señora, pero ya no hay vacantes abajo y no puedo correr a nadie. Estamos en plena temporada de turismo y no podemos andarnos con delicadezas--. Dice el chofer, perdiendo la paciencia. “Siempre hay una vieja que lo que quiere es hacer perder el tiempo” se dice, mientras la señora, con un resoplido de furia, le entrega uno de los dos bolsos que lleva y dice:
--Ahora vuelvo, voy a comprarme algo de almorzar—y sale.
  Frank vuelve y sube, para que Liz, su madre y Elleb, puedan bajar. Llega a su lugar y se sienta, mientras Liz, con el bolso de Elleb y Michelle, llevando a la niña, bajan.
  Liz y su suegra, se dirigen al kiosco y compran un jugo de litro y medio y unos caramelos. Luego, en el momento en que Elsa vuelve al colectivo, ellas entran al servicio de señoras y Liz refresca el rostro, acalorado de su pequeña. Luego le cambia el pañal, ya mojado y salen, una vez se hubieron arreglado, tanto ella como Michelle.
  En el interior del bus, Elsa Martínez, maldice al chofer, sin olvidarse de su señora madre, de su hermana, si es que tiene, se acuerda también, del modo en que fue procreado y se toma tiempo para imaginarse qué tipo de híbrido es, mientras intenta hacer subir su bolso.
  Frank, sentado en uno de los primeros asientos, la ve y escucha algunas de estas palabras y levantándose, se acerca y tira hacia arriba en lugar de hacia el frente, como estaba haciendo Elsa.
--¡hola! ¡vos de nuevo! Gracias, chico. La verdad que no sos argentino. Acá, en lugar de ayudarte, te pegan el manotazo--. Dice la mujer, subiendo los últimos escalones, sostenida por la firme mano de aquel muchacho tan gentil, como desconocido.
--No se preocupe, señora, y ahora dígame. ¿cuál es su sitio? --. Dice él, llevando el bolso.
--No sé, mira, la verdad es que estos colectivos de morondanga, nunca tienen asientos asignados y el imbécil del chofer, me mandó arriba y…--. Los improperios contra el pobre conductor, siguen y Frank, considerando que el asiento junto a su madre está libre, guía a la furiosa señora hasta él y coloca su bolso en el suelo, a sus pies.
  Liz, Elleb y Michelle, están detenidas en el remolino de gente que sube y baja. Por fin, unos minutos después, logran entrar al fresco micro y suben la escalerilla.
  Michelle se dirige a su sitio y se da cuenta, que tiene otra compañera de viaje, que decidió desplazar su bolso de mano hacia el pasillo y sentarse en el asiento de la ventana.
  Frank está parado en el pasillo y Elleb, que lo ve, comienza a agitarse y a abrir los brazos.
  El joven la toma y Liz comenta, mientras su voz es casi totalmente ahogada, por el revuelo procedente de abajo.
--Parece que se perdió la maleta de una señora. Bueno, compré jugo y unos caramelos--. Luego sube y se sienta.
  Frank la imita, aun con Elleb en brazos y dice, levantándose y pensándolo mejor:
--Es tu turno, mamá, nosotros ya la llevamos ocho horas--. Y le entrega la niña a Michelle.
  Elleb, con hambre y sueño, comienza a llorar y la señora, sentada junto a Michelle, pone cara de asco.
--Que Liz le dé el pecho y ya cuando esté dormida la llevo--. Dice Michelle, mirando a la desconocida.
  Frank entrega a la niña en brazos de su madre que, automáticamente, se la pone al pecho, logrando así calmarla.
  Elsa y Michelle, sacan cada una su trabajo de punto. Michelle, debe terminar el mantel y Elsa, una remera que le encargaron. El micro se pone en movimiento, al mismo tiempo que el celular de Liz vibra en el bolsillo de Frank.
--Es Marizza, dice que Alberto nos espera en la estación para llevarnos a casa y que ella y Jules, nos aguardarán allí, terminando de acondicionarlo todo--. Dice, leyendo el mensaje. Liz asiente con la cabeza y mece a Elleb, que ya duerme.
  El aire del micro está al máximo y a la muchacha, vestida con una camiseta de manga corta, un jean delgado y zapatillas de verano, comienzan a castañearle los dientes.
--Mierda que está fresco--. Comenta la señora sentada junto a Michelle.
  Liz, decide envolver a Elleb en una manta, no vaya a pescar otro resfriado.
  La televisión se enciende y comienzan a proyectar una película “El rey León”
--¡Esa película es una mierda! -- Comenta Elsa, en voz alta.
  Frank sonríe y dice a Liz, al oído:
--Para esa señora, todo parece ser una mierda, ¿verdad? Me la encontré cuando bajaba y debiste escuchar lo que gritó cuando su celular y su billetera cayeron al suelo y después, al momento de traer su bolso hasta aquí…--. Liz sonríe, pensando que su tía Elsa, se parece a esa señora.
  Frank se agacha y toma un libro del bolso.
--¿Crees que puedas seguir ayudándome con el idioma? --. Le dice a Liz, que tiene a Elleb profundamente dormida en brazos.
--Sí, no hay drama, de todos modos, no tengo nada más que hacer--. Le contesta la muchacha, pensando, “ojalá no pase nada en la ruta”
--Dame a la bebé, hijo. Ya se durmió y a Liz se le van a agarrotar los brazos--. Dice Michelle, dejando el tejido y levantándose.
  Frank le entrega a la niña y ella vuelve a sentarse, mientras en la pantalla, se ve a Timón y Pumba, cantando.
--Que linda es. ¿es tu nieta? --. Se escucha la voz, un tanto cacareante de la mujer de atrás.
--Sí. Es mi nieta--. Responde Michelle, con dulzura.
--Hm… yo no tuve hijos nunca, cuando era joven me operaron y quedé estéril y, de todos modos, no tengo paciencia con los chicos. Detesto que lloren y que hagan lío. No, no y no.--. Responde Elsa, contando los puntos de su tejido.
--Ah, claro. Comprendo. Elleb es muy tranquila y no hace líos. Solamente cuando tiene sueño, hambre o en caso de estar mojada. En otras situaciones, se queda sentadita donde la dejen y no molesta--. Dice Michelle.
--sí. ¿ustedes no son de acá? --. Pregunta Elsa, aburrida ya de la pequeña.
  Michelle sonríe en su interior. “hay gente de este tipo en todo el mundo” se dice.
--No, no somos argentinos, pero nos vamos a mudar para aquí, junto a mi nuera, que si es argentina--. Dice Michelle, en voz alta.
--¡uy, no! Podían irse a cualquier lado. ¿por qué eligieron meterse en la boca del lobo? --. Pregunta la mujer, alarmada.
  Liz, en el asiento de delante, sonríe, cuando escucha esta frase de la señora.
--¿De qué te ríes? --. Pregunta Frank, interrumpiendo su lectura.
--No es por tu lectura, no te preocupes--. Le contesta ella, reposando la cabeza en el hombro de él.
--Pues… a nosotros nos parece un buen lugar para comenzar una nueva vida--. Afirma Michelle.
--Eso dicen ahora, porque recién llegan. Esperen… les doy cuatro meses, máximo, para que agarren sus valijas y salgan, como ratas por tirante--. Dice la señora, que sigue trabajando.
  Michelle suspira y Elleb abre los ojos. Son cerca de las cinco de la tarde y la ruta parece infinita, a través de las ventanillas.
  La niña abre sus azules ojos y mira la pantalla del televisor. En ella, Simba y Nala, bailan a la luz de las estrellas.
--Tu hijo… ¿es tu hijo, ¿verdad? Es un verdadero caballero--. Comenta Elsa, sin fijarse en la pequeña, ni en los leones.
--Eh… sí. Es mi hijo y sí. Siempre fue un caballero--. Dice Michelle, con el orgullo pintado en la voz y el rostro.
--Ssshhh… Escucha, están alagándote ahí detrás--. Dice Liz, riendo.
  Elleb se retuerce y Michelle la deja en el suelo. La pequeña, sosteniéndose del asiento, llega junto a Frank y le tira del ruedo de la camisa.
  El joven se inclina y la levanta.
--Se acabó la paz--. Dice Liz, sonriendo y besando a la niña.
  Frank ríe y guarda el libro y Liz, sienta a Elleb entre los dos asientos.
--Yo voy a Tucumán, a pasar año nuevo con mi familia, tengo un hermano ahí--. Informa Elsa, sin preámbulos.
  Michelle, a quien la alocada charla de aquella mujer comienza a provocarle dolor de cabeza, simplemente asiente y decide que será mejor dejar el tejido para después.
--¿para qué es el camino de mesa? --. Pregunta Elsa, mirando el mantel.
--Eh… es un mantel--. Explica Michelle.
  Liz le susurra a Frank:
--Dile que “camino de mesa” es algo similar a “mantel” --. El joven se levanta y se lo comunica a su madre en inglés.
  Michelle sonríe y dice:
--Eh… es para mi nuera, para que lo tienda en la mesa del comedor--.
  Liz detecta el tono de alguien que desea permanecer en silencio, pero al parecer, a la compañera de viaje de su suegra, aquello le resulta totalmente indiferente, porque pregunta:
--y ustedes. ¿Hasta dónde van? --.
  En el asiento de delante, Liz, a quien no le pasa desapercibido el fastidio de Michelle, decide que lo mejor es que Frank, por quien la señora parece sentir cierta simpatía, intercambie sitio con su madre, al menos por un rato y manda dos mensajes. En el de Michelle, escribe:
“levántese, con la excusa de ir al baño. Baje, espere un segundo y suba otra vez”
Luego, le escribe a Frank:
“cuando tu madre se levante, levántate también y con disimulo, siéntate en el sitio de Michelle. Creo que mi suegra necesita un respiro”
  Ambos mensajes cumplen su cometido y Frank, precavido, pues no le agrada mucho charlar de tejido y a la señora parecen no gustarles los niños, toma el libro y en cuanto Michelle, excusándose, sale, él se levanta y da unos pasos por el pasillo, libro en mano. Luego, como quien no quiere la cosa, se deja caer en el asiento de Michelle y dice:
--Buenas tardes, señora--. Elsa lo mira y dice:
--Ah, hola. No sabía que eras hijo de la señora que estaba sentada acá. Ahora se fue al baño, creo--. Frank, que ya esperaba aquella pequeña avalancha de palabras, dice, fingiendo un dominio menor del español:
--Me va a disculpar, pero hmm… hay algunas palabras que no comprendo del todo--.
  Esto parece detener la cuerda de la voz de aquella señora y cuando Michelle sube, Elsa dice riendo:
--Parece que le quitaron en lugar, vecina--. Michelle, ocultando cuidadosamente el alivio, le devuelve la sonrisa y dice, cordial:
--No importa, querida. Me sentaré aquí delante--. Y une la acción a la palabra.
--Gracias--. Le susurra a Liz.
  La muchacha sonríe, en el momento en que la película termina.
  Frank finge leer, mientras escucha el sinfín de palabras liberadas por Elsa. La mujer le cuenta sobre sus perras, que son casi como las hijas que nunca tuvo y le explica, con lujo de detalles, el modo correcto de cruzarlas, el tiempo de espera para hacerlo y los recaudos que hay que tener.
  Le habla de sus tejidos, que vende a una señora en Tucumán y agrega un catálogo de colores y tipos de hilo, le cuenta que, para ella, las personas se dividen en dos grupos. Vagos y trabajadores.
  Le habla de sus sobrinas, dos chicas excelentes, una profesora y la otra… bueno, la otra se embarazó muy joven, pero igual, era una chica muy educada, igual que la mayor, la profesora.
  En el asiento de delante, Michelle entretiene a Elleb y Liz decide cerrar los ojos por un momento. La verborrea de aquella mujer, le provoca un sueño terrible y dice a su suegra:
--Voy a dormir un rato, Michelle, estoy muy cansada y me duele un poco la cabeza. Por favor, en un rato, intercambie sitio con Frank, pobrecito, en algún momento va a necesitar un alto. Si pasa algo, hábleme por favor--. Michelle sonríe y dice:
--Duerme tranquila, hija. No te preocupes, dentro de un rato me cambio de lugar y te devuelvo a tu chico--. Liz sonríe y cierra los ojos.
  Tiempo después, la compañera parlante de Frank, decide imitar a Liz y guardando el tejido, cierra los ojos y un minuto después, se deja oír su ronquido. Frank se levanta, cuidando de no despertarla y hace un gesto a su madre, para que ella vuelva a su sitio, con Elleb, que se quedó dormida, después de tomar un biberón de leche y él se sienta junto a Liz, que está en posición fetal, de costado y la rodea con los brazos.
  Liz despierta, alarmada. La muchacha durmió, lo que a ella le parecieron varias horas, aunque solo fue hora y media. El bus está detenido en plena ruta y se escuchan las quejas de los pasajeros. Eso fue lo que la despertó.
--¿llegamos? --. Pregunta, incorporándose.
--No, aun no. Nos detuvimos por… no sé el motivo exacto, pero estamos varados en la carretera--. Dice Frank, que tiene la cabeza de la muchacha en su hombro, para evitar que se golpeara cuando el colectivo frenó de golpe.
--Y ahora, ¿qué mierda pasa? --. Se escucha la voz desde atrás.
--Nos detuvimos, pero no sé el motivo--. Se deja escuchar la respuesta, tranquilizadora, de Michelle.
--A ver. Déjeme pasar, voy a ver qué mierda pasa. No puede ser, a mí siempre me toca algún problema cuando viajo, me cago en…--. Las protestas, muy enérgicas se alejan, pero su lejanía no disminuye su volumen.
--¡por Dios, señora! --. Dice Liz, conteniendo la risa.
--Compadezco a las sobrinas de esa mujer, de verdad--. Dice Frank, besando los rizos, desordenados de la muchacha.
  Desde abajo, suben claros, los gritos de la señora Martínez. Liz alcanza a escuchar, a un volumen más bajo, pero no menos molesto, la respuesta del chofer y los intentos, infructuosos, de la azafata, por calmar los ánimos.
  La muchacha escucha las palabras del chofer, o al menos algunas de ellas, mezcladas con las de Elsa.
--Vacas…--. Dice el chofer.
--¡los voy a demandar por pelotudos! --. Se escucha a Elsa, más claramente que al chofer.
--… Camión, estamos esperando que…--.
--Será mejor que vaya a mirar qué ocurre y a evitar que esa mujer nos deje sin chofer antes de llegar a destino--. Dice Frank, levantándose.
  El muchacho baja y lo que ve, a través del vidrio, lo hace sonreír. En plena ruta hay un camión cargado de vacas y algunos animales, parecen haber escapado. El muchacho mira más detenidamente y descubre la puerta de la jaula inferior, destrabada y dos hombres intentando arrear el ganado otra vez dentro del camión.
  Los gritos de Elsa, mezclados con los de los pasajeros que fueron despertados por sus protestas y el llanto de un niño de pecho, más pequeño que Elleb, se dejan oír y de fondo, los silbidos y gritos de ánimo de los ganaderos.
  Frank se aproxima a la mujer, que echa chispas y tocándole con suavidad el brazo, pregunta al chofer:
--Ejem. ¿podría decirme que ocurre, por favor? --. El hombre, que por fin es tratado con algo de amabilidad, responde, ignorando a la vieja gritona:
--Un camión vaquero se abrió y los animales escaparon. Están copando toda la ruta y no podemos pasar--. Luego, mientras Elsa se descarga con la joven madre del niño, que sigue llorando, el chofer dice a Frank:
--Haceme un favor, hermano y llévate a esa vieja para arriba. Te juro que preferiría bajar y recibir las patadas y cornadas de los animales, que seguir escuchándola. Desde que subió empezó a formar líos y la verdad que…--. Frank sonríe y dice:
--Está sentada junto a mi madre y no cerró la boca en todo lo que va de trayecto. Precisamente le decía a mi novia, que compadezco a su familia--. Luego se acerca a Elsa, que sigue gritando a la muchacha, que tiene los ojos llenos de lágrimas y dice:
--Venga conmigo, señora. Créame que no ganamos nada poniéndonos así, al contrario, solo consigue asustar al niño y a la muchacha. Ya suficiente con este eh… incidente--. Luego, tomándola del brazo, con firmeza, pero sin brusquedad, la lleva arriba y la sienta en su sitio.
--¿y? --. Pregunta Liz, estirando sus largas piernas.
--Hay un camión con ganado ocupando media ruta porque hay vacas fuera--. Dice Frank.
  La muchacha suspira. Una vez, cuando era niña, en casa de su abuelo, llegó un camión con vacas y un animal había caído, siendo aplastado por los otros y el camión tuvo que detenerse en la pequeña finca de don Jadur, para que él les ayudara a levantar a la tambera.
--Relájate, porque nos espera un rato acá. Créeme que no es fácil meter vacas en uno de esos camiones, de noche y con los animales asustados por las luces. Voy para abajo un rato, me duelen las piernas. ¿vienes? --. Dice la muchacha, mientras el recuerdo del olor del camión vaquero, le llena la nariz.
--Llévate a mi madre, le vendrá bien caminar un momento.
  Liz se levantó, pasando la pierna por arriba de las de Frank y el muchacho le hizo una seña a Michelle, para que siguiera a Liz, mientras su compañera continuaba con su bravata en contra del chofer, del camionero y de las pobres vacas, que seguramente iban camino al matadero.
  Frank se quedó solo y decidió cambiar el rumbo de la charla de aquella pobre mujer, para evitarse seguir escuchando las groserías. Se levantó y se sentó a su lado y dijo:
-- ¿sabe? Yo no soy de aquí y no conozco el país. Mi novia, o mejor dicho mi prometida, es tucumana y para allá nos dirigimos--. Elsa lo ignoró, de forma olímpica y siguió, tejiendo y maldiciendo por lo bajo.
“¡qué demonios! No tengo que quedarme aquí y ganarme una jaqueca crónica, voy a ver que hacen abajo” pensó Frank y salió.
  Cuando llegó, Liz y la otra muchacha, la madre del pequeño que lloraba y a quien Elsa torturó por un rato, charlaban animadamente, mientras los dos pequeños, jugaban en el suelo, con unos autitos.
--¡mira, Frank! Elleb encontró un novio--. Dijo Michelle, riendo.
--¡ups! Llegó papá, Elleb--. Dice Liz, sonriendo a los niños.
  La pareja de la madre del niño, se acerca y estrecha la mano a Frank. Los dos hombres charlan, mientras miran jugar a los chiquillos.
--¡vamos! --. Grita el chofer, volviendo a la cabina.
--Bueno, parece que se terminó el recreo-- comenta la joven a Liz.
--Así parece. Gracias a dios, porque si no, la compañera de asiento de mi suegra, es capaz de estrangularnos a todos--. Dice Liz, riendo.
--¿La conocen? —Pregunta el muchacho a Frank.
--No realmente, pero sé que es fanática de los perros, que le gusta tejer y que odia viajar en bus--. Apunta Frank, sonriendo.
--¿Vamos, Elleb? --. Dice Liz a su hija, mientras los pasajeros vuelven a sus lugares.
  Frank se agacha y levanta a la niña, con suavidad y dice:
--Ven, rompe corazones, volvamos arriba, antes que el bus arranque--. Los dos niños protestan y cada pareja toma al suyo y se los llevan, mientras ellos dicen adiós con la mano.
  Es media noche y todos los pasajeros duermen, cuando el micro se detiene por segunda vez. En esta ocasión, se debe a la gran fila de coches, camiones, tractores, y otros colectivos. Un accidente entre una camioneta, una moto y un auto, bloquean la carretera. La única que permanece despierta es Lizbeth, pues el saberse cerca de su casa le quitó el sueño por completo.
  La muchacha tiene muchas dudas y temores. Duda si será feliz en Tucumán y teme la reacción de su familia.
  Piensa en Javier Lejeoune y se dice que aquel muchachito está muy solo y que buscó su ayuda sin saber que ella es su hermana. Teme el momento en que tenga que revelárselo y la reacción de él.
Frank se remueve, incómodo y despierta, sacándola de sus pensamientos.
--¿llegamos? --. Pregunta él, reproduciendo la escena anterior.
--Ssshhh… no. Duerme. Aún faltan algunas horas--. Le contesta ella en un susurro.
--¿qué haces despierta? --. Le pregunta él, sentándose.
--Nada. Estaba pensando en… en nada, no importa.--. Le contesta Liz.
--Deberías descansar, cielo. Mañana nos espera un largo y pesado día--. Dice Frank, dulcemente.
--Sí, sí. Ya voy. Tú no te preocupes y duérmete--. Dice la muchacha, reclinando su butaca.
  Frank suspira. Sabe que Lizbeth está muy nerviosa y no la culpa. Dos años es mucho tiempo y aunado al tiempo, el cambio. Ella subió al Atlante sola y triste y vuelve acompañada y prometida en matrimonio.
  Liz estira los pies sobre el reposa pies, en el que colocó el bolso de Elleb y la mochila donde tiene el dinero y las cosas de valor. Tiene a la niña dormida en brazos y se tiende en el respaldo reclinado. Frank la rodea con los brazos y dice:
--Tranquila, vida. Todo va a estar bien, te lo prometo--. Luego, por fin, Lizbeth cierra los ojos y se duerme.
  Amanece con la voz de la azafata diciendo:
--Buenos días. ¡vamos, arriba! ¡ya casi estamos en Tucumán, faltan unos kilómetros para llegar a la capital y esperemos que…--. El discurso se interrumpe, cuando el olor a goma quemada y el ruido de golpes, llega y el micro se ve detenido en una fila de camiones y otros colectivos de larga distancia y locales.
--Piqueteros--. Dicen Liz, Elsa y otros pasajeros a una.
--¡carajo! A este paso no llegamos más--. Dice Liz, a quien el bus comienza a darle claustrofobia.
--¿por qué será el corte? --. Pregunta la muchacha, levantándose para dirigirse al baño. Frank la sigue, pues también necesita vaciar la vejiga.
--Escríbele a Marizza y dile que estamos en…--.
--La Cocha--. Dice un señor, ante la duda de la muchacha.
--Gracias--. Dice esta, entrando al diminuto baño.
  Liz se levanta del retrete y se golpea las rodillas con la pared. Luego sale y Frank le entrega el teléfono en el que hay un mensaje de Marizza.
“ok, nena. La tía Elsa lo llamó al papá y le dijo lo mismo. Debe estar parado su colectivo por ahí. A ustedes los espera Alberto, para traerlos junto con ella.”
--Es la gente del sur la que está cortando--. Le dice un hombre.
--Piden respuestas para cuando lleguen las inundaciones. Hace años que se les llenan las casas de agua y ningún gobierno les da solución--.
  Liz suspira y comenta:
--Me fui por dos años del país, pero parece que las cosas no cambiaron tanto, ¿verdad? --. El anciano sonríe y mientras ella se acerca al dispensador de café, se sirve un vaso y le agrega azúcar, comenta:
-- Así es, hija. Nuestro Tucumán querido, no va a cambiar, aunque pasen cien años. ¿volviste para quedarte? --. La muchacha bebe el líquido marrón y dice:
--La verdad, señor. Sí, volví para quedarme, o al menos eso espero--. En ese momento Frank sale y dice:
--¿vamos? --. El anciano le sonríe y comenta:
--Tienes una novia muy bonita, muchacho. Es de esas tucumanas que demuestran que somos productores de azúcar, por lo dulce que es--.
  El muchacho sonríe y acepta el vaso que Liz le tiende y luego, una vez que ella se despide del hombre con una sonrisa, suben.
-Eso, mi amor, es lo que acá se conoce como un viejo verde—Dice la muchacha, sentándose.
  Dos horas y media después, gracias a los ruegos y amenazas del chofer, llegan por fin a destino.

Oportunidades en la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora