Un par de semanas más tarde.
Frank se ha despertado bañado en sudor. Está tendido en su cama. James y Adam no le hablan desde que los dejó plantados cuando iban a nadar en la piscina y el prefirió quedarse a consolar a Liz.
Sabe que sus amigos no estarán enojados por mucho tiempo, pero de todas formas no se anima a despertarlos para hablar con ellos de esto. Lo despertó una pesadilla recurrente. Su hermano de cinco años corría por la calle en bicicleta. De pronto una camioneta lo arroja a seis metros de la bici, que queda destrozada. El niño grita y cae, golpeándose la cabeza.
Tonny falleció esa noche en el hospital. El conductor de la camioneta, borracho como una botella de licor, salió volando de allí en cuanto vio lo que había hecho.
Frank decide que esa noche será en blanco, por lo que se levanta, toma prestada una bata de James y sale del cuarto.
En el silencio del barco se escuchan unos golpes rítmicos a lo lejos. El joven duda y luego decide ir a mirar que es.
Regresa al cuarto y toma su pequeña linterna a pilas y una bolsa de frituras y con esto en las manos, cierra la puerta y sale.
El sonido parece provenir de la cubierta del barco. Es un “tap-tap- “como si golpearan madera contra madera.
Enciende la luz y sube por la escalerilla que lleva a la parte sin techo del navío. El sonido se acerca con cada paso que da. De pronto la linterna proyecta una sombra sentada en una silla.
Lizbeth se encuentra allí. Es ella quien emite el ruido. Tiene un pequeño mortero en las manos y el sonido surge del chocar del fondo con el pilón. A sus pies hay un cubo con semillas de uvas, ciruelas y cerezas. Ella las toma una a una y las aplasta hasta obtener algo parecido a la arena, que luego vierte con cuidado en un frasco de mermelada.
El joven la observa por unos minutos y luego se acerca. La chica da un salto y por poco tira el frasco, al mirar la luz que le da de frente. Él le aprieta el hombro y dice:
--¿Nadie te dijo que hay gente durmiendo en el barco?
Ella sonríe y dice:
--Disculpe señor. Estaba adelantando algo de trabajo, ya que al parecer el sueño no quiere acompañarme esta noche.
El chico toma una silla, de las que hay apiladas a un lado y se sienta junto a ella. Acciona el botón de la linterna y cuando va a apagarla, ella se la quita de las manos y la coloca dentro del cubo, a sus pies.
Frank abre la bolsa, bastante grande de frituras y dice:
--Esta noche me toca compartirte algo de mi comida. ¿Gustas?
Ella sonríe y abre la boca. Tiene las dos manos ocupadas y si suelta cualquier cosa de las tres que sostiene, tendrá que limpiar el desastre, sin mencionar que habrá desperdiciado horas de trabajo. El suspira y le pone una fritura entre los labios. Son sabor a queso y panceta. Ella la come y luego comenta para sí:
--Nos vendría bien una coca.
El joven se levanta, dejando el paquete en la silla y cuando, después de unos minutos regresa, trae en las manos una botella de coca y un sorbete. Ella ríe cuando él le pone la coca en las manos y luego de sentarse dice:
--¡sus deseos son mis órdenes!
Permanecen así un rato, comiendo, tomando y en el caso de Liz machacando semillas. En cuanto a Frank, la observa trabajar. Esa chica le gusta. Le fascina verla allí sentada, totalmente vestida, destruyendo semillas.
Un rato después, ella deja el mortero, el pilón y el frasco tapado en el cubo junto a la linterna, se gira en la silla y dice:
--Cuéntame. ¿qué haces despierto a estas horas?
El joven duda. No sabe si es correcto contarle a ella ese tipo de cosas. Luego se decide y empieza a hablar:
--Cuando yo tenía 12 años, a mi hermano de 5 lo atropelló una camioneta mientras andaba en bicicleta por el barrio.
Desde ese día mi padre comenzó a beber bastante. Al principio solo unas copas después de salir del trabajo. Pero luego empezó a subir las dosis de alcohol.
Unos años más tardes comenzó a jugar y a perder. Al principio pequeñas cantidades, pero la cosa se le salió de las manos y luego de un tiempo empezó a apostar objetos de casa.
Primero eran objetos personales, un reloj, una cadena de oro de mi madre y sus alianzas y así poco a poco todo lo que se pudiera apostar.
Yo tuve que empezar a trabajar para pagarme la escuela. Hice de todo, pero nunca tomé nada que no fuera mío. Trabajando me pagué la universidad y con ayuda de una beca deportiva me gradué de contador.
Empecé a trabajar con los Sinclair y con lo que gano sostengo a mi madre y pago las deudas de juego de mi padre. Me despertó una de esas pesadillas en las que aparece mi hermanito a la hora del accidente y…
La voz se le quiebra en sollozos y temblores.
Liz se le acerca y le coloca la mano en el hombro. El chico no deja de llorar y le despierta ese instinto que casi todas las mujeres tienen. Eso que las hace querer consolar al que sufre, dar alivio al que siente dolor. Chasquea la lengua y lo toma entre sus brazos.
Frank descansa la cabeza en el hombro que se le ofrece, mientras ella le acaricia el pelo con dulzura. Ese chico le ha conmovido el corazón. Él se derrumba en brazos de ella y al ser más grande y pesado la arrastra y caen los dos al suelo de cubierta. El trabajo y el picnic han quedado momentáneamente olvidados. Él se la coloca en las rodillas y ríe entre lágrimas. Ella sigue apretándolo como puede.
De pronto toma de su bolsillo un pañuelo de papel y se lo frota en los ojos con cuidado y dulzura maternal. Es como consolar a un gran oso de felpa. Nunca antes le había pasado eso.
Un rato después, cuando el ataque de llanto cesa, él se levanta con ella en brazos y dice:
--Muchas gracias. Creo que me has devuelto con creces mi ayuda del otro día. Ven vamos a sentarnos y te ayudaré con el trabajo que interrumpiste por mi causa.
Ella le besa los labios, salados por las lágrimas y el la deposita suavemente en la silla.
Ella toma sus utensilios de trabajo y el, mientras se coloca a su lado dice:
--Muy bien jefa. ¿en qué puedo ayudarla? Tu solo dime que hago y yo lo haré lo mejor que pueda.
Ella le entrega el cubo, en el que sigue brillando la linterna y dice:
Separa las semillas de uva de las otras y viértelas en el mortero. Yo tengo que lograr un polvo fino para los pulidos de navidad.
Los chicos trabajan durante un rato en silencio hasta que Liz lo rompe diciendo:
--No te preocupes por lo que pasó recién. No se lo diré a nadie y siempre que desees hablar, gritar, desahogarte o llorar, puedes contar conmigo. No tienes más que buscarme por el barco o simplemente ir al SPA con cualquier excusa y decirme que quieres hablar. Entonces podemos concertar la cita y encontrarnos aquí mismo en mis tiempos libres.
Frank le besa la frente, mientras le agradece en silencio. Se está enamorando irremediablemente de esa chica y tiene miedo de perder el control o de que ella no lo acepte por su color de piel y su pasado.
En cuanto a Liz, a ella también le gusta. Hacía ya tiempo que no sentía eso por nadie. DESDE…
Decide no pensar en aquello. El chico que tiene a su lado no tiene nada que ver con aquel que dejó allá tan lejos. Literalmente, a un océano de distancia.
En ese momento no piensa en el pasado. Dirige sus pensamientos hacia el chico que en ese momento vierte un puñado de semillas en el mortero de madera que ella sostiene. Frank está roto. Su pasado le ha dejado marcas profundas. Igual que el de ella, el pasado de aquel joven fue tormentoso y le obligó a crecer antes de lo previsto.
El hilo de sus cavilaciones se interrumpe cuando él le toca el hombro con suavidad y con la otra mano le quita el mortero. Ella lo deja hacer sin protestar y cuando él la levanta de la silla y la sienta en su regazo, ella se deja llevar. Frank dice.
--Suficiente trabajo por ahora. Creo que, si ninguno va a irse a la cama y considerando que tenemos un pequeño picnic aquí, podemos relajarnos y olvidarnos del pasado por un rato. Mejor hablemos de nosotros. Cuéntame de ti y yo te contaré de mí, quitando las partes feas, creo que cada uno tiene cosas bonitas que compartir.
La aprieta con suavidad y luego la suelta, dejándola en libertad de decidir qué es lo que prefiere hacer. Ella no se mueve. Luego se imagina que su peso es bastante para las rodillas de él y se levanta. Él se ríe, mientras recoge del suelo húmedo la bolsa y la botella.
Ella toma unas cuantas frituras y acerca la silla, enfrentándola a la de él. Los chicos charlan.
Ella le cuenta sobre su vida en Argentina, le habla de las comidas típicas de allí. Le cuenta sobre sus amigas, que dejó con la boca abierta cuando les dijo que se iba, le habla de los libros que le gustan y de sus anteojos inteligente, que tiene ocultos en la maleta.
Por su lado él le cuenta acerca de su infancia, de los dulces que le gustan, sobre James, Adam y Claire y de que a él no le gustan las chicas como la hermana de su mejor amigo.
Los dos se olvidan de todas las heridas, curadas o sangrantes que puedan tener y ríen recordando viejas historias. Se olvidan de que están en un barco, que hay gente durmiendo y se relajan.
Unas dos horas más tarde, cuando las papitas y la coca no son más que un recuerdo y dos envases vacíos, los dos han contado todo al otro y ya se conocen lo suficiente para darse cuenta de que tienen bastantes cosas en común y de que aquellas cosas en las que se diferencian, no hacen más que complementarlos.
Frank bosteza y Liz, aunque no tiene sueño, está cansada. No ha dormido nada desde ayer, pues le tocó doble turno y lo único que desea es tenderse en algún lado.
El joven no quiere dormirse. No importa el sueño que tenga. No quiere que vuelvan las pesadillas. De pronto se le ocurre una idea descabellada. No sabe si ella aceptará, pero decide arriesgarse y dice:
--Liz no quiero estar solo esta noche, pero sé que estás cansada y no es justo mantenerte despierta. ¿Te gustaría pasar la noche conmigo?
Sé que esto suena a que quiero propasarme contigo, pero te juro que no es así. El camarote que se encuentra junto al mío está desocupado y tiene una cama doble. No importa si no quieres, no me voy a molestar, pero…
Ella sonríe. Tampoco quiere pasar la noche sola. Sus pesadillas no son tan recurrentes, pero esa noche presiente que, si vuelve sola a su cama, los monstruos del pasado vendrán a molestarla. Por lo tanto, dice, mientras se levanta y recoge todo:
---Vamos. No te preocupes. No pienso nada malo sobre ti. En ocasiones es mejor estar acompañado, con alguien que pueda despertarte en caso de que los malos sueños intenten envolverte y arrastrarte a la oscuridad. Acompáñame a dejar esto y luego vamos juntos a ese camarote y pasaremos la noche allí, aunque no durmamos.
Así lo hicieron. Dejaron las cosas, todo menos la linterna en el salón del SPA y subieron al camarote desocupado.
Era igual a todos los demás, con la diferencia que en lugar de literas había una cama matrimonial lista para ser usada.
Frank se quitó la bata de James y la dejó sobre una silla. Liz se deshizo de su propia bata y la colgó junto a la de él. Se tendieron en el lecho, que olía a sábanas limpias.
Frank apagó la luz de la linterna y se giró para mirarla. Ella le rodeó la cintura con un brazo y el pasó el suyo por detrás de su cabeza y así, abrazados, sin ningún tipo de lascivia, se quedaron dormidos juntos, compartiendo por un momento la cruz que les tocaba llevar a cada uno.
Al día siguiente, así los encontró Norma, que había salido a buscar a Liz para decirle que hoy le tocaba su día de franco. Los miró y suspiró. Las dos cabezas igualmente rizadas, las manos de ella, una cruzada sobre la cintura de él y la otra entrelazada con la del joven.
La mujer decidió dejarlos dormir. La muchacha no dormía bien desde hacía unos días y al chico, le parecía a ella, también le hacía falta ese descanso. Los miró por última vez y cerró suavemente la puerta. Norma era algo bruja y en ese momento vio un buen final para ambos jóvenes.
Unas horas más tarde, Más o menos al mediodía, Lizbeth abrió los ojos.
Se estiró en la cama. El sueño no le habría sido más reparador, si hubiera estado en su propia cama, en su Tucumán natal.
El clima había cambiado ya hacía rato, lo que significaba que ya habían cruzado el hemisferio.
En la cama en la que estaba tendida había solo un par de finas mantas y el frío del aire le hacía castañear los dientes. Decidió que no importaba lo que Frank pensara. Tenía frío y simplemente se apretó contra su cuerpo en busca de calor.
El muchacho tendido a su lado, todavía en sueños, no se apartó y tomándola entre sus brazos la acercó más hacia sí. Se despertó sobresaltado, al sentir las manos de ella, frías sobre su espalda.
Abrió los ojos de golpe y se desperezó como un gato al sol.
Ella ríe con ganas y le rodea el cuello con los brazos. El responde al abrazo. Hacía tanto que no dormía de ese modo que ya había olvidado lo que se sentía dormir una noche entera sin despertarse.
Liz se aparta de repente y dice:
--Es muy tarde. Debo irme a trabajar. Norma me estará buscando y debe estar molesta, pues debía abrir temprano.
Se viste rápidamente y luego de dejar un beso en la frente del chico sale corriendo del cuarto.
Frank Bradock se queda mirándola. Ya no tiene miedo del rechazo. La adora y le agradece esa noche de paz inesperada. Las viejas heridas parecen ir curándose mientras piensa en ella abrazada a su cuello.
Se levanta y mientras se pone la bata de James, abre la puerta y sale al pasillo.
Liz llega al salón, ya vestida y bien despierta. Allí está esperándola Norma, sonriente.
Le dice:
¡buen día! ¿dormiste bien?
La muchacha se pone del color de las cerezas maduras y le responde:
--Perdón Norma. Yo…
La directora se ríe a carcajadas y dice mientras prepara las tijeras para arreglarle el pelo al hombre que acaba de entrar:
--No tienes que disculparte de nada nena. Te vi dormida en el 111 con el chico de la cena. Ni a mí ni a ninguno de los directores nos importa eso. Mientras sigas trabajando con la eficiencia con la que trabajas, podes hacer lo que quieras en tus tiempos libres. Así es que no te aflijas y ve a relajarte. Hoy es tu día de franco.
Lizbeth sale del salón y se dirige a su propio camarote. Necesita una ducha y rápido.
La noche pasada le sirvió para darse cuenta que las cosas podían ser diferentes y que no todo era tan malo.
James Sinclair está sentado en la litera superior. Frank ha desaparecido de su cama en medio de la noche. Él lo sintió cuando salió de la cama y tomó su bata prestada.
James estima mucho al chico. Casi como a un hermano. Se conocen desde la universidad. Él fue el único que le hablaba. El resto lo hacía a un lado por su color.
En ese momento Frank entra a como un rayo. Lleva su bata azul y tiene los rizos de punta, pero una luz diferente le ilumina el rostro. James sonríe y dice.
- ¿Dónde estabas Frank? Estaba a punto de llamar a la policía. No por ti, claro. Solo quería mi bata de regreso.
El joven moreno se quita la bata y se la lanza riendo. Quiere mucho a James y le debe el trabajo que tiene. Se sienta en la cama de enfrente y dice:
--Me fui a dar una vuelta nocturna y me encontré con una vieja amiga y nos quedamos charlando toda la noche.
El otro muchacho lanza una carcajada y dice:
--Parece que charlaron mucho. ¿Charla bien?
Frank comienza por explicarle que ella no es como las chicas con las que está acostumbrado a salir James. Le dice que es diferente y el joven rubio se da cuenta de que su amigo se está enamorando de… de pronto pregunta:
--es la chica que cantaba ¿verdad? La chica de la cena ¿no es así?
¡felicidades hermano! Ese es el tipo de mujer que tú necesitas. Parece de esas que casi están extintas. Es muy bonita y tus rizos combinan con los suyos. Tu dime cuando y yo te preparo la despedida de soltero. De paso dile que nos enseñe a hablar español.
Frank sonríe y en ese momento la bocina del buque suena, indicando que llegan a puerto.
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Oportunidades en la vida
AcakLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...