Ese sábado, amaneció despejado. Una suave y refrescante brisa, agita las hojas del Naranjo. Son las seis, cuando Liz y Frank se levantan de la cama.
--Deberías ponerte algo más abrigado, arriba estará fresco--. Sugiere Liz, cuando Frank le muestra la ropa que llevará puesta.
Ella se pone una calza, una remera de manga larga y una campera, de las llamadas, "de media estación" y un par de zapatillas. Luego toma una mochila y en ella coloca:
Un cambio de ropa extra para ambos, dos botellas de agua y un bolso más pequeño con algo de comer, además de su botiquín, en caso de necesitarlo, pues conociendo a los coordinadores de Cielo Abierto, es mejor estar prevenidos.
--¿Lista? --. Pregunta Frank, volviendo del baño.
--Estem... digamos que sí--. Le responde la muchacha, llamando un auto. Podrían ir en micro, pero es más cómodo y rápido el taxi.
Michelle sale de su cuarto, en bata y dice, despidiéndose.
--Espero que les vaya bien y ¡en nombre de Dios, Frank! no mates a nadie--.
--No haré promesas que no sé si podré cumplir, madre. Lo que puedo prometer, es que cuidaré de Liz y nada más--. Dice él, sonriendo.
--No se preocupe, Michelle, me ocuparé de que no estrangule, ni aplaste, o golpee a nadie--. Dice Liz, recogiendo la mochila.
--No dijiste que no puedo lanzar a nadie por un barranco--. Canturrea Frank, mientras toma las llaves.
--No te preocupes, mamá, no dañaré a nadie--. Dice el muchacho, ante la alarma en los ojos de Michelle.
--Le dejé todo listo, suegra. Usted solo debe encargarse de...--. Dice Liz, saliendo.
--No te preocupes, Liz. Ya crie a ese chico de ahí. No tendré problemas en cuidar de mi nieta por un día--. Dice Michelle, cortando el torrente de recomendaciones de su nuera.
Liz suspira y sonríe. En ese momento, el taxi llega y Michelle los despide con la mano.
Cuando llegan, Frank dice:
--Pues... no es exactamente como tú lo describiste. Es un edificio y no una puerta rara--.
Liz suspira. Al parecer, el largo pasillo, fue sustituido por una larga escalera.
--Dame un segundo, voy a llamar a Clara--- Dice, haciéndolo.
Clara, Alejandro, Jorge, Marcos y Matías, ya están en el tercer piso, cuando el teléfono de la mujer suena.
--¿Hola? --. Dice Clara, sabiendo ya quién está del otro lado. "Lizbeth Puntualidad Lejeoune" piensa.
--Soy yo, Clara, estoy abajo--. Dice Liz, apoyada contra la puerta y cuelga.
--Yo abro--. Dice Alejandro, saliendo.
Liz y Frank están de pie, hombro con hombro y tomados de la mano, apoyados contra la sólida puerta, cuando sin que se dieran cuenta, Alejandro la abre.
Liz, que tenía todo su peso en la madera, se va hacia atrás, con un grito estridente. Frank, que siente el tirón de su mano, se apresura a tomarla entre sus brazos por delante, mientras ella, muerta de vergüenza, suelta la risa.
--¿Estás bien? --. Pregunta Frank.
--¡qué boluda! --. Dice Alejandro, al mismo tiempo.
--E... estoy bien, amor, gracias--. Dice la muchacha, aún en brazos de su chico.
--¡Bueno, hola! --. Dice Alejandro, parado en el quicio de la puerta.
Liz se aparta, con suavidad del pecho de Frank y mirando a Gálvez, dice:
--Eh... hola, Alejandro. ¿cómo estás? --. La muchacha está nerviosa. Tiene las manos frías y la voz le sale más aguda de lo normal.
--te presento a mi marido, Frank Bradock. Frank, él es... Alejandro, él muchacho que...--. Continúa, mientras Alejandro extiende la mano.
----Encantado, Alejandro, me alegra conocerte al fin y que te encuentres sobrio--. Dice Frank, apretando con más fuerza de la necesaria, la mano del otro.
Alejandro hace un pequeño gesto de dolor, ante la presión excesiva y dice, con voz informal:
-Es un gusto, hermano. Bienvenido a Tucumán--. Dice, devolviendo el apretón.
Luego se acerca a Liz y la estrecha por la cintura. La muchacha no devuelve el abrazo, pero él la aprieta contra sí. Frank carraspea y Liz se aparta y vuelve junto a él.
Cuando Alejandro la tocó, en su mente se reprodujeron las imágenes de la última vez que se vieron.
Cielo Abierto organizó un encuentro a nivel nacional y Liz, como coordinadora, debía trabajar codo a codo con él que también saliera electo para aquel cargo.
Cuando el día llegó, la primera parte de la jornada, no tuvieron tiempo de verse ni hablar, pues todas las tareas los mantenían separados.
En la segunda parte, después del almuerzo, mientras Liz coordinaba un taller, uno de los chicos, la muchacha no puede evocar su nombre, se acercó y le informó de que Alejandro, mientras coordinaba otro de los grupos, se besaba con Solange, una chica de...
A Liz no le importó de dónde, pues pensó que era una broma de muy mal gusto y decidió ignorar aquel comentario.
Mientras la tarde avanzaba, otros chicos se acercaron y dijeron algo similar. Entonces, la joven se dio cuenta que sería inútil seguir fingiendo.
"El amor es ciego y sordo, más no infinito para quien no lo merece" había pensado, mientras retenía el llanto.
Esa noche, en el asado de apertura, Alejandro ni la miró y pasó toda la noche con ella. Liz los encontró, muy acaramelados, cuando tropezó con ellos y el dolor la aturdió por un momento.
Aquellos tres días, viendo al chico que ella amaba, besarse con otra, sentarse con otra y estar con otra, mientras ella se sentía vaciarse internamente, se contaban entre los peores días de su vida.
Liz recuerda el frío de los meses subsiguientes, la sensación de entumecimiento que la acompañaba donde quiera que iba.
Se recuerda, en las madrugadas, esperando un mensaje suyo, una señal de aquel sol hipotético, que nunca llegó. Poco a poco fue comprendiendo que aquello se había ido y había derramado amargas lágrimas, mientras las noches avanzaban, cuando todos dormían.
Tiempo después, las lágrimas se acabaron y el hielo, derretido, de cuando en cuando, con algún recuerdo esporádico, se había vuelto su aliado incondicional.
El hielo ,hielo, la acompañó siempre, hasta el punto que ya era parte de Liz y solo se dio cuenta de que allí seguía, cuando Frank lo derritió, completamente, en aquella nevada noche londinense.
La muchacha rodeo a Frank con un brazo, sin importarle que aquella no era la forma correcta de ser guiada.
Frank, que se dio cuenta de que Liz estaba nerviosa, le devolvió el abrazo y preguntó:
--¿Estás bien? Si quieres podemos irnos a casa y olvidar toda esta locura y...--.
--No, no. Este no es el momento de hacerse para atrás. Ya estamos aquí y vamos a seguir, juntos--. Dice la muchacha, mientras Alejandro, distraído, responde un mensaje.
--Disculpen, chicos, pero vos ya sabes, Liz, que cuando se organiza algo así, los problemas no terminan. ¡Vengan, vamos adentro! Los chicos te están esperando, Liz. Quieren conocer a tu... a Frank--. Dice, abriéndoles paso.
Cerró la puerta y los adelantó, dirigiéndose al ascensor.
--Banque, que...--. Dice, buscando atientas el tres.
--¿Qué pasó con el pasillo? --. Pregunta Liz, para entrar en conversación, una vez Frank cerró la puerta.
--Hmm... botón, botón...--. Dice Alejandro, distraído.
De pronto, el aparato se pone en marcha, mientras Frank dice:
--Ya está, acabo de presionar el tres--.
--Eh... Gracias. Se debe haber caído el papelito con el número-. Dice Alejandro.
--El dueño vendió la casa, nosotros la compramos, tiramos al diablo la estructura vieja y armamos esto--. Dice Gálvez a Liz.
Cuando el ascensor se detiene, Alejandro baja y Frank pregunta a Liz en un susurro:
--¿a qué papelito se refiere? --. Liz, retrasándose, le toma la mano y le pone un dedo sobre el 2, escrito en braille:
--Eso es Braille, el sistema de escritura para ciegos--. Explica y luego salen, cerrando la puerta.
El tercer piso del edificio, está dividido en cinco. Frank lee los carteles en las puertas, descubriendo el sistema de puntos en cada cartel.
Biblioteca, sala de computación, ludoteca, Sala de música y Sala de reuniones.
--Es aquí--. Dice Alejandro, abriendo la puerta de la sala de reuniones.
La sala es una estancia grande, con sillas, que forman un círculo, un escritorio en el centro, varios paneles en braille y una puerta que da al baño.
Sentados en las sillas, están, Clara, a su izquierda, Matías, a la izquierda de este, Marcos y Jorge, junto a él.
--¡Aquí está Liz, la viajera y su... su novio, el americano! -. Anuncia Alejandro, con voz resonante.
Es Clara, la primera en levantarse. Es una mujer de baja estatura, gordita, de pelo negro, lacio y aspecto de líder.
--¡Hola, changa qué bueno que decidiste venir y traerlo con vos, así conoce nuestro trabajo y función! --. Dice, estrechando la cintura de Liz, que la abraza brevemente.
Luego se acerca a Frank y lo saluda con un beso en cada mejilla.
--¿Cómo estás? ¡bienvenido a la sede de Cielo Abierto. Me imagino que la Liz ya te habrá contado nuestra función. ¿o no? --. Dice.
--Es un gusto, Clara. Eh.... Pues... sí, Liz me explicó algunas cosas al respecto--. Dice Frank, sonriendo.
Matías y Jorge, se levantan y luego de saludar a Liz, estrechan la mano a Frank. Entonces Jorge, para ver la reacción de Liz y comprobar si se molesta, dice:
--Parece que él lo hace mejor que vos, Alejandro. Decime, Liz. ¿quién la tiene más grande, Él o Alejandro? --.
Matías mira a su hermano y dice, disculpándolo:
--Disculpa, Frank, es que él tiene...--.
--Él tiene un retraso mental, lo que no justifica el ser un grosero y mal educado--. Le corta Liz.
--¿querés conocer el resto de las oficinas? --. Pregunta Alejandro, para evitar que la estupidez de Jorge le tire abajo el pastel.
--¡sí, sí, anda, changa, te va a encantar todo! --. Dice Clara, empujando a Liz con suavidad.
Frank se pone a su lado y ambos siguen a Alejandro, mientras Clara reprende a Jorge.
Ella aceptó el plan de Alejandro, por la simple razón de que le conviene. Quiere que Lizbeth vuelva a trabajar con ellos y no necesita que se lo arruinen.
Gálvez lleva a los visitantes hasta la biblioteca y abre la puerta.
Es una sala espaciosa, con varias mesas con sillas y estantes con libros de todos tamaños y todos escritos en braille, o al menos los que Frank tiene a la vista.
Liz se acerca a un estante y toma un libro de cuentos. "El gato con botas" lee en voz alta.
--¿No le enseñaste Braille? ---. Pregunta Alejandro, con una sonrisa en los labios.
--No, no tuvimos mucho tiempo, pero ahora que estamos ya instalados en tierra firme, espero comenzar mañana. ¿verdad, amor? --. Dice Frank, acercándose a Liz, que se perdió en las páginas.
--Ajá, por supuesto, mañana empezamos con lo básico--. Le responde ella, soltando el libro.
Alejandro ríe a carcajadas en su fuero interno. "Ni siquiera le enseñó qué mierda es el Braille" piensa.
Por su lado, Frank, a quien el mundo de ciegos, al que pertenece Liz, le pasó inadvertido, tan hecha al mundo de los videntes estaba la muchacha, se recrimina por haber pasado el modo de escritura por alto.
Liz, a quien no le importó nunca que su novio no supiera Braille, se dice que Alejandro ya comenzó con su prueba y que ella y Frank, van a pasarla, como sea.
Se dirigen a la sala de computación y Alejandro explica al otro muchacho:
--Todas las computadoras tienen instalado un programa que...-.
--Que les permite acceder a los textos mediante un sintetizador de voz, ¿verdad? --. Corta Frank, sonriendo.
"¡punto para Frank!" piensa Liz y luego, "1 a 1"
--Parece que no lo dejaste en total ignorancia, eh--. Dice Gálvez a Liz.
--Frank sabe todo lo que yo pude enseñarle en el mar, mientras trabajaba y sin los recursos necesarios--. Dice ella, abrazando al mencionado.
En la ludoteca, es Liz quien explica:
--En esta sala, como su nombre lo dice, se guardan juegos de mesa, pelotas, etc. Y todo adaptado, ya sea con sonidos, como las pelotas, o con texturas, como los juegos de mesa--.
Luego, en la sala de música, mientras Alejandro toma una guitarra para llevarla con ellos a la jornada, la muchacha toma una flauta y deja escapar dos notas.
Cuando vuelven a la sala de reuniones, allí están, esperándolos, Florencia, Franco, Mario, Roque, Nicolás, Fabricio, que abre la boca cuando descubre quienes son las visitas y Marya, que, en cuanto saluda, cínicamente a Liz, piensa:
"mira el guacho que tiene, esta hija de puta y yo acá, con Lucas"
--¡Llegó el micro, gente! --. Grita Clara, golpeando las palmas.
--No hay chance de bajar todos en el ascensor, con las cosas a cuestas--. Hace ver Florencia.
--Nosotros vamos por las escaleras, si les parece--. Dice Frank.
--¿posta? --. Dice Alejandro, con la guitarra en un hombro, la mochila en el otro y una bolsa en la mano.
--¡Sí, claro! --. Dice Liz, pensando que estrangulará a Frank por proponer aquello. "al menos es bajar y no subir" piensa.
--¡Voy con ustedes! Así de paso calentamos para la subida que nos espera--. Dice el chico, colocando la mano libre en el hombro de Liz.
"Nadie dijo nada sobre arrojarlo, con mochila incluida por las escaleras" piensa Frank, maliciosamente.
--¿Podés llevar esto? --. Dice Clara, poniendo en la mano del joven moreno una caja con suministros médicos.
--No hay problemas--. Responde él.
--¿Vamos? --. Dice luego, tomando a Liz de la mano y colocándola en su hombro.
Los tres bajan las escaleras en silencio. Frank va delante, con la caja, luego Liz, con su mochila y Alejandro, al último, con su propia carga.
Cuando llegan abajo, el mini bus ya los aguarda, rodeado por un grupo de chicos, todos, o la mayoría, ciegos. Alejandro se golpea con algo y exclama entre dientes:
--¡La concha del pato! --. Obteniendo la risa de Liz.
--¿él no te hace reír así, ¿verdad? --. Le pregunta por lo bajo.
--No. Él me hace soltar verdaderas carcajadas--. Dice la muchacha, con tono de satisfacción.
Junto al bus, Liz se desprende de Alejandro, quita la caja de manos de Frank, se la entrega a Marcos y dice a su prometido:
--Suficiente ayuda, mi amor. En teoría vinimos como invitados y yo no veo a ninguno de estos--. Y hace un gesto abarcando la pequeña multitud,
--Ayudando en nada--.
De pronto, a los oídos de la muchacha, llega una voz, tan conocida, como detestada y Liz grita:
--¡Alejandro! ¿podés venir, por favor? --.
--¿qué necesitas? --. Dice Frank, rápidamente.
--¿qué? -. Dice Alejandro, llegando, un poco jadeante.
--¿Qué mierda hace José acá? --. Dice Liz, con una mezcla de furia, asco y temor en la voz.
--¿José? No sabía que venía. Seguramente alguno de los otros lo invitó, o se enteró por la difusión en las redes sociales--. Dice el joven, descolocado.
En ese momento, Frank ve a un hombre alto, corpulento y con cara de pervertido, acercarse, diciendo.
--¿Alejandro? --.
Alejandro se gira y exclama, palmeando la espalda del desconocido.
--¡José, querido! ¿cómo anda eso, ¿eh? --.
Los dos se alejan charlando y dejan a Liz, allí parada, con una expresión de alarma tan grande, que Frank la toma por los hombros y la sacude con suavidad.
--¿quién es ese hombre? --. Dice, tocando las manos frías de su chica.
--D... D.... D... Digamos que es Sahid, versión tucumana, pobre y ciego--. Dice ella, resumiendo.
Frank suspira. Los locos parecen abundar en el mundo.
--Ven, vamos dentro del bus--. Dice ella, rehaciéndose.
Los dos se acercan y son los primeros en subir y sentarse.
Un rato después, el bus está ya en marcha y todos los ocupantes en sus asientos. Frank, con la cabeza de Liz apoyada en su hombro, tiene sentado delante a Alejandro y junto a él, aquel hombre, que habla con grandilocuencia fingida en su voz, de las mujeres, de cómo tratarlas y de lo que hay que hacer con ellas en la cama.
--Ejem--. Carraspea Frank, para llamar su atención.
--¡ah, Frank. Vení con los muchachos a charlar un rato! --. Dice Alejandro.
--No, no le hables--. Dice Liz susurrante, tirándole de la manga.
--No tengas miedo, recuerda que no estás sola--. Dice él, besándole los rizos.
--José, él es Frank, el chico que acaba de hablar--. Dice Alejandro, haciendo las presentaciones.
--¿Sos ciego o baja visión? --. Pregunta José.
--Ninguna, él ve bien--. Dice Alejandro, mientras guía la mano de uno hacia la del otro y se estrechan.
--¿Y por qué viniste? Digo, si no sos ciego, no formas parte de "Cielo abierto" y no sos baja visión...--. Dice José, que por poco toca los cabellos de Liz, que decide levantarse y sentarse derecha.
--Vine como invitado, pues mi esposa es ciega--. Aclara el moreno, rodeando a Liz con un brazo.
--¡ah, mira! ¿quién es tu mujer? A lo mejor la conozco--. Dice el otro.
--Hmm... no creo que la conozcas, se llama Clarice--. Responde Frank y Liz suspira. Son muy pocos los que saben su nombre completo.
--Clarice, Clarice... hmm... me parece que tenés razón, no la conozco por el nombre, pero a lo mejor por la voz...--. Dice José y el alma de la muchacha se viene abajo. Si alguien es capaz de reconocer una voz a la primera, ese alguien es cualquier ciego.
-Eh... no, ahora no puede hablar, se quedó dormida, lo que sucede es que tenemos una hija y la maternidad es cansadora--. Dice Frank, para alivio de Liz.
--¿Ves, Alejandro? Por eso yo ni me acuerdo que tengo hijos--. Dice, arrogante el hombre, causando repulsión a Liz.
Ella sabe que en esa parte al menos, aquel depravado es sincero. Tiene varios hijos regados por ahí y nunca se hizo cargo de ninguno.
Entre tanto, el paisaje comenzó a cambiar. Por las ventanillas, se ven ya las montañas y Liz susurra al oído de su chico:
--Vamos a empezar a subir. Pregúntale a Alejandro hasta dónde nos lleva el bus--.
Frank lo hace y Liz inhala con fuerza. Les espera una buena caminata y ella no es buena senderista.
--No soy buena senderista, la verdad--. Le dice al oído, mientras el bus sigue ascendiendo.
El joven sonríe y dice, mientras apoya su boca en el pómulo de ella.
--No te preocupes, yo te llevo "a upa" como dices tú, si es necesario--.
Un rato después, el colectivo se detiene y Alejandro dice, poniéndose de pie:
--Hasta acá llegamos, gente. Desde acá en adelante, tenemos que ir en el "dos" --.
--¿Qué quiere decir con eso? --. Pregunta Frank, mientras todos comienzan a bajar.
--Quiere decir que hay que caminar--. Dice Liz, levantándose también.
El micro está detenido frente a un lago, rodeado de rocas sembradas de musgo y árboles. Todo es muy verde y tal como dijo Liz, el aire es frío, húmedo y huele a materia orgánica, sin contar con los mosquitos.
José tropieza con Liz y dice, tomándola del hombro:
--¿Quién es? --. Dice.
--Yo, José--. Dice la muchacha, con un suspiro de fastidio.
--¿Quién es "yo"? --. Pregunta el hombre, palpando por encima el torso de la muchacha y tocando sus cabellos, como último recurso.
--Solo hay una persona que yo conozca y que tenga este cabello--. Dice, enredando sus dedos en los rizos de Liz.
--¡¿Liz!?--. Dice, a la vez preguntando y afirmando.
--Sí, sí. Soy yo, Liz--. Dice ella, con una voz que deja más que claro que lo que desea es apartarse.
--¿Cómo estás, corazón? --. Dice él, acariciándole los cabellos, con la voz de quien tiene frente a sí algo delicioso de saborear y prohibido por los médicos.
Frank aparece, semejante a un héroe y dice, carraspeando:
--Ejem. ¿todo en orden, vida? --.
José queda de una pieza.
--¿Ella es tu esposa? --. Pregunta, sin apartar su mano de la muchacha.
--Así es. Ella es mi esposa, Lizbeth Clarice--. Dice Frank, tomándola de la mano y apartándola, gracias a Dios, piensa ella.
--¡Ah, bue! ¡pero parece que nos subimos al poni! --. Dice el hombre ciego, acercándose con las manos extendidas y posándolas con suavidad en el hombro de Liz, que se aprieta contra Frank.
--¿Sabes, amigo? Tu esposa es una rompe corazones. Aquí, tu servidor, es un eterno admirador de los rizos, la voz, la forma de ser y la dulzura de esa muchachita tan arisca--. Sigue y Frank, que ya comienza a odiar a aquel sujeto, comenta:
--Hmm... Ya veo. Bueno, creo que... será mejor acercarnos al grupo, pues están comenzando a moverse. Ven, amor, vamos--. Y se lleva a Liz de allí.
--¡uf! Es peor que Sahid--. Comenta el joven cuando se alejan lo suficiente.
--Sip. Es mucho peor. Gracias por aparecer, te amo--. Dice ella, aliviada y él la rodea con un brazo.
--Ya no estás sola y mientras yo esté a tu lado, nadie volverá a tocarte en contra de tu voluntad--. Dice él, protectoramente.
--Bien. Vamos a subir, atravesando la cascadita, pasando la residencia universitaria, yuniversitaria, y de ahí, hasta Anfama. Prepárense para una larga y divertida jornada. En caso de no llegar con los tiempos, porque somos muchos, vamos hasta el lago de la residencia universitaria--. Dice Clara y el grupo se pone en movimiento.
--Estoy preocupada por...--. Dice Liz, avanzando junto a su marido.
--No te preocupes tanto. Todo va a estar bien con la niña. Me gustaría que, al menos hoy, te relajes un poco--. Dice Frank, saltando una raíz.
Unos metros más adelante, Alejandro y Clara, charlan, mientras ayudan a José, quien después de ser ignorado por Liz, y de intentar unirse a ella para caminar, decidió unirse a los otros dos.
--¿qué te parece el guacho? --. Pregunta Clara.
--Estem... no está mal. Parece que la tiene dominada, ¿no? --. Dice el muchacho, pensando que en cuanto lleguen a destino, será la siguiente prueba para Liz.
--La quiere en una vitrina--. Interviene José, sin que nadie lo invite a la conversación.
--¡Mati! -Grita Clara y le hace un gesto para que se lleve a José Luego dice:
--¿Cuál es tu plan ahora? --.
--Cuando lleguemos y se armen los talleres, te vas a encargar de separar a los tortolitos y si es posible, ponela a coordinar algo, conmigo como compañero--. Dice Alejandro, bajando una colina.
Una hora más tarde, más o menos al mediodía, llegaron al lago de la residencia universitaria. Los coordinadores decidieron que hasta allí sería lo máximo que podrían ir, considerando la cantidad de gente y que el número de ciegos, superaba con mucho la cantidad de guías.
--Yo creí que iríamos más lejos--. Le comenta Frank a Liz, sentándose en el pasto.
--No, es casi imposible. Son muchos ciegos y no es tarea fácil guiarlos a todos por las subidas, bajadas y piedras del camino-- Dice ella, jadeando y dejando caer la mochila.
El lugar de destino, es una especie de pequeño prado, con asadores y merenderos de piedra y los videntes se dirigen a los asadores, para comenzar a preparar la comida.
Liz toma su teléfono y maldice en voz alta, cuando la llamada no entra:
--No te esfuerces, acá no hay señal--. Dice José, acercándose y sentándose junto a ellos.
--La verdad que es un embole la falta de señal--. Apunta Alejandro, sentándose, para disgusto de Frank, entre él y Liz.
--¡eh, Ale! Trae esa viola, vamos a tocar algo--. Grita Daniel, desde el otro lado.
--Move el traste y vení buscála--. Dice Alejandro.
Daniel, Fabricio, Marya y Franco, se acercan y es Frank quien los guía hasta un sitio libre. El orden en el que quedan es este:
Liz, a su derecha, Alejandro, Siempre hacia la derecha, Frank, Fabricio, Marya, Daniel, Franco y José.
Liz se levanta y apartando a Fabricio, se sienta junto a Frank y entonces Alejandro, que conoce algunos de los gustos musicales de la muchacha dice, tomando la guitarra:
--"¿Mi estrella predilecta" Liz? --.
--Toca lo que quieras--. Dice ella, sin caer en el juego.
El muchacho sonríe. Con esa canción se la ganó, hace ya mucho tiempo y puede volver a hacerlo.
Toma la guitarra y comienza a cantar.
"Si tú quieres que te cante,
Como cantan los amantes,
Bajo el claro de la luna.
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Oportunidades en la vida
RandomLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...