Tres meses después.
El emir Efraím recibió la llamada. Le hablaban desde Suiza, lugar en el que se ubicaba la institución psiquiátrica donde se encontraba interno su hijo mayor.
Hacía ya un año que el príncipe había robado a aquella mujer y había terminado desdentado y desde que lo subieron, con la cara desfigurada, al helicóptero, no había vuelto a saber de él, pues ese era una de las reglas de aquel hospital. Ahora le llamaba el médico de Sahid, para decirle que su primogénito se encontraba repuesto y recomendaba que se volviera a insertar al muchacho a la sociedad.
El emir, sentado en una alfombra junto a su hijo menor, suspiró y dijo:
--¿Qué debo hacer? ¡oh, Yazid! --. El joven, sensato, dijo:
--Padre, yo sé que Sahid es tu primogénito y el legítimo heredero del emirato y que yo heredé, solamente porque mi hermano perdió el raciocinio. No deseo que pienses equivocadamente de mí, pero si quieres mi consejo, déjame que te advierta, los locos son locos para siempre. Si mi hermano está mejor, es solo porque está aislado del mundo y por las medicinas administradas, pero ¿qué pasará si mi hermano vuelve a ver a aquella muchacha? --. El emir, que sabía que Yazid tenía razón, pero a quien el corazón se le estrujaba por su hijo, argumentó:
--Razón llevas, hijo mío, pero quizás tu hermano se encuentra otra vez en sus cabales y yo, su padre, no puedo negarle el derecho y la oportunidad de redimirse--. Yazid, que sabía que Sahid fue siempre el hijo predilecto, suspiró y dijo:
--Sea pues, padre. Rogaré a Alá, para que tengas razón tú y sea yo el confundido--. Luego se levantó y salió, excusándose.
El joven decidió que debía advertir al moreno y a la muchacha, en caso de que él estuviera en lo correcto, su hermano podía hacer otro intento de quedarse con la mujer. Se dirigió al comedor, donde se encontraba Frank, con Elleb y Liz, almorzando. Se acercó y dijo:
--¡salud, señora! Y buenas tardes tengas vos, señor. Vengo, sin el permiso de mi padre, con el propósito de advertirte a vos, señor, de que mi hermano, Sahid será dado de alta de la institución donde se encuentra recluido y mi padre, cegado por el amor que le profesa, lo traerá al barco una vez más, desoyendo mi advertencia--.
Ante las palabras de Yazid, Frank se tensó. Creía que no volvería a saber de ese loco nunca más. Liz, con la pequeña, que ya contaba con cuatro meses en brazos, dijo:
--Siéntate, Yazid y cuéntanos, por favor ¿qué fue lo que hizo a tu padre cambiar de opinión? --. El joven se sentó y les contó todo. Cuando terminó, Liz dijo:
--Si de algo tengo la certeza, Yazid, es de que la locura, una vez despierta, no vuelve a dormirse. Siempre quedará latente, esperando algún detonante. Te ruego que hables con tu padre y le hagas ver la realidad--.
El joven suspiró y dijo:
--Lo sé, señora y eso fue lo que dije a mi padre, pero mi hermano, hijo de la que fuera su favorita, siempre fue el predilecto, tanto por ser el mayor, como por ser hijo de la favorita y mi padre hará todo lo que esté en su mano para complacerlo, sobre todo si Sahid se muestra arrepentido de sus acciones. ¡prepárate, señor! Y protege a los tuyos--. Dijo y salió.
En Suiza, Sahid se encuentra sentado en un sofá, frente a su médico. El joven es inteligente y manipulador. En este tiempo logró hacerse amigo del director del manicomio y así consiguió, por dinero, claro, pequeñas comodidades, como mujeres y alcohol.
El director había llamado al emir, a pedido de Sahid y le había dicho que el joven ya estaba repuesto y que lo mejor era que él volviera a incluirse en el viaje y el emir, como siempre, había cedido.
--Mañana vienen por ti, Sahid--. Dijo el director, firmando de antemano la salida del príncipe. El muchacho rio y dijo:
---Gracias, Víctor. Me serviste bien y yo sabré pagártelo, en cuanto obtenga a la mujer, mate a su marido y a su hija, de muerte a mi hermano y me haga con el emirato--. El director, a quien solo le importaba el dinero, dijo:
--Gracias, muchacho y ojalá puedas cumplir todos tus objetivos--. Sahid se quitó el diamante que llevaba en el dedo y se lo dio al hombre, diciendo:
--Me vengaré de ese maldito negro, tomaré a su mujer y poseeré su cuerpo--. Luego se levantó y se dirigió, siempre pensando en aquella muchacha y en sus virtudes, a su cuarto, para recoger sus posesiones.
El Atlante recorría Alemania en el momento en el que llegó, traído por el helicóptero, Sahid. Nadie había podido evitar su llegada, pues el emir había pagado una fuerte suma al dueño de la empresa y este, que tenía el signo “peso” grabado en la frente, ignoró a Norma y Marcos, cuando ellos intentaron frenar los preparativos de la llegada del príncipe.
Frank y todos los hombres, incluido Yazid, a escondidas de su padre, se habían organizado para mantener vigilado a Sahid y protegidas a Liz y Elleb.
Esta vez fue Norma la encargada de recibirlo. Sahid bajó y dijo, saludando a su padre y a su hermano:
--¡salud, padre! Y saludos, hermano. Os agradezco, padre, por la nueva oportunidad que me brindáis y os juro, en nombre de Alá que he cambiado y que ahora soy un hombre nuevo--. El emir, ante el arrepentimiento de su hijo, se sintió lleno de un cegador amor, le contestó:
--Bienvenido seas, oh hijo mío. Mi corazón se regocija ante tu presencia y sincero arrepentimiento y espero que podamos disfrutar juntos el resto de este maravilloso viaje--. Yazid, miró a los ojos a su hermano y vio en ellos, más claramente que nunca, una locura mayor a cualquiera y pensó, con un nudo en el pecho, que todos corrían un gran peligro.
Frank se encontraba con su familia en el camarote. La niña sostenía el osito de Liz y sonreía. Liz se encontraba sentada a su lado y hacía reír a la niña. El muchacho no se despegaba de ellas y trataba de estar cerca siempre. La muchacha tenía los nervios de punta, cuando tocaron la puerta:
Liz se levantó a abrir y se sorprendió cuando Yazid dijo:
--Con tu permiso, señora ¿puedo entrar? --. La muchacha le abrió paso y el joven dijo:
--Mi hermano acaba de arribar al barco y lamento decirles que vi en sus ojos, profundamente arraigada, la locura y la obsesión por ti, señora y mezclada con la sed de venganza en tu contra, señor. Mi padre, Alá me perdone, es una marioneta de mi hermano y solo ve el arrepentimiento. Vengo a invitaros a los tres, por órdenes del emir, mi padre, a una cena que tendrá lugar en honor de mi hermano. Mi consejo es que asistan, pero que en caso de que Sahid les ofrezca comida tocada por su mano, la rechacen--. La pareja suspiró y Liz, que sabía algo de aquella cultura y entendía que rechazar al emir sería un gran error, dijo:
--Gracias por tu advertencia, Yazid. Eres un gran hombre y llegarás a ser un gran gobernante. Iremos y no tocaremos ni comida ni bebida que pase antes por las manos de tu hermano--.
Esa noche, Liz se arregló, se puso aquel vestido de María, con el que cantara en la primera cena y junto a Frank, que llevaba un traje negro y Elleb, con un vestido celeste, salieron hacia el lado del emir. Frank había advertido a James y Adam, para que estuvieran al pendiente, en caso de señales raras.
Sahid estaba junto a las dos esclavas, encargadas de la cocina. Las dos ancianas, eran las mujeres más viejas de entre las que se hallaban en el barco y una de ellas, había sido su nodriza y por lo tanto sentía debilidad por él.
Cuando Nur, la nodriza salió a buscar especias, Sahid tomó de una caja, donde la mujer guardaba cosas personales, un frasquito de láudano, que ella usaba cuando tenía dolor de cuerpo y se lo guardó en el traje.
Frank llegó a la cortina que dividía las habitaciones de los árabes del resto del barco y la abrió para que Liz y su hija la traspasaran.
--No sé cuál de las dos es más bonita--. Dijo el joven, sonriente y los tres entraron.
En el interior, los aguardaba Yazid, de pie y saludándolos dijo:
--Bienvenidos sean, señores. Espero que les sea de su agrado la comida, la bebida y la compañía--. Liz le sonrió y el joven príncipe tomó a Elleb y la sostuvo, mientras decía:
--Sé bienvenida, pequeña. Alá te guarde siempre--. Luego se la devolvió a su madre y los guio hasta el centro del pequeño salón.
Sahid estaba sentado y vio todo. Y su furia creció. Ahora comprendo, se dijo, mi hermano quiere quedarse con ella y para hacerlo está intentando ganarse la confianza del negro.
Yazid llevó a sus huéspedes hasta su padre y luego de los saludos de rigor, el emir dijo:
--Me alegra, señores, que ninguno guarde rencores y ahora ven, Sahid, hijo mío. Acércate y únete a esta fiesta que es en honor a tu recuperación y vuelta al barco--. Sahid se acercó y dijo:
--Buenas noches, huéspedes. Sigues tan bella como siempre, señora. Parece que la maternidad no hizo más que resaltar y engrandecer tu hermosura. Les ruego me perdonen por mi arrebato, pero ahora que he vuelto, puedo decirles que soy un hombre nuevo y renovado--. Frank, tenso dijo:
--Me alegra, alteza y a mi prometida también y ojalá tu recuperación se complete--. Luego se sentaron en almohadones y las esclavas trajeron las bandejas de comida y las copas.
Sahid, con extrema gentileza, se ofreció a servir a Liz con su propia mano, pero ella, recordando la advertencia de Yazid, rehusó cualquier alimento que él tocara.
Sahid se puso furioso, pero ocultó con cuidado sus expresiones de los ojos de todos y principalmente de su padre. Odiaba a todos, pero seguía prendado de Liz. Ese vestido le quedaba muy bien, pensaba mientras la imaginaba desnuda, en sus brazos, mientras él tomaba posesión de su ser.
La cena transcurrió sin incidentes, aunque Frank no se descuidaba, por si acaso. Él y Yazid vigilaban a Sahid y por eso, ninguno de los dos disfrutó la comida. Un rato más tarde, la muchacha dijo:
--Con su permiso, altezas, nosotros debemos retirarnos, pues mañana debo trabajar y por otro lado mi pequeña debe descansar--. Se despidieron y salieron retrocediendo.
Esa noche, mientras todos dormían, Sahid maquinaba su plan. Esta vez, se dijo, me aseguraré de no fallar y atraparé también al traidor Yazid, que quiso quedarse con mi mujer y mi trono.
Unos días más tarde.
Frank había salido con Elleb y Michelle. Liz estaba trabajando y por lo tanto no había problemas, porque no estaba sola y Yazid, con cualquier excusa rondaba por las cercanías del SPA.
En su cuarto, Sahid, junto a Murat, hermano de Astúr, se preparaba para atrapar a la mujer y a su hermano de un solo golpe. Lo primero era deshacerse del Emir y de eso se encargaría el propio Sahid.
El emir se encontraba sentado, acompañado por su favorita. Sahid se acercó, con una copa en la mano y dijo:
--¡salud, padre! Déjame brindar contigo y tu mujer, por Alá y por ti--. El emir, confiado, tomó la copa y bebió, pasándola luego a la muchacha. En unos minutos, los dos yacían por tierra y el príncipe los ató a un cajón que contenía grandes bolsas de harina. Luego salió, llevando consigo los almohadones necesarios y seguido por Murat, que llevaba dos rollos de cuerdas, fueron a la bodega más pequeña, en el fondo del barco.
Liz terminó su turno y cuando salía se encontró al príncipe Yazid. Los dos jóvenes se saludaron y se dirigieron a cubierta. Los pasajeros habían salido de excursión y el buque estaba casi vacío. Mientras ellos charlaban, Murat se acercó y dijo al joven:
--Alteza, su padre lo manda llamar--. El muchacho, disculpándose, salió y Murat, que tenía un corazón perverso, se acercó y dijo a Liz:
--Señora, permíteme llenar tu copa--. Y antes de que ella pudiera impedirlo, le quitó de la mano el vaso de jugo y lo cambió por otro, exactamente igual, pero, mezclado en el jugo, había unas gotas de láudano, diluido con agua y azúcar.
Cuando la muchacha rehusó a tomar el jugo que él le ofrecía, el gigantesco hombre la tomó por el cuello y le vació el líquido en la garganta y antes de que ella pudiera reaccionar, le puso una pelota de trapos en la boca y la arrastró hacia el escondite.
Yazid llegó junto a su padre y lo encontró dormido y atado. Cuando fue a desatarlo, Sahid se acercó por detrás y lo golpeó en la cabeza, con fuerza, para que no gritara, pero no para matarlo. No. La muerte de aquel traidor sería lenta y tortuosa, decidió.
Murat llevó a Liz, amordazada, hasta la bodega. El esclavo, concentrado solamente en no ser visto, ni se fijó en que la muchacha dejó caer un zapato, después el otro, y el broche que usaba para sujetarse el pelo, antes de que la droga terminara de aturdirla.
Murat ató a la joven con una de las cuerdas y sujetó la otra. Cuando el príncipe llegó, arrastrando a su hermano, entre los dos unieron las dos cuerdas, amarrando a los dos prisioneros uno al lado del otro y sujetando el extremo libre a la muñeca de Sahid.
Elleb comenzó a llorar, en brazos de Michelle y Frank, mirando la hora, se dio cuenta de que era tiempo de regresar con Liz.
Cuando llegaron al barco, se fueron directos al camarote, donde esperaban encontrar a la muchacha.
En la bodega, Yazid recuperó el sentido y abrió los ojos aterrado. Se encontraba en un rincón tendido sobre un almohadón, encima de unos cajones de provisiones. A su lado, atada y amordazada, estaba Liz, con los ojos abiertos y una expresión horrorizada en el rostro.
Sahid, estaba sentado y tenía la cabeza de la muchacha en su regazo. Sonrió a su hermano y dijo, con la euforia en la voz:
--¡bienvenido, Yazid, hermano! ¿te gusta mi nueva favorita? ¿verdad que es preciosa? --. Yazid se incorporó y dijo:
--¡estás loco, hermano! ¿Qué le hiciste a esa muchacha y a mi padre? --. Sahid rio, con una carcajada histérica y dijo:
--Solo tomo lo que es mío. Esta mujer y el emirato, pero no te preocupes, no quiero lastimarlos, aún. Primero, le quitaré la mordaza y disfrutaré su voz y su cuerpo y tú, maldito traidor, vas a mirar mientras lo hago, te enamoraste de ella ¿verdad? --.
Yazid estaba asqueado. Su hermano, tal como él había advertido a su padre, seguía demente y ahora los mataría a los dos, pero antes torturaría a la mujer y él no podría hacer nada para impedirlo.
Sahid quitó el trapo de la boca de Liz y la muchacha gritó. Una mano del príncipe se disparó para impactar en su rostro.
--¡cállate! —gritó.
--Ahora vas a ser mía, quieras o no--. Y diciendo esto, se levantó y le desprendió la chaqueta y mientras se la quitaba, le bajó los pantalones. La muchacha se debatía y entonces Murat se acercó y dijo:
--Alteza, el moreno acaba de llegar y está buscándola ¿qué hacemos? --. Sahid rugió de furia y dijo:
--Quédate con ellos. Yo me encargo de él--. Se levantó y salió.
Frank, acompañado de su madre y su hija, que seguía llorando, encontró los zapatos y el broche de Liz y se dio cuenta de que Sahid lo había intentado otra vez. Cuando se disponía a salir en busca de Marcos, apareció Sahid, con la chaqueta de Liz en la mano y dijo, con los ojos inyectados en sangre:
--¿Buscabas esto, negro maldito? ¡Sí! la mujer es mía y tú, estúpido, no harás nada porque si intentas algo…--. Dijo y sacó una pistola calibre 12 y apuntó a la niña.
--Tu pequeña morirá--. Completó.
En la bodega, Liz había logrado acomodarse la ropa y Yazid se había arrastrado hasta colocarse a su lado. La muchacha lloraba en silencio. Tenía que volver con Elleb, tenía que estar con su pequeña y con Frank.
De pronto, una voz baja le susurró:
--No llores, señora. Todo estará bien. Saldremos de esta--. La voz era de Yazid, hablando en español. La muchacha se sorprendió y dijo:
--¿Cómo es que hablas español? --. El muchacho sonrió, a pesar de la situación en la que se encontraban y dijo:
--Hay una razón por la cual mi padre prefiere a Sahid, él es hijo de árabe, es decir, que su madre era de mi tierra y en cambio la mía, fue una dama española, que falleció hace tres años y ella, antes de morir, me enseñó español--. Liz, pensando aun en su hija, dijo:
--Eso es increíble, Yazid, pero ¿cómo puede ayudarnos a escapar de este loco? --. Cuando Yazid iba a decir algo, se escuchó el llanto de un bebé, que se acercaba y Sahid apareció, con Elleb en un brazo y con la otra apuntaba la pistola a la cabeza de la niña:
--Te traigo a tu hija, señora. Se la quité a tu hombre a punta de pistola y ahora, mientras hablo, mi arma está en la cabeza de la niña--. La muchacha no gritó, pues no dudaba de la veracidad de la amenaza del loco.
Sahid se acercó y puso a la niña en brazos de Liz. Luego dijo:
--Ahora ya tienes a tu hija y tu hombre no será un estorbo--. Yazid, rozó con cuidado la mano de Liz y dijo, siempre en español:
--Él, aunque loco, está obsesionado con vos, distráelo--.
--…nos iremos de aquí y viviremos juntos. Yo cumpliré todos tus deseos y tú me servirás en la cama y en la vida--. Decía Sahid.
--Está bien, señor--. Dijo Liz, inspirada. Había recordado, de pronto una forma de distracción.
--Seré tuya, Sahid, pero primero déjame alimentar a mi hija y dormirla, para que puedas tenderte conmigo--. Dijo la muchacha.
--Así me gusta, señora. Humilde y sumisa--. Se tranquilizó Sahid.
En ese momento, Yazid intervino y dijo:
--Mientras esperamos, señora, en mi tierra es costumbre contar historias ¿te sabes alguna? --. Yazid, que era más inteligente que su hermano, había llegado a la conclusión de que la mejor forma de escapar de aquello era tranquilizando a su hermano y hacerle creer que todo estaba bien.
--¡sí! me sé muchas--. Dice Liz, poniéndose a Elleb en el pecho.
--Cuéntala y deléitame con tu voz--. Dijo Sahid, sentándose y rodeando a la muchacha con un brazo.
Frank se encontraba en cubierta, rodeado por todos los hombres que había podido juntar. Cuando Sahid le había quitado a su hija, decidió seguirlo y pudo verlo entrar en una bodega. Marcos le había explicado que esa bodega, no se usaba, porque ahí solo había repuestos para el barco.
Michelle estaba junto a su hijo y silenciosas lágrimas le rodaban por el rostro. No le parecía posible que su nieta y su nuera corrieran tal peligro.
Una hora más tarde, Elleb dormía y Sahid dijo:
--Tu hija ya duerme, señora. Déjala en el suelo--. Liz, que seguía hablando, dijo:
--¿no quieres oír otra historia? --.
--no. Ahora quiero poseerte y no acepto negativas--. La muchacha sintió el frío cañón de la pistola en su mano, junto a la espalda de Elleb.
--Deja a la niña en el suelo--. Ordenó Sahid.
Ella depositó con cuidado a la niña junto a Yazid, que la tomó y la tendió en sus piernas, mientras Murat, le ataba las manos a la espalda.
Frank decidió esperar. El emir había sido encontrado y liberado. El hombre comprendía el terrible error que había cometido. Su hijo estaba, si era posible, peor que antes y parecía estar dispuesto a todo.
Liz se quedó quieta mientras Sahid la desvestía. La muchacha temía por la vida de su hija y si para salvarla tenía que acostarse con aquel hijo de…
La muchacha comenzó a forcejear, cuando Sahid se tendió y recibió varios golpes. El desesperado hombre le abrió las piernas y metió su pene dentro de la muchacha, que seguía debatiéndose. De pronto, la energía de Sahid, impulsada por la locura, pero contrarrestada por el alcohol se acabó y se desplomó inerte sobre el cuerpo de Liz, sin llegar a poseerla.
El barco zarpa del puerto y Liz se sobresalta cuando siente el movimiento. Frank se encuentra con los suyos apostados en todas las salidas del barco, pues temen que Sahid decida matarse y matar a sus cautivos cuando el barco zarpó.
En la bodega, los tres cautivos permanecían despiertos. La niña había abierto los ojos, pero al encontrarse gracias a Dios, en brazos de su madre, que la había tomado como pudo, no lloró. Liz sostenía a su hija y pensaba en el mejor modo de liberarse y a Yazid.
Al día siguiente, Sahid despertó y dijo:
--Y ahora, vamos a salir todos y voy a mostrarle a ese negro, el modo correcto de acostarse con una mujer--. La locura del muchacho no le permitió ver su error y se levantó en el momento en el que Frank entraba.
Liz gritó y Sahid la tumbó de un golpe. Luego se alzó y apuntándole a la cabeza, dijo:
--apártate, hombre. Apártate o la mato a ella y a la niña y luego me mato yo ¡si no la tengo yo, no la tendrá nadie! —Grita y comienza a caminar, arrastrando, como un lastre a Liz, con su hija en el pecho.
--Murat. Levanta a la mujer y sígueme--. Indicó el príncipe con la voz de quien se dirige a una fiesta.
El esclavo, cortó la cuerda de Yazid y levantó a Liz. Sahid seguía caminando. La niña comenzó a llorar, asustada por los gritos.
--¡Deja a la niña, señora! Vendrás conmigo y tendrás más hijos de los que puedas contar--. Dijo el príncipe y Liz, con lágrimas en los ojos, le entregó la niña a Frank.
Llegaron a cubierta y Sahid tendió a Liz allí, enfrente de todos los pasajeros, que habían salido al escuchar los gritos. Le entregó la pistola al esclavo y gritó.
--Mi esclavo tiene ordenes de disparar. Nadie se mueva o ella será quien pague con su vida--. Luego se tendió sobre Liz y comenzó a besarla. La muchacha juntó saliva y odio y los escupió a su cara. Aquello fue suficiente para Sahid. Se alzó con ella y se acercaron a la barandilla del barco. Abajo, el mar azul los esperaba.
El emir gritó, cuando vio lo que su hijo pretendía. Liz pensó que moriría en el mar, dejando solos a Frank y su hija y se unió al grito del emir.
--Di tu acto de fe--. Le ordenó Sahid, golpeándola para que deje de gritar. La muchacha rezó al ángel de la guarda y se encomendó al cielo.
Sahid se acercó a la baranda y se arrojó de cabeza, con un grito visceral. Liz, que seguía ligada a la cuerda en la muñeca del príncipe, se precipitó al abismo.
Mientras caía, su vida pasó frente a ella, pero no como un álbum de fotos, sino como una secuencia de sucesos que ella, con gran terror, volvió a vivir.
Se vio, a los tres años, jugando con unos bloques, acompañada de Darío, a los cinco, llorando luego de conocer a una de las amantes de su padre. A los once, terminando la primaria, a los doce, sentada mientras volaban cartucheras y otros objetos y todos, sin excepción, impactaban en su cuerpo.
Volvió a revivir la muerte de su abuelo, el primer beso de Alejandro, los meses de frío, cuando su relación con él terminó, el día de su graduación, aquel último día del amigo con sus amigas, las peleas con Cesar, el día que, llorando, subió al Atlante.
La noche en que conoció a Frank, aquella inolvidable navidad y el último recuerdo, fue una mezcla del nacimiento de Elleb, superpuesto al chat con su padre. La muchacha pensó en Darío y se dijo que había hecho lo correcto al perdonarlo.
Frank le entregó la niña a Yazid y corrió, justo en el momento en el que Liz, gritaba y caía. Se lanzó y la tomó de los pies. La muchacha sintió que su descenso al abismo frenaba y ella quedaba colgada, de cabeza, mientras el peso de Sahid tiraba hacia abajo, ayudado por la gravedad, Frank se esforzaba por izarla. Marcos corrió a su lado, mientras otros hombres peleaban con Murat. El guía se dio cuenta de que la muchacha seguía ligada a Sahid y tomando un cuchillo, cortó la cuerda. El príncipe se precipitó y se perdió en el mar.
Liz se aferró a un hierro y se sostuvo, por lo que le pareció una eternidad, hasta que se sintió izada con más fuerza y fue recibida por los brazos, temblorosos de Frank.
La muchacha rompió en lágrimas y se aferró al cuello de su prometido. El emir gritó cuando Sahid cayó. Su hijo favorito y primogénito había muerto.
El joven Yazid, se acercó y entregó a Elleb con sus padres, luego abrazó a su padre y dijo, con lágrimas en los ojos.
--Tu haz perdido a tu hijo y yo a mi hermano, pero si Alá lo decidió, padre, es porque Sahid debía rendir cuentas al cielo. Le hizo mucho daño a esa familia y nadie lo empujó, él se lanzó a los brazos de la muerte por su propia mano--.
Frank, Liz y Elleb se fueron al camarote. Liz tenía una marca en el rostro, por el último golpe recibido y aparte del dolor en los huesos, por los metros arrastrada, no estaba herida. Frank suspiró. No se alegraba, pues el emir y Yazid eran hombres justos, pero le aliviaba saber que Sahid no volvería a molestarlos nunca más. Mientras abrazaba, sentado en la cama, a su novia y a su hija, preguntó:
--¿cómo lo distrajiste para que no lastimara a Elleb? --.
--Me convertí en Sharazad y le conté viejas leyendas argentinas--. Dijo Liz, mientras acunaba a su hija.
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Oportunidades en la vida
De TodoLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...