--¿puedo preguntarte algo? --. Dijo Frank, aquel domingo, mientras desayunaban en el comedor.
--¿qué? --. Dice Liz, recogiendo las dos tazas y dejándolas en el fregadero.
--¿Recuerdas cuándo discutimos el otro día? ¿cómo sabías que no estaba dormido? --. Pregunta él, guardando el pote de mermelada en la heladera.
La muchacha suelta la risa.
--En realidad no lo sabía. Bueno, lo sospechaba. Digamos que tu respiración era demasiado profunda y sonora para que estuvieras dormido en verdad--. Le contesta, entrando, con el mantel libre de migajas en la mano.
--Otra cosa--. Dice Frank, mientras Elleb aparece, con los ojos entrecerrados por el sueño y se acerca a su padre, con sus zapatos en la mano.
--¿Qué otra cosa? --. Dice Liz, mientras él ata los cordones a la niña.
--Nunca me explicaste ¿qué fue lo que ocurrió para que desprecies tanto a.... a... José? ¿Lo recuerdas? --. Continúa el joven padre, mientras su mujer pone una taza de té frente a él, quien sienta a Elleb en sus rodillas y comienza a darle su desayuno.
--¿para qué quieres saber eso? -Pregunta Liz, sentándose.
--Porque cuando nos encontramos con él, fue como si vieras al demonio en persona. Parecías una mariposa acorralada en una urna de cristal--. Dice él.
La muchacha suspira. Aquellos recuerdos no son muy felices. De hecho, "creo que José es la única persona que me provoca esa mezcla de terror y asco" se dice.
--Muy bien. Te lo contaré--. Dice en voz alta, dejando salir el aire.
Liz tenía 13 años cuando lo conoció.
José Pedraza pertenecía a la O.N.G. que fuera la antecesora de lo que hoy era "Cielo abierto". El hombre trabajaba allí, como profesor de informática.
Liz había entrado a aquella fundación unos meses después de que Clara comenzara a trabajar con ella, para tomar las clases de orientación y movilidad.
Clara le había insistido para que tomara también las clases de computación y Mabel, quien deseaba que su hija tuviera la mayor cantidad de herramientas posibles para poder estudiar, accedió.
El primer día fue normal, o casi. José quiso actuar de consejero y por poco mete a Liz en un serio problema.
A medida que las clases avanzaban, José había comenzado a cambiar.
--Solía decirme cosas que un profesor no debería decir a su alumna de 13 años--. Explicó a Frank, que la escuchaba con atención.
Cuando ella, inocentemente le había dicho que aquello no estaba bien, él se había reído y le había restado importancia.
La niña le había dicho a Marizza, que en aquella época contaba con ocho años, que cuando ella estuviera en clases, fuera y se sentara a un lado.
Cuando José la descubrió, se molestó bastante.
--Dijo que Marizza no podía estar allí, porque le interrumpía la clase--. Dijo Liz a Frank, quien comenzaba a comprender por donde iba todo aquello.
Mientras tanto, las insinuaciones por parte del profesor, seguían, cada vez más fuera de tono.
--"su risa, alumna Lizbeth, su risa es musical" decía, mientras yo escribía en el teclado--. Dijo la muchacha, mientras el eco de la jadeante voz de aquel cerdo resonaba en su cabeza.
Una tarde, Liz le había confiado todo aquello a Mabel, quien decidió tomar cartas en el asunto.
Aquel día, José parecía especialmente excitado. Mientras enseñaba a teclear, usando todos los dedos a Liz, sus manos no dejaban de acariciar los delgados hombros de la muchacha.
Liz, asqueada, lo empujó lejos de ella. "mantenga las distancias, profesor" le había dicho, mientras movía como podía aquel armatoste para separarlo de su cuerpo.
--Él no se rendía y en cuanto me descuidé, concentrada en el teclado, volvió a acercarse--. Le expuso a su chico, a quien el desprecio hacia aquel depravado comenzaba a llenarle la boca de saliva.
En un momento, Liz logró aplicar de forma correcta un comando que le costaba el profesor, con una risotada jadeante, que indicaba el nivel de excitación que tenía, dijo, revolviéndole los largos rizos.
"¡muy bien, alumna Lizbeth, muy bien! ¡me encantaría darte un beso!" terminó, con la voz llena de perverso deseo.
En ese momento, Mabel, quien había observado todo desde la puerta, irrumpió en el salón y se llevó a José con el pretexto de que la hora ya había concluido.
--Cuando Clara y el resto de la asociación se enteró, casi lo matan y lo expulsaron-. Dijo Liz, limpiando la boca, cubierta de pan mojado, de Elleb.
--Bueno, pero al menos te alejaron de él. ¿no? --. Preguntó Frank.
--La historia no termina ahí--. Dijo ella, recordando los sucesos ocurridos años después, con un estremecimiento de horror.
--¿Qué ocurrió? --. Preguntó el muchacho, deseando haberse quedado en la ignorancia y diciéndose que lo que haya ocurrido después, debió haber sido más perturbador.
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Oportunidades en la vida
RandomLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...