Cristina Moya estaba sentada en el jardín de su casa. Pensaba en las nietas de su hermana y en la mejor forma de quitar la mácula de sus almas. La que más le preocupaba era, naturalmente, Liz, pues ella, pobrecita, tenía doble mancha. Una suya y otra de su madre.
Aquella ignorante se levantó de la silla. Era una mujer alta, o al menos, más alta que su hermana, en otro tiempo, había tenido varios michelines, pero ahora, los años y las malas pasiones del pasado, se habían cobrado todo y su cuerpo era una masa de huesos y la piel, en otro tiempo estirada, se mostraba arrugada y caída. Tenía el pelo largo, grueso y mal teñido.
Decidió que llamaría a su hermana para ver las últimas noticias y planear, junto a Mercedes el que sería su siguiente paso. Se dijo que ya no se trataba de limpiar la mancha, como de hacerle pagar a Liz su grosería de las navidades “los pecados de los padres caerán en los hijos” y con aquella cita, la única que llegaba a comprender, en mente, tomó el celular, repentinamente inspirada.
En su casa, doña Mercedes se levantaba. Ya comenzaba septiembre y los días se volvían más cálidos. La mujer se vistió y salió hacia la cocina de Mabel, pues ella tenía por costumbre que, en cuanto las groseras de sus nietas desaparecían, volvía a tomar desayuno con su hija, para que esta, que se sentía responsable de ella y de su cuidado, siguiera tan servicial como siempre.
En ese momento le sonó el teléfono.
--¿hola? --. Dijo ella, abriendo la puerta del comedor.
--¡hola Mechita, querida! --. Dijo Cristina, sonriendo.
--¡Cristina, hermana! ¿cómo andan? ¿cómo está Lujancita? --
--Nosotras todo bien, pero te llamo para saber ¿cómo va todo por ahí? ¿Volvieron a tener noticias de la… de tu nieta? --. Doña Mercedes suspiró. Sin duda, se dijo, su hermana era guiada por algún ángel, que le dijo que llamara.
--Sí, Cristina. ¡no sabes! Me enteré, mejor dicho, me lo gritaron a la cara, que se va a casar con ese…--. Doña Mercedes se contiene, pues su hija acaba de sentarse.
--Con ese chico--. Dice, finalmente, poniendo énfasis en la palabra “chico”
Cristina está horrorizada. La historia se está repitiendo, pero esta vez al pecado de la lujuria, se le agrega el pecado de… la mujer piensa, pues no sabe de ningún pecado que implique el mezclarse con negros, pero luego reflexiona y se dice que es la desobediencia, no porque el chico sea negro, sino por desobedecer, Liz a su abuela y a ella, cuando le dijeron del mejor modo y con la mejor intención del mundo, que se alejara de él.
--¡en el nombre de la santísima trinidad! --. Se abanica la mujer.
--¡no puede ser, Mercedes! Y ¿Mabel lo permite? Pero ¡qué preguntas hago! ¡por supuesto que lo va a permitir, si es la madre y es una…! --. Sigue horrorizada.
Mercedes, que gracias a dios tiene el teléfono a bajo volumen, agrega:
--Y eso no es todo. Cuando ese viaje termine, se vuelven para acá, ella, la hija que, además es negra, el “chico” y la madre de él y para terminarla de completar, se van a quedar en el departamento que hice yo, ese donde yo quería que la Carmencita se venga a vivir, cuando la dejaron sin trabajo y que la perra de la Mabel, se negó--.
Cristina no cree lo que escucha. La pobre Carmen se quedó en la calle y Mabel, su hermana, se negó a recibirla en su casa y a dejar que ocupe ese departamento que, por cierto, había hecho su hermana con la jubilación de su cuñado, Jadur.
--¡Por qué no te venís para acá, Mechi? Creo que te hace falta salir de esa casa y así nos podés contarnos a mí y a Lujancita, con más detalle todo--. Doña Mercedes decide que, como siempre, su hermana tiene razón, dice:
--Sí. Tenés razón. Ya le voy a pedir a Cesar que me acerque, o mejor me voy en un auto, para no ver malas caras--. Con esto arreglado, las dos mujeres se despiden y cortan la llamada.
Doña Mercedes termina de desayunar y dice a su hija, que escuchó toda la conversación:
--Me voy a la casa de la Cris, no puedo estar acá y mirar cómo te dejas dominar por tus hijas. Mi papá, Dios lo guarde siempre, sabía decirnos y tenía mucha razón, porque él sí que era un hombre recto, que los hijos debían obedecer siempre a los padres y arrodillarse ante ellos y…--.
-Mira, mamá, el cuento y los dichos de mi abuelo Roberto ya me los sé igual que el padre nuestro y si lo que buscas es pelea, te aconsejo que es mejor que te vayas unos días a casa de tu hermana y tu sobrina, que ahí si respetan al pie de la letra, los dichos de tu recto y borracho padre--. Le cortó Mabel, recogiendo las cosas del mate.
Doña Mercedes sale, muy contrariada y se va a armar el bolso. Sus planes se están viniendo abajo. Lihuen la llamó el día anterior, para decirle, con el mayor descaro y sin ningún reparo, que había hablado con su ahijada, que había conocido a Frank y a la nena y que le cayó muy bien el chico. Para terminar, le había soltado:
“mire, tía. Yo creo que Cristina, Lujan y usted, no deberían intervenir en las vidas ajenas. Le aclaro que invité a Liz, con su familia incluida, a pasar acá una temporadita, cuando terminé el viaje, le dije a mi ahijada que se queden a pasar navidad con nosotros, así mis hermanos pueden conocer a los nuevos integrantes de la familia”
Doña Mercedes había colgado y luego, en venganza, había golpeado a la caniche de Marizza, que seguía viviendo en la casa, porque ella no tenía lugar para llevársela. Terminó de preparar el bolso y volvió a buscar la ayuda de su hija.
“no importa lo mal que la trate, ella tiene la obligación de ayudarme siempre que sea necesario” pensaba la señora.
--Llámame un auto. No le pienso dar beneficio a tu marido--. Dijo, imperativa e hirientemente.
Cuando llegó, Lujan la esperaba en la puerta, con una sonrisa. Sus tías, se decía, eran buenas personas y su tía Mercedes la quería como a una hija.
La recibió y le dio un abrazo. Luego, como quien no quiere la cosa, dijo:
--Tía Cristina ya me contó, tía y es una pena que Lizbeth no acepte sus consejos y que mi prima les apañe todos los caprichos a las dos chinitas--. Doña Mercedes, que veía claramente la rectitud de su padre en las actitudes de Lujan, dijo:
--Y bueno, hija. La verdad que la Cristina había tenido razón cuando, hace tantos años, le dijo a la Mabel que era una puta y lo peor es que ella le metió esas ideas en la cabeza a las chinitas y ahora ellas y la primera es la Lizbeth, tienen el permiso de su madre y hacen lo que se les canta. Me parece imposible, pero bueno, la vida es así y Dios se encarga de poner las cosas en su lugar--.
Aquellas tres mujeres parecían usar a Dios, tanto para castigar, para premiar y para justificarse detrás de unos proverbios, un poco retorcidos, a la hora de su aplicación práctica.
Las tres se sentaron y Cristina expuso su plan, concebido de la mezcla del odio y las ganas de hacer que Liz le pagara el mal trago y la humillación.
--Bueno, estaba pensando que nosotras tres tenemos que acercarnos a Liz y a su tan querida familia y una vez dentro, cuando tengamos su confianza, atacaremos por el lado más blando, es decir, esa niña, negra, que al igual que su madre, fue concebida en pecado. Mercedes, vos tenés que acercarte, para que nosotras podamos entrar, tenés que ayudarlos a preparar todo para ese casamiento y tenés que lograr que nos incluyan en los preparativos y que confíen en mí--.
--¡yo no pienso ir a esa boda, Cristina! --. Intervino Mercedes, escandalizada.
--Tiene que ir, tía. Usted es la abuela de la novia--. Dice Lujan, que comienza a comprender el plan de Cristina.
--Lo primero, es llamar a Liz, para tantear el terreno y eso te toca a vos, Mechi, porque a nosotras no nos va a atender y ninguna tiene el número de teléfono--. Siguió Cristina y Mercedes decidió hacerle caso. Al fin y al cabo, era por el bien de su familia.
El barco seguía abriéndose paso por las aguas y dejaba estelas en el mar. Iban rumbo a Florida, o California, Liz no lo recordaba.
Estaban a mediados de octubre y Elleb, con once meses, ya caminaba prácticamente sola y sus padres habían tenido que poner todo lo que fuera frágil y cualquier cosa que pudiera ser ingerida fácilmente, fuera de su alcance, porque la pequeña disfrutaba hurgando cualquier cosa que le atrajera. En ese momento, Liz se encontraba poniendo orden en el cuarto. La muchacha había decidido dejar solamente lo indispensable fuera de las maletas, en vista de que solo les quedaban poco más o menos seis semanas de viaje, cuando el teléfono sonó.
--¿sí? —Dijo Liz sentándose en la cama.
--¡hola, Lizbeth, hija! ¿cómo están? —Dijo la voz, extrañamente dulce de su abuela.
La muchacha, que conocía a la mujer y sabía que detrás de las melifluas palabras de la mujer se ocultaba algo más, decidió seguirle la corriente y averiguar en que andaba.
--Todo bien, abuela. Ahora estamos viajando con rumbo a la Argentina, mi gorda ya camina solita y yo estoy ordenando un poco el cuarto, porque con tres personas aquí…--.
Doña Mercedes, a quien la vida familiar de su nieta le importaba un rábano, la escuchaba junto a su hermana y a su sobrina, pues tenía puesto el altavoz en el celular. La señora rio y dijo:
--¡ah, me alegro, hija! Tu padrino me llamó y me dijo que se van a quedar en su casa un tiempo--. Liz, que mientras hablaba terminaba de acomodar la ropa de Frank, dijo, sin bajar la guardia:
--Sí, nos invitaron a pasar las fiestas con ellos y no teníamos motivos para decirles que no, así, de paso, le doy tiempo a Marizza para que termine de arreglar el departamento--. A las mujeres el rostro se les crispó de puro odio y rabia, pero Doña Mercedes, experta cínica, siguió, con dulzura:
--Sí, sí, Claro. Me contó tu mamá que te vas a casar con… con… con… ese… con…. Bueno, no me acuerdo del nombre del chico, pero. ¿es verdad? --. Liz sonrió, pues había encontrado la punta de la madeja y dijo, siguiendo el hilo:
--Ajá. Nos vamos a casar bien pongamos en regla los papeles de Frank y Michelle. No queremos nada muy grande, apenas el sibil, la iglesia y después una comida con los más cercanos--.
En ese momento, la puerta se abrió y por ella entraron, Frank y Elleb, que se quejaba. Liz arrugó la nariz ante el olor y dijo:
--Bueno abuela, el deber me llama. Se acabó mi tiempo de tranquilidad, nos vemos--. Doña Mercedes se despide y cuelga. Ahora todas saben cuáles son los planes de la muchacha y podrán deshacerlos con un soplo.
Liz deja el teléfono a un lado y dice:
--Vamos, señorita es tiempo de cambiarla--. Levanta a la pequeña y la tiende en la cama. Luego, mientras le quita el pañal, le comenta a Frank:
--Era mi abuela. Quería tantear el terreno, pero ya la dejé sobre una pista falsa. Me llamó para saber si es cierto que nos vamos a casar, si es cierto que nos vamos a quedar en lo de mis padrinos un tiempo, en resumen, para sacar información y se comportó muy dulce—El muchacho, se sentó, mientras ella llevaba a la niña hasta el cuarto de baño y la limpiaba con agua y dijo:
--A lo mejor está arrepentida de todo aquello y solamente desea estar contigo el día de tu boda. Después de todo, es tu abuela--. La muchacha volvió con la bebé y una vez le puso el pañal y le acomodó la ropa, la dejó en el suelo, se sentó junto a él y dijo:
--¿leíste la biblia alguna vez? --. El muchacho no era lo que se dice religioso, es decir, creía en Dios, pero no consideraba que un libro fuera la palabra del cielo, pero había leído, o escuchado, como todo el mundo, una que otra lectura:
--Hmm… pues… digamos que sí, pero, ¿eso qué tiene que ver con tu abuela? —Dijo, rodeándola con los brazos.
Liz, que tampoco era muy puritana lo besó, largamente y dijo:
--No te preocupes, que, si yo sé algo de la biblia, es porque era del coro de la iglesia. Bueno, el punto, es que en… bueno ni idea en que lectura, pero hay una parábola, que dice que, una mañana, el dueño de la cosecha mandó a su hijo a ver el campo de trigo y el joven descubrió que un enemigo de su padre había plantado cizaña mezclada con el trigo, al cual se parecía mucho. El padre, ante la urgencia del hijo por arrancar la planta venenosa, le contestó que, a su tiempo, podría diferenciarse el trigo de la cizaña y recién entonces, arrancarían las malas hierbas, pues si la arrancaban ahora, corrían el riesgo de quitar también el trigo. Creo que era algo así, no lo recuerdo con exactitud, pero lo que importa es que mi abuela, con ayuda de su hermana, plantó “cizaña” en el “trigo” que será nuestro futuro y yo te digo, o, mejor dicho, te advierto que, a su tiempo, tu verás la diferencia entre el “trigo” y la “cizaña” --.
Frank sonrió y comentó, mientras Elleb tiraba de la chaqueta de su madre, para que la levantara:
--Tú y tus analogías. Espero que te equivoques, amor, pero en caso de que tengas razón, estaremos juntos para arrancar la… la planta de nuestro futuro--. La muchacha, que debía irse ya al trabajo, le puso a Elleb en el regazo. La niña comenzó a llorar en el momento en que su madre salía por la puerta y Liz, cerrando, agregó:
--Ojalá que sea yo la mal pensada, pero, amor, te voy a enseñar otro refrán, “piensa mal y acertarás” No llores, cielo--. Dijo a su hija.
--Tengo que ir a trabajar. Quédate con papá y pórtate bien--. Luego, mientras Frank distraía a la pequeña, salió.

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Oportunidades en la vida
RandomLizbeth decidió dejar su vida atrás y aventurarse en las azules aguas del océano, en busca de algo que es casi imposible de conseguir: escapar de un pasado que le dejó profundas heridas, algunas aún sangrantes, y otras que parecían casi curadas pero...