Los recuerdos son entidades caprichosas, no puedes fijar el día ni la hora exacta que conociste a aquella niña sin nombre. Júlia, sólo se acordaba de lo bien que lo paso jugando con ella en el parque y lo bonita que era. Fueron unas horas que le pa...
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Los nervios la tenían atascada y no pudo dormir bien. Se levanto con ojeras y mal aspecto. Suerte que se había llevado el equipo de maquillaje. Se aplico una buena base de crema, tapándose las señales de insomnio. Se pinto los labios de un rojo granate fuerte. Se coloreo lo parpados de gris y se puso sombra de ojos. Para rematar también se empolvoro los mofletes. Se contempló en el espejo y sonrió.
- Me he pasado un poco con el maquillaje.- Reconoció en voz alta. No se lo quito. Se sentía muy hermosa y segura. Había escogido un vestido de falda corta, que le llegaba por encima de las rodillas. Era extremado, con tonalidades marrones clara, blanco y negro. Parecía la piel de un tigre. Dudo un poco. Quería estar elegante pero también en consonancia a las circunstancias.- ¡Qué más da! Ellos antes no mostraron compasión por mi madre.
No tenía un culto excesivo al cuerpo ni se consideraba demasiado presumida. Se cuidaba y le encantaba la ropa sencilla y cómoda. En aquella ocasión, prefirió usar ropa elegante. La gente solía emitir juicios en función a la apariencia externa. Se quedaban a la superficie. Le llamo su madre cuando salía del hostal para coger el tren. Le animo a iniciar aquella aventurilla.
- Se tu misma Júlia y sigue tu corazón. No olvides que son la familia de tu padre, se erraron pero le quisieron.- Le recordó.- Todos cometemos errores.
- Sí, lo sé. Cierto. A ti deberían de pedirte perdón.-Remarco, era tan buena persona.
- Me doy por satisfecha si te tratan bien y te lo dan a ti.- Le volvió a recalcar. Se despidieron. Llego en 10 minutos en la estación de tren de Cervera. Estaba un poco arreglada, aunque en la fachada del sector de las vías había varios grafitis. Sensación de dejadez y de estar lejos de la civilización. El tren era viejo y algo sucio.
Llego a Bellpuig cerca de las cuatro. No tardo en localizar un taxi. Preixana estaba muy cerca de aquella localidad. Había quedado con su Tío a las cuatro y media. Como iba con el tiempo de sobras, pidió al conductor que le dejara a la entrada de aquel pequeño pueblo. Le impacto un poco, se lo imaginaba un poco más grande. A aquella hora las calles estaban vacías. Sólo había un poco de ruido, algo lejano, de criaturas chillando. El calor apretaba. Prefirió seguir la calle principal. En una bifurcación, dudo de si seguir hacia la derecha o izquierda. Siguió el sentido común y escogió la derecha. De lejos observo que había una gran plaza.
Se había puesto unos zapatos con un poco de tacón y le empezaban a doler los pies. Nunca se acostumbraría a ellos. Se repitió sus intenciones: estar como mucho una horas con ellos y largarse. Se concentro en localizar la casa de los Vilalta. Se tenía memorizada la dirección. Llego a la plaza, era grande. En una esquina había el local social, que estaba aún cerrado. De allí nacía una calle sin nombre. Había una señal que indicaba por donde ir a la ermita de Montalba. Enfrente había el polideportivo. Por allí también debía haber aquel parque donde conoció aquella niña. Miro el reloj, se estaba haciendo tarde.