(7) La exótica forastera

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Sabela. Preixana

Los lunes por normal solían ser un día de perros. Algunos empezaban con resaca de fin de semana. Sabela no lo notaba, porque prácticamente trabajaba todos los días. Si no era campaña de siembra o de cosecha, intentaban descansar los domingos. A raíz de lo sucedido con su padre su abuelo se tomo la vida de forma más relajada. Antes solo vivía para trabajar. No procedían de una familia rica, de hecho los patriarcas no eran herederos y consiguieron todo su patrimonio a base de curro.

Su abuelo andaba un poco nervioso, por culpa ola de calor habían perdido tiempo y el precio del cereal había descendido. El campo cada vez más era una ruina y no daba para pagar los gastos de un hogar. Por eso los jóvenes preferían dedicarse a otros oficios y volaban lejos de los pueblos. O debían de estar pluriempleados. Quizás, no se valoraba lo suficiente el producto de proximidad.

Aunque ser agricultora podía ser muy duro, era lo que deseaba. Amaba la paz del pueblo, sus aromas, sus sonidos, sus puestas de sol, estar en contacto con la tierra y sus ciclos estacionales, cuidarla y mimarla. Lejos de aquel entorno se estresaba y la gente parecía que se movían tan rápido que no gozaban del todo. Un excesivo consumo y placeres superfluos.

No era frecuente verla de mal humor, pero se despertó con el pie izquierdo. Choco con su abuela, que se metió con su pelo despeinado. Más tarde, se pico con el comprador de cebada por su calidad. Tuvo de suportar las bromas machistas de unos payeses de una localidad vecina. Una no se acostumbra nunca a aquellos tipos de comentarios. Se obligo a sonreírles y saludarles con educación.

Su abuelo, que quería seguir tomando las riendas del negocio familiar, no le dejo conducir la cosechadora. No descanso y la tenía preocupada. Los dos eran unos cabezotas. Estuvo toda la mañana y parte del medio día trasportando grano. Comió en el campo un generoso bocata de su madre. Entre las tres y cuatro de la tarde, el tractor hacía un ruido raro y prefirió regresar a Preixana, para substituirlo por el nuevo.

Entro al pueblo por el lado sud, pasando enfrente de la finca y mansión de los Vilalta. La señora Montserrat, una anciana muy cotilla, estaba hablando con una chica muy elegante. Desentonaba en aquel sitio, con aquel vestido imitación de piel de tigre, ajustado a sus sensuales curvas femeninas y sus zapatos de tacón. La curiosidad le hizo disminuir la velocidad. La chica se volteo para mirarla. Sintió un fuerte electrochoque en el corazón. Ante ella había una Diosa, una musa del Olimpo. Su cutis un poco oliva, sus ojos marrones-rojos, su nariz, su sonrisa tan picarona, su largo y ondulado pelo... Le devolvió la sonrisa. Otra vez las mariposas despertando de sus larvas.

Estuvo a punto de detener el tractor, para admirar mejor aquella belleza exótica y perfecta. Si fuera más audaz lo haría. Incluso, se le presentaría y le ofrecería subirse al tractor, o acompañarla dónde quisiera. La mimaría y regalía lo que le antojara. No hizo nada de todo aquello. Podía ser una echada para delante en otros asuntos, pero en temas de amor era tímida. No sabía ligar, si se tenía de dirigir a una chica que le gustaba se bloqueaba y actuaba con torpeza.

Contemplo sus labios carnosos, algo abiertos, que le estaban susurrando: "bésame". Se imagino brevemente haciéndolo. La forastera no dejo de observarla en ningún momento. ¿Era de asombró? A muchos les chocaba verla arriba de un tractor, tan pequeña y frágil. Podía ser, porque por su esquicito maquillaje e indumentaria parecía una pija de ciudad. La condenada estaba de muerte y la atrajo en el primer cruce de miradas.

Su corazón estaba desbocado y su mente creaba lujuriosas palabras. Opto por seguir su trayecto. La forastera solo estaba de paso y sería inútil perder su valioso tiempo en ella. Aunque era un placer admirar sus rasgos tan femeninos. Tenía debilidad por chicas como ella. Llego a casa sonriente. Un simple momento le había alegrado una jornada de tedioso trabajo.

Mi riquiña tractoristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora