(9) No muerdo...

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El ambiente a Can Vilalta era un poco lúgubre. Los médicos pronosticaban pocos día para el patriarca familiar. El día anterior ya habían llamado a su cuarto nieto de su estado. Aquella tarde viajaba para Barcelona. Carlos iría a recogerlo en el aeropuerto. Júlia tenía sentimientos encontrados. Le evoco el fallecimiento de su abuelo materno. Los comprendía y se solidarizo con sus primos. Le toco hacer compañía a su abuela. No estaba tan calmada como la otra tarde. Le saco a pasear, para que se airease. Empezó tener un poco de sensación de ser su criada, cuando solo estaba de visita. Paso a ser alguien despreciado a imprescindible. Lo hizo por humanidad y compasión. Su Tío regreso más pronto del campo, eran las ocho del atardecer. Necesitaba desconectar y se despidió de ellos. Le pusieron un poco de mala cara, pero se largo igualmente.

Hacía mucho calor. El cielo estaba un poco sobrio, una nube tapaba el sol. Deseo que lloviese para enfriar el ambiente. Su primo mayor le había prestado unos pantalones de chándal y se había puesto un jersey sin mangas. Por suerte, se había llevado unas bambas. Desentonaba mucho vistiendo vestidos elegantes cada día. Quizás, Sabela se sintió incomodada por ello.

Se dirigió directamente hacia el parque que jugo de pequeña. La señora Montserrat se lo indico bien y lo hallo pronto. Era pequeño y con una excelente vista a la ermita de Montalba. Reconoció los columpios y tobogán, a pesar de estar recientemente restaurados. En medio de ellos una diminuta fuente con un pequeño estanque en forma de estrella. A los lados unos robustos árboles que eran una maravillosa retaguarda para el fuego solar. Se subió en una cilla del columpió. La tristeza de la muerte anunciada le había afectado.

De lejos, vio a Sabela corriendo. Llevaba unos pantalones cortos ajustados y chaleco sin mangas de conjunto. Una autentica deportista. La suerte fue suya cuando vio que su destino era aquel mismo parque. Iba con la cabeza gacha, sumergida en sus propias cavilaciones. Se detuvo brevemente cuando se percato de su presencia. La chica dudo de si seguir, tentada en volver a huir. Le cortaba que estuviera sola. Opto por seguir con su intención de beber agua y realizar estiramientos. Quería correr hacia la ermita.

- Hola Sabela.- Le saludo Júlia sonriéndole. Se paralizo nuevamente.

- Hola.- Fue capaz de articular la tractorista. Se agacho para beber la fresca agua. Sin querer le dio la espalda. No se atrevía a acercársele. Se volteo y empezó a estirar los músculos de las piernas. La miro de reojo. Su rostro estaba algo gris. Dedujo que era por la enfermedad de su abuelo. Creyó que necesitaba estar sola y no era momento por intentar intimar más.- Me voy ya...

- No hace falta que te marches como si fueras Supergirl, ¡no muerdo eh!- Ironizó Júlia, no sabiendo si reírse o cabrearse por su extraño comportamiento con ella. Sus palabras la hicieron colorear. Se incorporo lamentando ya su osadía. Se le aproximó y le ofreció la mano en señal de paz.- Júlia Medina. Lo siento soy una bruta a veces.

- No, no lo eres... Soy yo. – Dijo con un poco de tartamudeo. Viajo a la luna de Valencia contemplando sus ojos de color avellana. Sin maquillaje aún la encontró más hermosa. Para intentar mantener una conversación normal contemplo otro punto del entorno. - Pensé que deseabas estar sola. ¿Cómo está tu abuelo?

- No te preocupes. Sólo deseaba huir de la casa de mi familia. – Se detuvo brevemente. No quería asustarla con sus problemas.- Respeto a mi abuelo, está muy mal. Puede que no llegue al fin de semana.- Por su tono de voz no parecía muy afectada por aquel pronostico. Júlia no insistió más en su extraño comportamiento.

- ¡Lo siento!- le expreso de forma sincera. Se desafiaron con las miradas. La andaluza deseaba ser abrazada. Sabela lo percibió, pero freno sus instintos primarios.- Prosigo con la ruta, si me paro mucho me enfrió.

- Entiendo.- Dijo Júlia desinflándose. Fue breve su desánimo.- ¿Te puedo acompañar?

- Mm, no se... Depende de si puedes seguirme el ritmo. - Atino a decir la tractorista analizándola con ahínco. Por su cuerpo, un poco macizo, intuía que hacía poco ejercicio. La morena se coloreo en sentirse explorada lujuriosamente.- ¿Sueles correr?

Mi riquiña tractoristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora