Capítulo 99 (Parte 1)

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En algún punto entre la lucha cuerpo a cuerpo entre Lila y Yaoguai, ella había creado una ilusión lo suficientemente convincente que distrajo a Yaoguai y me reemplazó en el campo de batalla. Tenía que reconocerlo, la chica tenía talento, de hecho, fue esa ilusión la que nos dio ventaja al activar la trampilla del ascensor que daba al... hermoso jardín.

Frente a mis ojos se extendía lo que parecía ser un trabajo manual, de ideas y diseño individual, una especie de jardín flotante que desde lejos no se podían apreciar todos los detalles que tenía y, conforme más descendía en la plataforma que ahora se había dispuesto de techo y vidrio, en lugar de paredes, más crecía la expectativa de descubrir los secretos de aquel lugar. Simplemente, me había quedado sin palabras frente a la mismísima recreación del Edén en el subsuelo de París, y después de pensarlo unos segundos, solo un hombre podía ser capaz de hacer algo parecido y ese era Gabriel Agreste.

Coronado por una gran ventana de diseños de, por supuesto, mariposas, la luz se filtraba por esta como chispas de agua en una catarata, rociando y esparciendo su brillo su alrededor. Parecía un lugar encapsulado en su propia dimensión, un acabado de metal levemente corroído por la humedad y un puente que se mantenía firme por las vigas, delimitadas en su parte superior por pequeñas lámparas, que se cruzaban por debajo de este, el cual llevaba al centro de la exposición, que venía desde las grandes y gruesas raíces sumergidas en agua, y se entretejían y cruzaban hasta llegar a su base, abriéndose como una flor con el mismo esquema en cada uno de sus pétalos, flores blancas y arbustos, derramados de una esquina a otra, que en el centro acompañaban un cilindro.

Mientras caminaba por el puente, los detalles se iban aclarando y lo que parecía un cilindro a simple vista, era, en realidad, un ataúd, y las flores que bien podían ser rosas blancas o gardenias, eran en su mayoría pequeños capullos luminosos, que intentaban robar la atención que Emilie Agreste merecía en su última morada.

—Aquí es donde la pusiste.

Ante mí y como si fuera el ataúd de cristal de Blancanieves, Emilie Agreste parecía dormida, con sus manos juntas sobre su estómago y sus rubios mechones sujetos hacia un lado, era casi imposible creer que no estuviera más que tomando un merecido descanso, y aún si Adrien no había tenido la oportunidad de despedirse de su madre, yo la tenía frente a mí y en un acto de respeto hacia mi amigo, levanté mi mano y la coloqué sobre el cristal, el diminuto rastro de una sonrisa se dibujó en mis labios antes de que una voz preguntara, lo que venía repitiendo en mi cabeza, desde que supe quien estaba dentro del cofre.

—¿Parece dormida, no?

—Sí —respondí, soltando el aire que no sabía que llevaba reteniendo por tanto tiempo e identificando la mirada de alguien que había encontrado a la persona con la que pasaría el resto de su vida, la mirada de quien estaría dispuesto a soportar diez años de peleas por las toallas del baño a cambio de una hora junto a el amor que pudo ser y por algo no fue.

Gabriel Agreste estaba parado frente a mí, observando el cuerpo de su esposa, como si nunca se hubiera ido, como si Yaoguai no fuera el que controlara su cuerpo, como si por fin hubiera encontrado la libertad en sus acciones.

Quien miraba a Emilie Agreste no era el despiadado villano o el tajante diseñador de modas, el padre estricto o el empresario inteligente, era solo un hombre sin armadura que atestiguaba las consecuencias de sus actos y a pesar de eso, se sentía orgulloso por su progreso.

—Emilie fue... es la mujer de mis sueños. La amé, me sentí vivo con ella y me arriesgué por ella, me arriesgo por ella. La amo.

—¿No cree que fue demasiado lejos?

—No, en absoluto. Excluyendo a nuestro amigo de allá arriba —señaló en dirección de donde provenían los golpes y gritos—. Estuve tan cerca, a tan poco de lograrlo, pero ya saben lo que dicen... Et il ne faut pas vendre la peau de l'ours avant de l'avoir tué.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora