Capítulo 48

71 9 96
                                    

¿Cómo no se me había cruzado esa idea por la cabeza? Mismos ojos, mismos cabello —exceptuando los reflejos morados— y esa linda sonrisa que Juleka también tenía.

—Aún te odio —musité.

—Lo sé —se limitó a decir y continuó prestando atención a la clase.

La Srta. Bustier explicaba algo sobre Hamlet de Shakespeare, sobre un tío y su sobrino —o algo parecido, ya que eso era lo único que entendía—, y en determinadas ocasiones, mi mirada se enfocaba en Luka.

Cada vez que cerraba los ojos, sus pestañas aleteaban como si un ave emprendiera el vuelo. Concentrado a más no poder, sus dedos tamborileaban constantemente en la superficie de la banca y yo, Piper Smith, sumida y concentrada en la belleza de ese chico.

Pero algo en ese instante no me cuadró, ¿sus facciones no eran un tanto diferentes a las de los chicos de nuestra edad? Y pensándolo bien, sus respuestas muy maduras en comparación con el resto del salón. Ser observadora era una de mis cualidades, lógicamente heredada de mi madre y este punto saltaba, un poco-mucho a la vista. No le di más vueltas al asunto y me digné en preguntar:

—Sé que tal vez esté interrumpiendo... y que quizás pienses que te he dejado de odiar, pero... ¿eres mayor que Juleka, no?

—Sí, buena deducción —afirmó sin apartar su mirada del pizarrón.

— ¿Y qué haces aquí? —susurré al ver y recordar que Lila estaba al frente mío.

Una de las cosas que menos necesitaba era que escuchara mi conversación.

— ¿Ves esa chica de en frente? —señaló con su cabeza hacia adelante—, es linda.

— ¿Lila? ¿Alya?

—No, hablo de la linda azabache, la que se sienta detrás del rubio —suspiró.

— ¿Estás bromeando, Romeo?

—Nunca he hablado más enserio.

—Escúchame, Pato Lucas, ni se te ocurra acercarte a ella. Ya tiene novio —sentencié fulminándolo con la mirada y apuntando su pecho con mi dedo índice.

—Es por ella que estoy aquí, es una diosa, su sonrisa... es bellísima.

— ¿Desde cuándo una chica que acabas de conocer, digo, de ver te parece una diosa?

—No la acabo de ver. Hace unos días fui a la panadería de sus padres, se la veía angustiada... supe que le habían roto el corazón, un tal Adrien Agreste. Comimos, nos reímos, fue grandioso.

Sus ojos brillaban al hablar, parecía recordar con detalle ese momento. Era fácil imaginarse que unos diminutos seres en su cerebro administraban los acontecimientos importantes, y estaba claro que, ese en específico, se encontraba protegido bajo siete llaves. Una sonrisa idiota se dibujó en su rostro.

—Detente, deja de hacer eso —ordené.

— ¿Qué cosa? —recriminé.

— ¡Eso! —farfullé señalando sus labios.

— ¿Esto? —se empeñó en sonreír con más ganas.

— ¡Para! —grité.

Mi voz se escuchó por todo el salón, arrastrando consigo un silencio sepulcral, lentamente, la Srta. Bustier, se volteó y enfocó sus pupilas turquesas en mí. La había regado, de nuevo.

— ¿Piper sucede algo? —preguntó. Yo sabía que ella intentaba disimular el enojo que mi interrupción había causado, pero todo era muy claro para mí: había causado suficientes problemas y justo en su clase.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora