Capítulo 66

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— ¡Lo lograron! —festejé lanzándome sobre la azabache para envolverla torpemente entre mis brazos—. Esto es fantástico.

—Piper, ten cuidado de no tocar la perla —señaló el Maestro observando la actual posición de la esfera. Estaba a centímetros de mi pecho.

—O... okay. ¡Chat! Eso quiere decir que podré... digo, podremos recuperar a Nath —expresé tomándolo de los hombros, y obligándolo a enfocar sus verdes iris en los míos, me alejé de la perla.

— ¿Sí?

—Esperen... ¿qué hora es? No importa, tengo que arreglar la habitación, ordenar comida. ¡Nos vemos!

Me despedí saliendo del santuario a grito de águila, sin entender ni una sola de las palabras que el Maestro vociferaba a mis espaldas.

Aguarden... ¿acaso no sólo se permitía el ingreso y salida de personas con traje, exceptuando al Maestro?

Clic.

— ¡Lo siento! —grité en dirección al centro de masajes, una vez que me encontraba en la acera.

Alguna extraña sensación me había hecho cambiar de parecer, ¿qué tal si Nath sólo quería disculparse? ¿O si en realidad decía la verdad y no recordaba nada?

Si durante su estancia como akumatizado su conciencia estuvo sumida en la oscuridad de ese inexplicable abismo o si me estaba engañando al momento de mirarme a los ojos y prometerme que ningún recuerdo afloraba en su subconsciente, esa máscara caería en el instante que él pisara la habitación del hotel, del mismo modo en que mi dolor de cabeza desaparecería.

—Trixx recuérdame por qué este lugar está patas arriba —pregunté recogiendo los pares de zapatos que desfilaban alrededor de la cama.

¿Que qué hacían zapatos desperdigados por el cuarto? Pues, después de la captura de mamá y Hanna, no tenía el valor para regresar a esta zona de guerra, por lo que todo había quedado igual como Demoilustrador la había dejado.

Y adivinen quién tenía que reparar los platos rotos, quién más que Piper Smith.

—Porque no quisiste recoger todo esto el mismo día que pasó —respondió Trixx saliendo de entre una montaña de calcetines—. Tienes que lavar esto, o al menos doblarlos.

—Lo sé, ¿qué? Quién dobla sus calcetines, olvídalo. ¿Qué hora es?

—Las... —voló rápidamente a la sala para observar el reloj—. Tienes cinco minutos.

— ¡¿Qué?! Pero si acabamos de llegar, además mira el sol —expliqué abriendo la cortina del dormitorio.

—Claro... ¡Piper abre los ojos! ¿O esperas que la luna se estrelle en tu cara? Ah y quedan tres minutos.

—Si dejaras de decirme cuanto queda peor que árbitro, quizás apresuraría más el ritmo.

—Lo hago por tu bien, dudo que quieras que él vea todo este desorden.

—Pero la sala ya está limpia y ni que fuera a entrar al dormitorio.

—Quedan dos... —canturreó.

— ¡Trixx! Sin presión —sentencié—. Además de qué me preocupo si Nath no es tan puntual, por así decirlo —recriminé mandando a la basura los últimos restos de las cajas vacías de trixx—, si tuviera que adivinar aún me quedan unos diez mi...

Unos toques en la puerta interrumpieron mi amigable debate entre Trixx, el sol, la luna y su merced. Él había llegado.

—Yo creo que tu percepción del tiempo es distinta a la de él —rio Trixx intentando acomodar un cuadro torcido de la sala.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora