Una despedida forzada

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Ya caída la tarde, en la villa de Bathar la confusión y la curiosidad se apoderaron de Percival, Galwin, Margery y Amice, quienes escucharon lo que preguntó Aland, ¿Cómo es posible que tres de los cuatro medallones los tuviera Everard?, ¿Cómo llegaron hasta ellos?...

— Espera... ¿Qué fue lo que dijiste Aland? — Preguntó el viejo Percival.

— Lo que digo es que ¿Por qué tenemos tres de los cuatro medallones que hizo la Dama de Blanco?, Amice, Eda y yo tenemos uno cada uno, ¿y el cuarto medallón?, ¿En dónde está?, ¿Quién lo tiene?, ¿Cómo es que papá tenía los tres medallones? — Dijo el hermano de Amice y Eda.

— Es cierto Percival. — Dijo Margery — ¿Dónde ésta el cuarto medallón?

— Lo ignoro Margery, tendremos que buscarlo, pero lo importante en este momento es proteger a Amice y a su hermano, debemos separarlos para mantener los medallones a salvo mientras buscamos la forma de proteger de nuevo la puerta del infierno.

— ¡No quiero!, ¡No lo permitiré! — Exclamó Aland poniéndose de pie. — ¡No me voy a apartar de mi hermana!, ¡No dejaré que la aparten de mí!, hemos estado juntos toda la vida y no ha sucedido nada con los medallones, ni siquiera sabemos cómo funcionan... ¡Papá sabría que hacer!

— Tienes razón Aland... — Dijo Percival. — Con los medallones no ha sucedido nada pero... tus padres ya no están aquí, sé que ustedes han perdido algo que es irreemplazable pero ellos eran los únicos que evitaban que los demonios salieran por la puerta del infierno.

— Aland estaremos bien, te lo prometo. — Le dijo su hermana.

— ¿Lo prometes Amice?

Amice se puso de pie, se acercó a su hermano y con un abrazo lleno de amor la hija mayor de Everard y Beatrice le respondió. — Te prometo que estarás bien con Galwin, él cuidará de ti, hazlo por papá y mamá, hazlo por nuestra hermana Eda. — En ese momento Amice abrazó fuerte a su hermano y le dijo. — Te prometo que nos volveremos a ver pronto.

Después de eso los dos hermanos se vieron a los ojos y voltearon a ver a Percival.

El viejo Percival se levantó y dijo: — Galwin lleva al valiente Aland a las montañas de Oxzorm; Y tú Margery, tú llevarás a Amice a las islas de Niiveth pero para cruzar el río no uses al barquero, asegúrate de que nadie las vea ¿Entendiste? — A lo que Margery asentó con la cabeza. — Vamos prepárense para partir, el viaje para ambos será largo y nada fácil.

— ¡Cuenta con nosotros! — Dijo Margery poniéndose de pie.

— Con nuestras vidas protegeremos las de Aland y Amice — Dijo Galwin levantándose de la silla en la que se encontraba sentado.

Depositando toda su confianza en Margery y Galwin, el viejo Percival agradeció con una sonrisa en su cara y asentando con la cabeza.

— ¿Y bien?, ¿Qué están esperando?, ¡Prepárense para partir!, deben salir antes que se oculte el sol... — Dijo Percival realizando dos aplausos.

Galwin se dirigió al baúl de roble negro, sacó de allí las armas que necesitaría para el viaje, de la pared de piedra tomó algunos de sus ropajes y los guardó en una manta negra de piel de oveja junto con las armas de tamaño mediano, la manta la ató con un cordón de cuero e hizo un tipo de paquete bien envuelto.

Cerca de la mesa en donde Galwin mal cortó la pierna de cerdo, hay una puerta que da a una habitación contigua, Margery entró en ella y se acercó a un pequeño mueble que había en la entrada, al igual que Galwin sacó algunas armas y ropaje que les servirán para su travesía... mientras los dos guerreros se preparaban para el momento de partir, con asombro Aland y Amice solo observaban como los objetos salían y salían de aquellos muebles que había en el lugar.

La Espada NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora