Capítulo 30

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Jordan

Dorianne servía bebidas y tomaba órdenes con rapidez, iba de un lado a otro por toda la cafetería sin inquietarse, demasiado acostumbrada a ese ajetreo diario. No podía desprender los ojos de ella, de la manera en que escribía apresuradamente, de la forma en que le sonreía a los niños cuando tomaba sus órdenes y hasta en cómo suspiraba cuando se apoyaba contra la barra.

Recordé cuando la besé en la librería, al principio había sentido toda la calidez y ternura que nunca imaginé sentir por besar a alguien... luego unas ansias voraces de tenerla cerca de mí se apoderaron de mi mente y acciones, era un deseo que nunca antes había sentido, no quería su cuerpo o las sensaciones que me podría provocar, simplemente... la quería a ella, a ella por completo.

Me reí de mí mismo mientras retomaba la lectura que me recomendó ese día, me había dicho que era uno de los grandes clásicos y después de cien páginas pude comprender por qué. Cada página me impulsaba a leer la siguiente, cada acción del personaje me hacía querer gritarle que no lo hiciera y hasta sentí en un momento una punzada de preocupación por el protagonista. 

En eso estaba cuando Dorianne llegó a mi mesa con una rebanada de pastel de fresa, ni siquiera me había dado cuenta que el local se había vaciado poco a poco hasta sólo quedar algunas mesas que sus compañeros atendían. Se sentó frente a mí y comenzó a comer con uno de los dos tenedores.

-¿No quieres?- preguntó con un rastro de crema en los labios.

-¿En qué momento me convertí en una persona que pasa las tardes leyendo en una cafetería?- inquirí en voz alta mientras me llevaba un bocado de pastel a los labios.

-¿No te gusta?- preguntó de manera despreocupada, pero con la vista baja.

-No es eso, es sólo que de ser otra persona no me imaginaría así a Jordan Adams, simplemente... no entra en el concepto.

-A mí me gusta este concepto- afirmó encogiéndose de hombros.

Sonreí ante su comentario, no sabía qué me pasaba cuando estaba junto a Dorianne, pero todo lo que hacía antes de conocerla ya no entraba dentro del concepto de mí mismo... algo así como si aquel que creía que era antes ahora resultase un extraño para mí. 

Le removí la crema del labio con mi dedo pulgar y me lo llevé a la boca sin más, ella se percató alarmada y bajó la mirada para que no viera sus mejillas coloradas, lo cual me llenó de ternura.

-¿A qué hora sales hoy?- pregunté.

-A las doce, ¿por?

-Sólo quería saber.

-Jordan... no es necesario que te quedes cada día hasta que salga del trabajo, yo entiendo que tienes tu propia agenda, de verdad- susurró sosteniéndome la mirada.

-Mi agenda es llevarte a casa y remediar lo inculto que soy mientras tanto.

-Hablo en serio, no quiero ser una carga para ti. 

-Dorianne, no soy el tipo de persona que haga algo por presión o por protocolo, si estoy aquí es porque aquí quiero estar- declaré sin darle importancia al asunto. -Y porque me sirves cappucinos gratis.

Ella sonrió y se puso de pie para dirigirse al mostrador, me desilusionó un poco que tuviese que volver al trabajo. Quise retomar la lectura, pero mi teléfono comenzó a vibrar insistentemente, lo tomé y mi corazón se saltó un latido al ver el nombre de mi madre escrito. Respiré hondo y atendí al cuarto tono.

-¿Diga?

-Jordan, cariño, ¿cómo estás?- habló con una voz melodiosa y aun sin verla pude asegurar que fingía una amplia sonrisa.

Sentimientos de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora