Capítulo 38

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Dorianne

Jordan conducía sin decir nada, su semblante se había relajado bastante, ya no percibía en sus ojos la mirada turbada que me mostró en la cafetería.

-Aparca aquí- le indiqué cuando llegamos a la librería, al tiempo que me las ingeniaba para desatarme el cinturón de seguridad.

Jordan obedeció y miró por la ventana, de pronto abrió los labios en una sonrisa y de su voz se escuchó una gran carcajada.

-¿Qué es tan gracioso?- pregunté más curiosa que molesta.

-Sólo tú te escapas del trabajo para ir a una librería, en la que para el colmo también trabajas- respondió con una mano cubriéndole los labios, no entendía por qué hacía eso, tenía la sonrisa más hermosa que había presenciado en mi vida.

Abrí la puerta sin replicarle, ¿a dónde esperaba que lo llevara? ¿De fiesta a un bar de mala muerte? Jordan me siguió sin que la sonrisa se le borrara del rostro, si bien se estaba mofando de mí, me aliviaba que hubiese recuperado el humor.

-Estamos a tiempo de irnos de aquí- insistió burlesco mientras yo colocaba los vasos de café en el suelo.

Saqué de mi mochila mi juego de llaves y abrí la puerta de metal, no era la primera vez que entraba en la librería sin el permiso de su dueño, pero supuse que no se enojaría conmigo de enterarse, teníamos un vínculo más allá de lo laboral, como un abuelo y su nieta.

-Puedes irte si quieres- reproché indiferente.

-Estaba bromeando.

-Eres increíble, ni siquiera Shakespeare puede corregirte- señalé mientras entrábamos al local.

-Corregirme o no corregirme, esa es la cuestión.

Le miré con una sonrisa, también él portaba su característica sonrisa de medio lado llena de sarcasmo, se veía benditamente atractivo así. Me dirigí a la esquina del local, justo detrás del mostrador; Jordan me siguió sin cuestionar a dónde lo llevaba, pero me miraba con atención.

Me las ingenié para abrir la puerta detrás del tapiz y una ola de polvo se impregnó en el aire, Jordan tomó uno de los vasos para que yo abriera, se veía maravillado por descubrir una puerta secreta.

Delante de nosotros se erigía una escalera de metal negro llena de polvo en manera de caracol en un espacio estrecho. Me adelanté a subir, los escalones chillaron ante mis pesadas, pero sabía de antemano que era seguro subir.

Jordan me siguió sin cuestionarme, plenamente interesado en el destino de la escalera, salimos a una terraza de mosaicos rojos y blancos, rodeada por un barandal de piedra al estilo de la arquitectura colonial.

Estaba completamente a cielo abierto, por lo que se podía apreciar el atardecer en todo su esplendor, cubriendo nuestros cuerpos. Me giré hacia Jordan, estaba bañado en luz naranja y sus ojos verdes analizaban todo el lugar con curiosidad.

-¿Qué te parece?- pregunté en voz baja.

-Es... bastante decepcionante para un pasadizo secreto- confesó sin más, lo que me causó una fuerte risa.

-¿Qué?

-¿Qué esperabas? ¿El laboratorio de Víctor Frankestein? ¿El jardín secreto de la señora Craven?- me mofé, lo que le hizo juntar las cejas al no comprender las referencias.

Me senté en el suelo y lo invité a imitarme, se sentó junto a mí aún con el ceño fruncido; bebí de mi cappuccino, se había enfriado un poco en el camino, lo que lo dejaba perfecto a mi gusto.

-¿Qué esperabas en serio?- le pregunté.

-No lo sé, algo más... entrañable, no una terraza vacía.

-No está vacía, estamos tú, yo y el infinito cielo sobre nosotros- repliqué, a lo que Jordan me miró contrariado. -Ah, qué difícil es que un científico entienda de poesía.

Jordan rodó los ojos y bebió de su cappuccino, dirigió la vista al cielo, poco a poco se oscurecía dejando paso a las estrellas para iluminar todo.

-Descubrí esta terraza a los pocos meses de trabajar aquí, comencé a venir cuando necesitaba consuelo, cuando la carga se me hacía demasiado pesada. Una noche me quedé dormida y el señor Rivers me descubrió en la mañana, en vez de reprenderme me contó que éste era el sitio preferido de su esposa, en sus años de juventud lo habían convertido en un lugar donde las personalidades más increíbles se reunían a bailar, conversar y discutir altos temas intelectuales.

>>Cuando ella murió, el señor Rivers cerró la puerta detrás del tapiz y convirtió el hogar en una librería. ¿Te das cuenta de todo lo que el piso cuenta? Imagina que este suelo pudiese hablar, ¿cuánto no podría relatar? Si el aire pudiera hablar... Cuando estoy aquí siento que no estoy sola, siento que este suelo podría hablar sobre mí también y contar mi papel en el mundo, por diminuto que sea.

Me volví hacia Jordan, me observaba con gravedad, como si no encontrara las palabras para transferir sus pensamientos. En vez de ello, me tomó la mano y la entrelazó con sus dedos.

-Tienes razón, ya no me siento solo. Aunque seamos sólo unos seres diminutos que existen en el universo- susurró.

Sentimientos de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora